Editorial

Despertar. ¡Abrir los ojos!

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Si hay una fecha que desafía a los periodistas a superar el síndrome de la página en blanco es la Navidad. Sí. Aunque parezca mentira. Porque parece que todo lo que puede decirse cada año ya ha sido dicho. Parece difícil no repetirse. Pero asumimos el riesgo y descansamos en la certeza de que El que viene hace nuevas todas las cosas.

En esta nueva Navidad, nos apropiamos de la oportunidad otra vez única surgida de la infinita misericordia de Dios, para ayudarnos a despertar.

Ese Niño de Belén que moviliza ternura, que conmueve y nos regresa al país inocente de la infancia, con sus recuerdos más significativos, nació en un pesebre menos edulcorado, gracioso y feliz que los nuestros. Llegó al mundo en un pueblo subyugado por un imperio, sometido por el castigo y el terror, expuesto a crucifixiones, degüellos masivos, captura de esclavos, incendios de aldeas y obligado a impuestos que gravaban su trabajo de manera injusta. Y creció en una aldea perdida en las montañas animada por una fe bastante conservadora y elemental aunque con plena conciencia de pertenecer a un pueblo muy querido por Dios (cf. José Antonio Pagola, Jesús, aproximación histórica).

Aún seguimos buscando a Dios arriba, en los cielos,
cuando está abajo en la tierra,
aquí y ahora, en medio de nosotros…

Ese Niño pequeño, tan humano y vulnerable, Dios encarnado en un tiempo tan difícil y exigente como el nuestro, habrá de amar, abrazar, redimir, sacudir y romper con sus contextos; habrá de separar, por ser luz, lo tenebroso de lo luminoso e impulsarnos a una definición, a una respuesta, a una determinada manera de pensar, sentir, hablar y obrar hacia cierta dirección colocando todo nuestro ser bajo el prisma de su luz (cf. Santos Benetti).

Al aproximarnos una vez más el misterio de la Navidad, no podemos eludir, por todo lo dicho, una de nuestras grandes contradicciones: nos quedamos con la cobertura dulce y emocional de su belleza, nos admiramos, celebramos y agradecemos a un Dios hecho carne, identificado con nuestra debilidad, respirando nuestro aire y sufriendo nuestros problemas, pero seguimos buscando a Dios arriba, en los cielos, cuando está abajo en la tierra, aquí y ahora, en medio de nosotros para realizar, con nosotros, el proyecto total del Padre sobre la Creación entera.

Dios ha asumido nuestra carne y seguimos sin saber vivir debidamente lo carnal.

Dios se ha encarnado en un cuerpo humano y olvidamos que nuestro cuerpo es templo del espíritu. También entre nosotros se cumplen las palabras de san Juan: “Vino a los suyos y los suyos no lo recibieron” (1, 11-12).

Sin embargo, es posible abrir los ojos y contemplar al Hijo de Dios lleno de gracia y de verdad. ¿Estamos todavía ciegos? ¿Nos vemos solamente a nosotros? ¿La vida nos refleja solamente las pequeñas preocupaciones que llevamos en nuestro corazón?

Dejemos que nuestra alma se sienta penetrada por esa luz y esa vida de Dios que también hoy quieren habitar en nosotros, socavar nuestros cimientos, instaurar una tierra nueva… (cf. José Antonio Pagola, Jesús, aproximación histórica). ¡Y que sea feliz Navidad!