Editorial

Cardenales de verdad

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Francisco ha presidido el séptimo consistorio de su pontificado en el contexto inédito de una pandemia que ha impuesto una austeridad extrema a la celebración en la basílica de San Pedro, a la vez que abría por primera vez la puerta a celebrar un acto semipresencial a través de las nuevas tecnologías, dado que las restricciones de movilidad impidieron que dos de los trece nuevos cardenales pudieran desplazarse hasta Roma.



Lo que no se ha alterado es la beligerancia y rotundidad con la que el Papa se ha dirigido a ellos, tanto en la ceremonia de imposición del anillo y la birreta que tuvo lugar el sábado 28 como en la eucaristía dominical. Francisco no les presentó su pantone púrpura como una condecoración por los servicios prestados, sino como un ejercicio de confianza y responsabilidad todavía mayor que no está al alcance de “los tibios, mediocres y mundanos”. Tal es la gravedad de la encomienda del Papa y la criba que implican esos calificativos, que no dudó en clavar la mirada a sus nuevos ‘fichajes’.

Es más, desde un acicate improvisado, les alertó de los muchos “tipos de corrupción” en los que pueden caer. “Ya no serás más el pastor cercano al pueblo, sino que te sentirás solo una eminencia. Cuando sientas esto, estarás fuera del camino”, les advirtió, teniendo como telón de fondo los dos recientes escándalos vinculados al cardenalato que han dado la vuelta al mundo: el Informe McCarrick y el caso Becciu.

Repercusiones globales

No es baladí el tono del Papa, a la luz de estos acontecimientos vinculados a los abusos sexuales y a la gestión financiera, las dos bestias negras a las que se enfrenta este pontificado desde sus inicios a golpe de reformas internas y constantes llamadas a la conversión personal y pastoral. Sobre todo, porque la Iglesia no se puede permitir que se repitan episodios similares entre quienes se revisten de múrice hoy y están llamados a pilotar mañana un futurible cónclave.

Nadie duda de que la Iglesia la conforman todos los cristianos, y son los creyentes de a pie quienes evangelizan con su testimonio de vida todos los rincones del planeta. Pero quienes llevan báculo y mitra gozan de una visibilidad tal que cualquier gesto que protagonicen, para bien o para mal, tiene repercusiones globales.

De ahí la importancia de que los 229 pastores del Colegio Cardenalicio perseveren en la humildad y el servicio en lo cotidiano con la encomienda de su ‘jefe’: someterse a la “espada afilada” de la verdad, “que “nos corta, nos cura, nos libera, nos convierte”. La verdad del Evangelio como listón de eminencia, transparencia y ejemplaridad para vencer cualquier lacra no solo en los pasillos vaticanos sino en el reclinatorio, en el bolsillo y en la conciencia de cada cardenal.