Editorial

Crisis con rostros nuevos

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Publicado en el nº 2.633 de Vida Nueva (Del 25 al 31 de octubre de 2008).

La crisis financiera y económica ha vuelto a poner sobre la mesa -a poco que se quiera mirar- los graves problemas que atraviesa esa gran parte de la población mundial que ya está en permanente estado de pobreza. Sobre sus espaldas, aunque apenas ocupen espacio en los informativos, se están cargando las graves consecuencias de una crisis sin precedentes, difícil de comprender por quienes desconocen el argot, y mucho menos de asumir, dada su génesis especulativa. Esa mitad del mundo no la entiende, pero ya la sufre. 

El impacto de esta crisis global en nuestro país, con sus características específicas, se va asomando ya a numerosos rostros, muchos de ellos con los rasgos de la población inmigrante, la mayor parte de ella procedente de América Latina. Unos rostros que se asoman a las puertas de parroquias e instituciones eclesiales demandando lo que no encuentran en otros lugares. Las peticiones de ayuda, por ejemplo, se han disparado en estas últimas semanas en Cáritas. 

La crisis afecta fundamentalmente a quienes ya atravesaban por otra crisis y comienza a hacer sus estragos entre otros colectivos sociales que, hasta ahora, habían soslayado el problema gracias, fundamentalmente, al período alcista vivido en el sector de la construcción en España. De él se beneficiaban muchos inmigrantes que, ahora, hacen cola en las oficinas de desempleo. Otros, que mantienen su puesto de trabajo, sin embargo ha perdido poder adquisitivo con la subida del precio de la compra, las hipotecas y el combustible. Llegar a fin de mes se ha puesto más complicado para muchos. Aparecen ahora lo que se ha dado en denominar “nuevos pobres”, aquéllos que vivían de forma sencilla, sin excesos, pero a los que la crisis arrastra peligrosamente a los umbrales de la pobreza. Emerge un nuevo perfil, distinto y variopinto, que rompe moldes, razón por la cual es exigible una mayor atención para descubrir esos nuevos rostros. 

Esta situación supone un reto para la Iglesia. Sus instituciones no han permanecido de brazos cruzados. Antes al contrario, han multiplicado su labor. De ello acaba de dar cuenta Cáritas, en cuya memoria de actuación se constata que ha tenido que atender un 55% más de peticiones de ayuda. Datos que, junto con los que hoy ofrece Vida Nueva en sus páginas, son sólo la punta del iceberg de la situación de los más pobres. 

Pero lo peor no son las hipotecas o niveles de consumo en el primer mundo. La crisis global está afectando a los más pobres del planeta por la subida del precio de los alimentos. El Día Mundial de la Alimentación nos acaba de recordar que 923 millones de personas pasan hambre. Benedicto XVI ha pedido que los gobiernos acudan en su ayuda y ha levantado su voz profética denunciando la corrupción y la especulación de algunos gobiernos que permiten este drama intolerable. 

En estos momentos se advierte en todas las instituciones cristianas una mayor sensibilidad para que los pobres sean los preferidos en las atenciones de las distintas comunidades, que han de estar abiertas a todos los nuevos rostros de esa pobreza que la crisis nos trae con crudeza.