Editorial

Después de los acuerdos, ¿qué?

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¿Qué les quedará a los colombianos después de los acuerdos de La Habana?

¿Cambiará la sociedad? ¿Cómo quedará la justicia? ¿El perdón y la violencia qué parte tendrán?

Son algunas de las preguntas que inquietarán cuando pase la euforia del día de la paz.

El acuerdo entre el gobierno colombiano y las FARC es el resultado de un proceso que en el mundo se siguió con admiración y solidaridad.

Para el pensador Noam Chomsky fue un proceso que llegó con retraso: “de hecho, en los 80 estuvo muy cerca”, dijo al referirse a las gestiones del presidente Belisario Betancur.

700 intelectuales reunidos en Medellín para la conferencia de ciencias sociales el año pasado respaldaron el proceso y pidieron a las partes garantizar su continuidad. El experto español Vicenç Fisas, comparó 18 conflictos internos como el de Colombia y concluyó admirado: “el de Colombia tiene el ritmo más acelerado en el mundo”. Agregó: “Colombia es un caso exitoso y modelo para futuras negociaciones”.

La experiencia de Jean Paul Lederach en procesos de paz le permitió observar las singularidades de este proceso: “en 60 años había mucho tema, han sido inteligentes en ver que no podían abarcarlo todo; lo que abarcaron es de peso; han llegado a La Habana delegaciones que representan a los más afectados; eso no es común en estas negociaciones”.

El alto comisionado de la ONU para los derechos humanos, Todd Howland, destacó: “el objeto de las negociaciones es terminar el conflicto y mejorar la sociedad, no solo castigar”.

Cuando en el pasado mes de octubre el Gobierno y la guerrilla fijaron fecha para el acuerdo, el portavoz del Vaticano, Federico Lombardi, saludó el hecho como una gran noticia; el secretario general de la OEA, Luis Almagro, subrayó: “la preocupación de las partes para que las víctimas y su reparación sean la base de la paz”, y el enviado de Estados Unidos al proceso, Bernard Aronson, observó: “Este proceso no es para castigar a la guerrilla, es para terminar la guerra”.

Son auspiciosos antecedentes de la firma del acuerdo, pero pasada la euforia del día de la paz los colombianos deberán preguntarse por los resultados.

Troskiller¿Qué sigue?

Durante los últimos meses esa expectativa ha generado respuestas tan extremas como la de los que han anunciado la llegada del castro-chavismo a una Colombia “venezolanizada”; también se ha temido la impunidad total para los guerrilleros; con más pasión que juicio se anunció la entrega de las instituciones y el arrodillamiento del Gobierno ante las FARC; en contraste, los optimistas ven venir una era de bonanzas sin límite, en que Colombia, por fin, podrá desarrollar todo su potencial.

La economía

En parte, coinciden los economistas. El Centro de Recursos para el Análisis del Conflicto (Cerac) hace sus cálculos y concluye que con el fin del conflicto Colombia podrá hacer productivas 800.000 hectáreas. Desaparecidos el miedo y la incertidumbre, el campo producirá más y se generarán nuevos empleos. El ingreso per cápita, que hoy es de 6.800 dólares, se elevaría a unos 12.000 dólares, prevé la Dirección Nacional de Planeación (DNP). Este organismo cree, además, que la economía tendrá un crecimiento adicional de 1.1 a 1.9% y que el Producto Interno Bruto (PIB) crecerá el 5.9%; actualmente está en el 4%.

Otro cálculo optimista es el de las exportaciones, que hoy son de 38.242 millones de dólares y que llegarán a ser de 65.000 millones.

Según Planeación Nacional, el rubro más significativo será el de la inversión extranjera. Las cifras de los últimos 20 años muestran un crecimiento constante (ver recuadro). Con la paz, esa inversión se triplicaría, calculan los analistas de la DNP.

A todos esos guarismos agregan los economistas otra ganancia: desaparecerán los costos de la guerra representados en los gastos de defensa y en los daños hechos por los guerreros.

En América Latina, los dos países que más presupuesto dedican a la defensa son Brasil y Colombia. Entre 2006 y 2010 las Fuerzas Armadas recibieron 17 mil millones de dólares. En el 2013 el presupuesto militar fue de 21.5 billones de pesos.

figura1_miniCuando apareció la noticia de un avión Super Tucano que se estrelló en Cauca, cabía hacer cálculos: ese avión costó 17 mil millones de pesos, que es lo que cuesta un colegio para mil estudiantes.

Cuentas parecidas se hicieron en los primeros días de febrero ante el vuelo constante de helicópteros que apagaban el incendio forestal al oriente de Bogotá. Cada uno de esos vuelos costaba 7.800.000 pesos, una suma con la que se podría pagar un año de educación para cinco niños.

