Olga Lucía, la sacerdotisa


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Ante esta mujer, tan vital y entusiasta que nadie diría que ha vivido 70 años, y hoy rodeada de escándalo por su condición de sacerdotisa, el obispo Gerardo Valencia no se habría indignado.

Olga Lucía ha evocado la figura de su maestro al responder mi pregunta de entrada, una de esas que se hacen para romper el hielo:

¿Cómo le digo: Olga Lucía, Reverenda, Madre, Sacerdotisa? ¿Cómo?

La gente en la comunidad me dice por mi nombre, incluidos los niños. Los que no me conocen dicen Reverenda, o Madre. Así lo aprendí de un amigo suyo que lo apreció muchísimo: Gerardo Valencia Cano.

En efecto, este obispo de Buenaventura, muerto en un accidente aéreo, asumiría hoy el hecho de la ordenación sacerdotal de Olga Lucía por parte de la obispa Budget Mary a comienzos de 2010 con el mismo espíritu audaz con que aceptó servirles de apoyo a los sacerdotes de Golconda, un grupo que asombró y exasperó a la jerarquía con sus propuestas políticas y sociales de avanzada a comienzos de los años 70.

Olga Lucía fue su discípula en la Unión Seglar de Misiones que él había fundado. Fue el hogar espiritual de la joven vendedora de Tejicondor cuando decidió imprimirle a su vida un rumbo radicalmente distinto. Después sería secretaria en la oficina que ella recuerda como de Teología de la Liberación, un sitio en el que afluyeron las primeras inquietudes sobre esa forma de pensamiento dentro de la Iglesia. Por eso cuando tras una intensa actividad apostólica conoció la existencia de la red mundial de sacerdotisas católicas, que ya contaba con 230 mujeres ordenadas, sintió que había encontrado lo que siempre había buscado.

“¿Hacía falta en la Iglesia católica la institución del sacerdocio de la mujer?”, le pregunto haciéndome eco de la opinión de los sectores que rechazan a las sacerdotisas, por innecesarias y por su posición contraria a la disciplina y tradición eclesiástica:

La institución del sacerdocio femenino siempre ha estado en la Iglesia Católica. Que no se quiera reconocer institucionalmente es otra cosa. En el ministerio de Jesús no faltó la presencia de las mujeres, le ayudaron con sus recursos económicos (Lucas 8, 1-3). Se ha querido presentar a san Pablo como un misógino, lo que no es cierto, ya que es quien más mujeres menciona y reconoce la labor ministerial que hacían al servicio, crecimiento y fortalecimiento del Reino de Dios.

Por los años en que se celebraba el Concilio Vaticano II una doctora en teología, la señorita Munch, presentó ante las autoridades eclesiásticas en Roma una solicitud formal para ser ordenada sacerdote. Si bien no obtuvo respuesta, puso el tema sobre el tapete de lo discutible. Quizás ese sea uno de los antecedentes de la red mundial de sacerdotisas con la que Olga Lucía hizo contacto en 2008 a través de internet.

Pero acceder al sacerdocio por medio de la Red Mundial de Sacerdotisas tuvo su proceso.

Según ella recuerda, debió demostrar su experiencia apostólica y su formación religiosa y teológica, el consentimiento de su familia, referencias de personas conocidas, le exigieron el pasado judicial y certificados médicos sobre su salud física y mental. Entre todas estas certificaciones tuvo que incluir la historia de su paso por la Iglesia Anglicana y de sus correrías con los misioneros de monseñor Valencia Cano.

Hoy celebra la eucaristía en los numerosos lugares a donde la invitan, se siente rodeada por las personas que la conocen y que creen en su ejercicio pastoral, pero no puede evitar que la sigan con curiosidad, con extrañeza y, en algunos casos, con hostilidad. Está viviendo la soledad y las resistencias de todos los pioneros. Quienes comentan sobre Olga Lucía suelen pensar que aún no es tiempo para las sacerdotisas y que su presencia en un altar resulta traumática, rompe esquemas y parece violar una larga tradición, ¿es así?

No es la gente quien no acepta la figura del ministerio sacerdotal femenino. Es la iglesia institucional.

Se escucha por los pasillos decir que: “el sacerdocio femenino ha sido un fracaso, y las iglesias no han crecido”, comentando acerca de la experiencia en otras iglesias. El sacerdocio es servicio, en y para el Reino de Dios, en el anuncio de la Buena Nueva, no para que crezcan las iglesias.

Mi experiencia en el ministerio es y ha sido totalmente diferente y muy enriquecedora. Es la comunidad la que solicita mis servicios y acompañamiento, espiritual y pastoral.

La veo como alguien que inaugura un futuro y que paga el precio por hacerlo demasiado temprano.