Profesar la fe, y la no fe


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El imperativo de conciencia que ordena proclamar la fe en Jesucristo dio lugar a las actitudes extremas como la de convertir esa profesión de fe en propaganda, con todos los vicios y excesos de los propagandistas. Dogmáticos e intolerantes, esos propagandistas se sienten dueños de la verdad y habilitados para condenar al fuego eterno a los que no creen en la verdad que ellos proclaman. Maniqueos, dividen el mundo en dos hemisferios: el de los buenos -desde luego, el de ellos- y el de los malos, o sea los que no militan a su lado. Desde esta actitud encuentran lógica la destrucción de sus contrarios, los malos, para que solo sobrevivan los buenos. Este ha sido el argumento legitimador de las guerras de religión, con esa fundamento se encendieron las hogueras de la inquisición; por eso se escribieron los índices de libros prohibidos y se silenciaron las voces de los que, según ellos, no seguían la recta doctrina; y se abrieron las celdas y cárceles de la intolerancia.

Estas fueron algunas de las desviaciones y errores que resultaron de una comprensión espuria de la profesión de fe.

Hoy se extiende con la fuerza de una nueva cultura otra clase de profesión: la de la fe en la no fe. Parece de buen ver hacer explícita y manifiesta la no creencia. Hace parte de las presentaciones en sociedad de buenos escritores, columnistas y ensayistas, que advierten a sus lectores para que no haya equívocos: no soy creyente, soy ateo, carezco de convicciones religiosas, lo cual, desde luego, es legítimo. Cada quien es libre de manifestar y de mantener en su intimidad su posición religiosa o arreligiosa. En el texto constitucional es un registro del avance de una nación en materia de derechos humanos y de tolerancia, afirmar que nadie será molestado por sus creencias religiosas. Igual habría que  entender ese derecho para los otros: nadie será molestado por no creer.

Pero ese legítimo derecho a la proclamación de la no fe se pervierte cuando se convierte en propaganda e intolerancia. También en este caso el propagandista incurre en arrogancia e intolerancia cuando pretende imponer a golpes de inoportunidad, de burla o de rechazo, su fe en la no fe. Como aquellos creyentes fanatizados, el no creyente tiene su propia división del mundo en dos hemisferios: el de los retrógrados, oscurantistas, ignorantes y crédulos que viven en las tinieblas medievales de la superstición y la inanición intelectual. En el otro hemisferio, el suyo, están los progresistas y avanzados, los inteligentes, razonadores y libres de prejuicios que salieron de las oscuridades del fanatismo y que aportan a la humanidad la luz del pensamiento libre.

 

Tolerancia respetuosa

Entre esos dos extremos de la intolerancia, el de los que quieren imponer su fe y el de los que sueñan con una sociedad sin fe, está creciendo en el mundo la tolerancia respetuosa y activa que mira las diferencias como una riqueza de los humanos, aunque a primera vista no se logre precisar la naturaleza de esa riqueza.

Cuando el papa Francisco concluyó su primera rueda de prensa con periodistas de todo el mundo, estos escucharon con asombro y satisfacción cómo se dirigía con afecto, respeto y franqueza a los alejados de la religión y a los ateos que había en aquella sala. No había reproche, ni ánimo propagandístico en su acento, solo una inmensa comprensión y cordialidad para decirles que a todos les impartía su bendición, como un gesto amistoso de quien les daba lo mejor que tenía para compartirles en ese momento, que era una bendición.

El aplauso con  que los periodistas recibieron el gesto y el lenguaje de Francisco, fue una clara demostración de que recibían con alivio y agradecimiento esta expresión de tolerancia activa.

En esta edición de Vida Nueva se registra, por otra parte, el lema con que Conaced Bogotá-Cundinamarca resume sus propósitos de este año en sus colegios. Promoverá entre sus alumnos una operación de sinceridad para precisar “en qué Dios se cree y en qué ídolos no se cree”, Entre la griterías de los fanáticos que utilizan la fe o la no fe para excluir, condenar o anatematizar, será liberador ese proceso de buscar hasta hallarlo, el Dios en que se cree, y detectar el rostro, el lenguaje y las maneras de los ídolos que pretenden inspirar una fe contrahecha.

No es asunto secundario, por el contrario, tiene más consecuencias de las que aparecen a primera vista. Creer o no creer, creer con tolerancia activa para los que han recibido la fe, y creer con esa misma tolerancia creadora para los que han rechazado o no han recibido el don de la fe, es un comienzo de humanización y un aporte esencial para una sociedad decente.