Desde este punto de vista, el dinero gastado en la guerra duele. Lo que se gasta en la actividad militar no produce riqueza, pero sí aplaza inversiones necesarias y productivas.

Se suman, además, los daños producidos por la guerra y resulta escandalosamente evidente que la guerra es el peor de los negocios.

El costo de los ataques a oleoductos es un indicador del daño económico de la guerra. Han sido pérdidas de 2.000 millones de pesos por los 11.000 barriles de petróleo que se perdieron cada día; la voladura del oleoducto Trasandino dejó otra clase de pérdidas: los cerca de 200.000 habitantes de Tumaco quedaron en peligro por la contaminación de las aguas del río Mira y de los manglares: la salud y la alimentación de esa población se afectaron gravemente.

En resumen, durante estos años de guerra el producto interno bruto (PIB) se redujo en 2.2 puntos; es el cálculo del profesor de Oxford, Paul Collier, citado por El Tiempo (23-09-12, p. 4).

Sin guerra seríamos 3 veces más ricos. Es lo que se puede leer al término de este repaso de la pérdida que la paz detiene y de las ganancias que inaugura.

Lo social

Cuando se mencionan las posibilidades económicas que abre la paz, parecen olvidarse las condiciones de desigualdad que afectan a gran parte de la población y que la guerrilla incorpora a su discurso político. Los recientes debates sobre el aumento del salario mínimo mostraron de nuevo la inequidad e inseguridad que propicia la desigualdad. ¿Cambiará esto en el posconflicto?

Tomando lección en lo ocurrido, el académico francés David Garibay se refirió al postconflicto en El Salvador: “cuando se firmó la paz se tenía allí la expectativa de que los acuerdos iban a resolverlo todo, paz, menos pobreza… En tal proceso no se discutió el modelo socio económico…Hoy tenemos una situación social y económica muy difícil que no está relacionada con el postconflicto” (El Espectador 15-04-15).

En efecto, un postconflicto es una era de reconstrucción en que la vida del país tiene que reformularse y rehacerse. La paz, vista desde este ángulo, no resuelve males, pero sí es el punto de partida hacia un mundo nuevo. Es volver a empezar.

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La justicia

La experiencia de 30 años en países en conflicto avala a Todd Howland, Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los derechos humanos, cuando afirma que “el objetivo de las negociaciones con la guerrilla es mejorar la sociedad y no solo castigar”. Hay, pues, un objetivo principal (terminar el conflicto y hacer mejor a la sociedad), al que se subordina la severidad de la justicia, es decir, castigar a los criminales.

La justicia no desaparece, pero deja de ser la máxima prioridad y de ejercerse sin relación con la búsqueda de la paz. “Naciones Unidas, agregó Howland, nunca va a estar a favor de la impunidad, pero hay un nivel de flexibilidad para conseguir la paz” (El Colombiano, 21-03-15, pp. 2 y 3).

figura2_miniUn esquema y una opinión muy similares a las de Vicenç Fisas, director de la Escuela de Cultura de Paz en Barcelona. Según él, en los procesos de paz de los últimos 30 años “nadie paga cárcel cuando se firma un tratado de paz”. En cambio es severa la condición de “develar la verdad, toda la verdad y el compromiso de realizar todas las restauraciones posibles (…) La favorabilidad jurídica debe ir vinculada a la verdad y la reparación” (El Espectador 29-03-15. p. 14).

Los efectos de la verdad y la reparación resultan ser más efectivos que la solución de la cárcel, como una condición para hacer la paz. La fórmula de la paz con justicia encuentra la trampa de hacer pasar obligatoriamente la voluntad de paz por la cárcel, algo equivalente a las horcas caudinas por donde los romanos hacían pasar a los vencidos.

El obstinado reclamo de cárcel para los guerrilleros tiene más de venganza que de justicia consulta; más de la voluntad de desquitarse y de pasar un cobro rencoroso que del propósito de hallarle una solución a la guerra.

Perdón y reconciliación

Gale569e95c301db1_19012016_100pm-(1)Para que la paz sea sólida debe crecer dentro del ambiente propicio del perdón. Es la condición indispensable que echaron de menos los expertos que hoy contemplan con desaliento lo sucedido en El Salvador y en Guatemala, después de sus acuerdos de paz.

En El Salvador ha habido más asesinatos entre 1992 y 2004 que en los doce años de la guerra que terminó en 1994. En Guatemala la situación es similar. Salvadoreños y Guatemaltecos partieron de la idea de que los acuerdos lo resolverían todo y no crearon el ambiente propicio para vivir de modo distinto, o sea con inclusión, con justicia social, con tolerancia, pero, especialmente, con una nueva relación con el otro, sobre todo si es alguien con quien no se está de acuerdo.

