Editorial

Crimen sin testigos

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Según el Pentágono, los periodistas que cubren las guerras serán tratados con un régimen similar al de los espías y terroristas.

Las garantías que la Convención de Ginebra les reconoce a los prisioneros de guerra no tienen aplicación para los periodistas, que pueden ser detenidos sin acusación alguna y sin que haya obligación de presentar pruebas que justifiquen la detención.

Es una forma de clasificar al periodista como testigo indeseable de las guerras. Y es en la guerra en donde el testimonio del periodista resulta indispensable. Basta hacer un ejercicio de averiguación de los posibles interesados en su información: encabezan la lista los parientes y amigos de los combatientes, que estarán pendientes de su soldado y de los escenarios de guerra en que estará exponiendo su vida; siguen en la lista los compatriotas de este guerrero que arriesga su vida por el interés de su país. En cierta forma ese combatiente los representa.

También les interesan las noticias del frente a los que aprobaron la guerra y a cuantos la rechazan. Los que con su voto ciudadano aprobaron o rechazaron la declaratoria de guerra deben saber qué aprobaron o qué rechazaron.

En una palabra, la guerra es un asunto de toda la ciudadanía, no solo del Pentágono o de los altos mandos militares; y su desarrollo sólo puede conocerse a través de la información oficial, por definición, incompleta, sesgada o falsa. O por medio de los periodistas, corresponsales de guerra.

Ese espectáculo sórdido, en donde emerge lo peor o lo más noble de la condición humana, debe ser conocido por la ciudadanía. En la guerra convergen todos los fracasos y errores de la política; al mismo tiempo la vida de la sociedad resulta afectada por completo; por tanto, el ciudadano debe ser testigo de primera fila del crimen o de la estupidez que se cometen en su nombre.

Todas estas son razones que vuelven incomprensible e indignante la noticia sobre el manual de derechos de guerra que ha publicado el Pentágono. Acostumbrados a copiar las peores prácticas que se aprueban en el exterior, los mandatarios de estos países lo reproducirán y convertirán la guerra en un acto criminal sin testigos, cuando el testigo es más necesario que nunca. Es urgente que la guerra se cuente para que la repugnancia de la sociedad contra la guerra se documente y fortalezca, hasta hacer de la guerra una ingrata historia de los tiempos en que los hombres no habían aprendido a ser humanos.