Editorial

2011 Año de la solidaridad

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En el pasado fin de año muchos eventos fueron cancelados o reducidos a una mínima expresión por respeto al drama de dos millones de colombianos víctimas de las inundaciones, y por solidaridad con ellos, a quienes se les dedicó el dinero que se iba a gastar en festejos no indispensables.

El año comenzó con la imposición del impuesto al patrimonio que obligará a 32 mil colombianos pudientes y con el aplazamiento del desmonte del 4 por mil, que afecta a un mayor número de personas, que así contribuirán a las acciones de ayuda y reconstrucción del gobierno a favor de los damnificados. Las voces de protesta que se suelen escuchar después de la imposición de cualquier impuesto, esta vez han sido escasas porque así lo impone un clima general de solidaridad.

Tanto la Cruz Roja Colombiana, como El Minuto de Dios, o Solidaridad por Colombia y otras entidades, han promovido y mantenido ese ambiente solidario, con tanta eficacia como la información periodística sobre la situación de los habitantes de las regiones inundadas. El espectáculo repetido, día tras día, de poblaciones enteras desplazadas por las lluvias, ha sido un instrumento pedagógico efectivo para convocar a la solidaridad. Y así tendrá que mantenerse a lo largo de 2011, año en que más fuerte que la lluvia, será el poder de la solidaridad.

Será un ejercicio saludable para un país marcado en el continente por ser el de los mayores índices de inequidad, un título que no se le otorga arbitrariamente a Colombia sino a partir de hechos. Uno de ellos fue el que destacó la discusión sobre el salario mínimo.

Las reacciones de los gremios económicos, de rechazo a la decisión del presidente Santos de elevar el salario mínimo en un 4%, fueron reveladoras. Insistieron los empresarios en que esos $20.600 de más que recibirán los trabajadores, aumentarán el desempleo y la inflación, a pesar de que en los años pasados los aumentos no han tenido impacto en el empleo, mientras la circulación de dinero lo mismo pudo ser vista como un estímulo para el consumo y la producción, o como un impulso para la inflación.

Esos aumentos mínimos no pusieron en peligro los vergonzosos títulos que exhibe el país: su salario mínimo es de los más mínimos del continente, y el del desempleo es el mayor índice continental.

Lo que se ha visto en este comienzo de año es el espectáculo nada ejemplar de unos empresarios incapaces de ver más allá de sus propias contabilidades, o de agremiaciones empeñadas en aprovechar las escaseces ocasionadas por las inundaciones de cultivos, para elevar los precios de sus productos.

El clima de solidaridad que se ha venido imponiendo mostrará el claro contraste entre dos fuerzas que presionan en la vida del país: la de los gremios económicos, ensimismados en sus cálculos; y la de esa sociedad que se está haciendo consciente de la necesidad de otro modelo económico, en que haya cabida para todos, incluidas las víctimas y los más débiles de la sociedad.