Al patrón cultural que impone la exclusión y el rechazo de quien no está de acuerdo con uno: en futbol, en política, en religión, en clase social, deberá oponerse el patrón de la apertura al otro sin condiciones. Los expertos son explícitos: “la paz se logra cuando cada colombiano asume el respeto por la diferencia y establezca relaciones constructivas con el otro”, afirma Lederach al proponer: “mantener relaciones con las personas con las que no estoy de acuerdo”.

Esto convierte al postconflicto en una tarea individual que repercute y condiciona lo colectivo y que contradice la idea común de que el postconflicto es una tarea del Gobierno, en la que el ciudadano tiene una responsabilidad secundaria y subalterna.

Esta responsabilidad individual se ve indelegable cuando se trata del perdón. Cada quien, al perdonar, concluye un proceso individual que a nadie se le puede imponer; pero el efecto social de esa decisión personal es tal que sin perdón no puede haber paz.

Por eso los momentos de mayor alcance en el proceso de paz se han dado en casos como el de la petición de perdón de las FARC en Bojayá y el de Constanza Turbay, en La Habana, al perdonar a Iván Márquez.

El de Pastor Alape en Bojayá fue el comienzo de un proceso que culminará cuando cada una de las víctimas perdone de la misma manera que lo hizo Constanza y que lo están haciendo, cada uno por su cuenta, otras víctimas del conflicto.

Esos actos de perdón son paradójicos: el que perdona dona, pero al tiempo recibe, se quita un peso de encima: el rencor que, lo mismo que el remordimiento, pesa como plomo; además, despeja el futuro para sí y para sus descendientes, a quienes libra de la herencia envenenada del odio y del deseo de venganza.

El perdonado, a su vez, se libra de otra carga, deja de estar atado al pasado y comienza a contar con el futuro.

Crear el ambiente propicio para esa mutua donación es el hecho más importante en la agenda del postconflicto.

Gale56606f0a0dd1d_03122015_934amAl médico palestino Izzeldin Abuelaish le dan autoridad su experiencia de años en un campo de refugiados y la pérdida de tres hijas y una sobrina en la operación israelí Plomo Fundido en Gaza. Con esos antecedentes es forzoso creerle cuando dice que la violencia no puede ser tratada con violencia y que la venganza no puede ser tratada con venganza. “En la vida hay prioridades y una de ellas no es el pasado. La prioridad de la vida es el presente y el futuro”, afirmaciones que le permiten sostener, en consecuencia, “que el perdón no es una muestra de debilidad sino de fortaleza” (El Tiempo, 26-08-15 p. 17).

Así lo experimentaron los sudafricanos, según lo recordó Roelf Meyer, quien fue jefe de las negociaciones de paz en Suráfrica: “la paz solo puede lograrse si desencadena una situación de gana gana. Pensar que un conflicto sólo puede solucionarse con una guerra en la que hay vencedores y vencidos, no he visto en el mundo un solo ejemplo de ello”.

La lógica de la paz no pasa por las rejas de las cárceles ni está anclada al pasado. Está animada por la voluntad de hacer un futuro distinto: “nos aseguramos de que todos los partidos, incluso los acusados de atrocidades, podían negociar una solución pacífica para el país. Los responsables de atrocidades pueden participar en futuros procesos políticos”, agregó Meyer.

Así como el perdón introduce una novedad radical, más allá de lo lógico, un proceso de paz no puede ser diseñado por abogados ni por jueces. Se necesitan mentes capaces de ir más allá, como respuesta a los victimarios que, a su vez, desbordaron los parámetros de lo humano y se situaron en lo inhumano y bestial.

Asunto de todos

figura3_miniOtra singularidad de la paz es que no puede hacerse por una sola persona, por poderosa que sea, ni por un grupo así sea el más influyente. Debe ser el resultado de la acción de todos. Así lo han comprobado los países que le han puesto fin a una guerra interna. En Sudáfrica se sintió la importancia de la participación de las comunidades, dijo el exministro Meyer al destacar los comités de postconflicto que están operando en Medellín: “todas las comunidades deberían tratar de hacer una paz efectiva”, comentó.

La firma de los acuerdos, por tanto, no es el fin de la guerra ni la llegada de la paz. Es el comienzo de una vida nueva para los colombianos, pero debe contar con todos y cada uno como participantes en el lanzamiento y consolidación de una nueva historia.

Javier Darío Restrepo