Editorial

Cazadores de mentiras

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Julia Hirschberg ha montado una cacería a las mentiras que se dicen en los discursos. Según el relato de Anita Patil en el New York Times del 11 de enero pasado, ella es profesora de informática en la universidad de Columbia y ha creado un programa de computador que analiza discursos a partir de cambios en el tono, de vacilaciones, repeticiones, risas nerviosas, como indicios de mentiras o de verdades a medias.

En el mismo informe, el New York Times cuenta que en la India un juez condenó a un reo con base en los datos de un tomógrafo que, al medir las reacciones del acusado, detectó sus mentiras. Se trata, por cierto, de una versión sofisticada de los conocidos detectores de mentiras en uso.
El BEOS, sigla que designa otro detector, registra las oscilaciones eléctricas del cerebro y produce imágenes que revelan las ansiedades del mentiroso, fue utilizado en Pune cuando se escuchaba a una mujer que hablaba de la muerte de su novio. El juez encontró allí la prueba de la mentira y culpabilidad de la mujer.
Al reunir estos datos Patil concluye que es posible que pronto haya un centro de detección de mentiras. Algunos científicos, añade, hasta pronostican el fin de la mentira, tal como la conocemos.
Es una conclusión de optimismo desbordante, porque la tecnología puede detectar las mentiras pero no eliminar el espíritu de mentira.
A los seguidores de la aventuras del doctor Gregory House en la televisión, les llama la atención la pregunta repetida en cada episodio en boca de alguno de los protagonistas: ¿me estás mintiendo?, que revela un hecho que el mundo de hoy considera banal: mentir con palabras, con gestos, con actitudes, para obtener efectos a veces buenos o malos, o para ocultar algo. El efecto que logra esa omnipresencia de la mentira es, sin embargo, una crisis generalizada de desconfianza.
Los críticos del gobierno del presidente Santos creen ver en él una habilidad para mentir, semejante a la que se le conoce como jugador de poker. Pero el suyo no es el único caso: pasarán a la historia las mentiras del presidente Bush con las que pretendió justificar su invasión a Irak; y son historia las mentiras del presidente Nixon, mientras desde el Pentágono se llegó a defender la doctrina de que la defensa del Estado legitimaría las mentiras.
Este avance triunfante de la mentira frente a la minusvalidez de la verdad le está costando caro a la humanidad porque derrumba los muros de confianza en que se apoyaban las relaciones entre naciones, instituciones y personas. La confianza se ha convertido en moneda de baja circulación desde que la mentira se hizo moneda corriente y con fuerte respaldo.
En los medios de comunicación que sirven de vehículos a los publicistas, se les da luz verde a las medias verdades de la publicidad o a sus mentiras completas. Parte de la verdad se oculta en las letras menudas o en el doble sentido de palabras o de frases. El hecho mismo de que productos, personas o instituciones sólo aparezcan en su versión positiva y de que mañosamente se silencien sus debilidades, introduce la mentira como si fuera una habilidad profesional.
Los esfuerzos de la tecnología para descubrir las mentiras será un intento incompleto. Para eliminar estas semillas de desconfianza se necesitará algo más que la tecnología. Porque la raíz de la mentira, instrumento del mal, está en el corazón del hombre. Allí debe comenzar la cacería, porque es el lugar donde nacen el espíritu de verdad, lo mismo que el de mentira. VNC