Editorial

Construir la paz

Compartir

Seguramente, más de una vez hemos sido testigos de afirmaciones que dan cuenta lo bien que creyentes de las más diversas religiones conviven en nuestros países latinoamericanos. Basta caminar, por ejemplo, por las calles de Buenos Aires: un templo católico está emplazado a menos de 200 metros de un templo pentecostal que, a su vez, se ubica cerca de una sinagoga que, que del otro lado de la avenida tiene una mezquita.

Conociendo la cruel violencia religiosa en países de África y de Medio Oriente por las imágenes que nos transmiten los medios masivos de comunicación, realmente allí podemos tomar conciencia de la importancia de vivir en paz. Sin embargo, la valoración de la paz nunca se va a poder comprender de una manera genuina viendo esas imágenes con la frialdad inocente que lógicamente nos impone la distancia geográfica.

En el A fondo de esta edición tratamos de dar una mirada desde nuestra tierra latinoamericana de los mártires de Yemen y del secuestros del salesiano Tom Uzhunnalil. Difícil comprenderlo comprenderlo, aunque la oración sea el medio que nos mantiene unidos como Iglesia frente a estas terribles realidades de odio, dolor y muerte.

El diccionario de la Real Academia Española dice que la paz es la “situación en la que no existe lucha armada en un país o entre países”, entre otras definiciones. Y no es mentira que en nuestros países de Occidente vivimos en paz. Pero no podemos jactarnos de vivir en paz, literalmente, cuando en los pueblos latinoamericanos aún no se han erradicado las guerrillas, aún siguen gobernando los barrios las pandillas y/o los líderes narcos. O cuando en muchos lugares de América Latina cada vez crece más la violencia producto de la falta de oportunidades para los jóvenes que encuentran consuelo en la droga y el alcohol, o se torna más difícil sostener la dignidad humana porque el plato de comida no es un bien disponible para todas las personas.

La paz nunca se va a comprender de una manera genuina
sino tenemos la experiencia de esas  las imágenes
que nos llegan del otro lado del mundo.

En la Entrevista de este número, el jesuita Juan Carlos Scannone lo dice bien claro: “América Latina no es el continente más pobre, pero es el más inequitativo”. Frente a esta aseveración, ¿la falta de oportunidades para todas las personas por igual no es una forma de violencia? ¿Y no lo es también la indiferencia por la gente que vive en la calle? ¿y el menosprecio por el niño que pide una moneda?

No podemos dejar de compadecernos y de rezar por toda esa gente que en África y Medio Oriente padece el flagelo de la persecución religiosa y la guerra. Debemos hacerlos y con mucha fe tenemos que alimentar el deseo de que todas las naciones del mundo puedan vivir en libertad sus creencias, sus culturas, sus elecciones como pueblos. Pero no podemos olvidarnos de la gente que nos rodea, sino mirarlo como hermanos reconocer ellos la violencia que padecen por el desinterés, el menosprecio y la desidia.