Testigos de 58 años de vida


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Ojear y hojear ejemplares de estos 3.000 que han aparecido semanalmente en los últimos 58 años es como ver desfilar los grandes hechos y personajes de la vida de la Iglesia en más de medio siglo.

Esta tarea de testigo de los tiempos liba del olvido –esa segunda muerte de los hombres y de sus acciones–.

Pero no solo eso: recuerdo todavía mi sensación al leer Vida Nueva en los tiempos del Concilio Vaticano II, casi me sentí testigo ocular de un hecho cargado de historia que le cambiaría el rostro a la Iglesia en el futuro.

El de José Luis Martín Descalzo era un periodismo vivo, lleno de pasión por la vida nueva que parecía reventar en cada día de concilio. Ideas casi anquilosadas, herrumbrosas por el desuso, entraban al aula conciliar y adquirían vida nueva ante los ojos de los lectores. Al contrario de los más brillantes relatos, estos estaban sucediendo y tendrían continuación en la revista de la semana siguiente. Y allí estaban como actores centrales de la apasionante historia Juan XXIII, Pablo VI o los teólogos con los que uno llegó a familiarizarse a fuerza de verlos y leerlos: Küng, Rahner, Daniélou, Congar, Schillebeeckx, Chenu, Ratzinger.

También, como les pasa a los aficionados al futbol con los #10 de las alineaciones, uno se emocionaba al paso de Suenens, Hélder Camara, Lercaro, Juan XXIII o Montini, después Pablo VI.

Así, el ejemplar semanal de la revista se acababa demasiado pronto y comenzaba la ávida espera del número siguiente. Semana tras semana, año tras año del concilio, la revista hacía sentir que por la Iglesia circulaba un aire nuevo; que en ella se escuchaban voces nuevas, que se estaban descubriendo tesoros nuevos. Cada edición te compartía una dosis de vida nueva. A veces llegaba con sobredosis como sucedió, después del Concilio, con aquella edición de 100 páginas sobre la visita de Juan Pablo II a España.

“Profeta es el que rasga la piel de los hechos para descubrir lo que tienen por dentro”

Al recordar los grandes episodios de la vida de la Iglesia, que han pasado por estas páginas compruebo que la mayoría de ellos los había visto en los diarios y en la televisión, pero aquí se veían bajo una luz diferente, la de la profecía.

Si profeta es el que rasga la piel de los hechos para descubrir lo que tienen por dentro, la de Vida Nueva ha sido una acción profética. Tal vez ahí está la clave de su atractivo y novedad. En sus páginas no sólo se registran los hechos, también se explora su sentido, se descubren sus proyecciones y se revela el lugar que ocupan dentro de la historia de la salvación.

De aquellos tiempos en que me asomé al aula conciliar a través de la ventana ancha que me abrió Vida Nueva, conservo una sensación hecha recuerdo que se ha hecho más intensa con los años, especialmente en los últimos con la aparición de Vida Nueva Colombia y es la de Vida Nueva como escuela de periodismo religioso.

Escribía Furio Colombo sobre la noticia religiosa que “sigue siendo una noticia en silla de ruedas empujada sobre una alfombra roja y cubierta con un ramo de flores”. Cuando leí esta crítica volví a ver esa gran noticia religiosa que fue el Vaticano II, conocida en Vida Nueva; después recordé las noticias sobre los Vatileaks y los motivos de la renuncia de Benedicto XVI y, más recientes, las informaciones sobre las religiosas violadas en África, o los escándalos de pedofilia clerical, o aquel pliego sobre las víctimas de la Iglesia. Son algunos pocos ejemplos que me hacen ver que en Vida Nueva la noticia no va en silla de ruedas ni sobre una mullida alfombra. En sus 58 años ha afinado esta revista un tono y un estilo calcados en aquella palabra evangélica: “la verdad os hará libres”. Tal vez esta sea la clave de la calidad periodística de Vida Nueva: es libre porque está comprometida con la verdad de la vida de fe; e informa con verdad porque es libre. Un círculo virtuoso que explica su atractivo y permanencia.