Editorial

Jóvenes con suelos desestructurados

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Publicado en el nº 2.637 de Vida Nueva (Del 22 al 28 de noviembre de 2008).

Pueden sacarse diversas conclusiones y distintos titulares de las palabras de Javier Elzo en la entrevista que hoy publica Vida Nueva con motivo de la aparición y presentación de su nuevo libro, La voz de los adolescentes. Los jóvenes, que antes han sido adolescentes y que en estos difíciles años han forjado mucho de lo que son, continúan ocupando y preocupando a todos los responsables de una sociedad que, según algunos sociólogos, “sigue siendo adolescente en muchos aspectos”. En los últimos días vienen siendo noticia por una u otra causa, y no sólo por el éxito del Fórum de Pastoral Juvenil, sino en la sociedad misma, llegando a ocupar portadas recientes de medios de comunicación. Unos jóvenes sentados en el banquillo esperando la sentencia por haber quemado viva a una indigente en Barcelona, un chaval molido a palos en una discoteca madrileña sin licencia y por unos guardias de seguridad envalentonados y aguerridos. Jóvenes son los miembros de ETA detenidos en Francia y quienes se supone van a ser sus sustitutos en la organización del terror etarra, procedentes de un violento ambiente juvenil instalado en algunas ciudades del País Vasco. Jóvenes son, en la carretera, víctimas de accidentes de tráfico. Hay como un panorama sombrío cada vez que se habla de los jóvenes o de los adolescentes.

Son rasgos preocupantes en la radiografía que se revela. Unos rasgos que, además, con mayor frecuencia se acompañan de las terribles aristas que en esos muchachos conllevan la soledad, la autosuficiencia, el egoísmo… Incluso están como “estigmatizados” por prejuicios de sus mayores, que no supieron solucionar los problemas consigo mismos y los proyectan ahora en sus hijos. A nadie escapa que, con estos estereotipos o sin ellos, los jóvenes y adolescentes ocupan y preocupan hoy por su manera de vivir el ocio y el tiempo libre, por su manera de estar en la sociedad, por su escasez de referencias familiares, docentes, religiosas, políticas y sociales. Cada vez es mayor la soledad en la que vive el adolescente. Incluso en su propia casa, a la que vuelven cada tarde del colegio, en muchos casos sin nadie que les reciba, y en donde se acaban aislando sin poder compartir el disgusto, el acoso o el éxito escolar. Quizás haya que concluir que los jóvenes y adolescentes no son nada más que el reflejo de una sociedad que cada vez se ha ido haciendo más “adolescente”.

Preocupa este perfil generalizado y ha de ocupar a los responsables, no sólo de la Pastoral Juvenil que buscan cómo presentar a Jesucristo como propuesta de vida, sino también como referencia moral. Los jóvenes y adolescentes tienen en su haber los grandes valores de la edad que anida en ellos y que la pericia del educador ha de ir sacando a la luz y poniendo al servicio del crecimiento humano y espiritual. Esos valores son la otra cara de la moneda. Por eso, hacen falta referencias en la familia y en la escuela. La plataforma, el hábitat, el escenario, el lugar, tiene que reconstruirse para ellos si no queremos llegar a las lamentaciones que hacen titulares de prensa diaria con hechos que hacen sonrojar a una sociedad que sólo será adulta cuando sepa preparar su futuro.