O pequeña grey o masa


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Lo esencial: dar testimonio del Evangelio en un mundo con necesidad de experimentar la misericordia infinita de Dios

La deserción del 15% de los católicos en 18 países, entre 1970 y 2014, es un hecho que se da como una noticia que demuestra el retroceso de la Iglesia y una pérdida progresiva de su vigencia.

Así lo destacan los medios de comunicación y lo han incorporado a sus preocupaciones sacerdotes, religiosos, obispos y laicos comprometidos.

Unos y otros reaccionan como los ejecutivos de negocios ante la caída de sus ventas y la deserción de su clientela; más contemporáneamente les pasa lo mismo a los tuiteros cuando pierden seguidores o a los medios de comunicación que contemplan desolados la pérdida de audiencias o de suscriptores.

La Iglesia se puso al nivel de esas instituciones que miden su éxito o su fracaso por el alza o caída de las cifras de aceptación o de consumo de sus productos, y con evidente suficiencia proclamó y sigue proclamando que entre las religiones es la primera en el mundo. “¿Ut quid hoc ad aeternitatem?”, solían preguntar con escepticismo los viejos monjes medievales ante los nuevos tratados doctrinales y los sermones rimbombantes de los oradores sagrados de moda. ¿De qué sirve para la eternidad ese engolosinamiento institucional en aparecer más numerosos que los otros y en aparecer en las cumbres estadísticas? ¿Significa esto acaso, la llegada y consolidación del reino de Dios?

Si se utiliza el lenguaje del papa Francisco, ese envanecimiento por las altas cifras de bautizados en el mundo, o ese toque a somatén por la caída de esos números, intensifica la autorreferencialidad y pone a la Iglesia al mismo nivel de la empresa que llora la caída de sus ventas, o del negocio que se siente en quiebra cuando ve alejarse la clientela.

Así, el bautismo de un pagano, o la conversión de un alejado, ¿qué significan? ¿Un triunfo de la Iglesia? ¿O la vida nueva para unas personas?

Esa autorreferencialidad, ese permanente razonamiento institucional que convierte a la Iglesia en un fin y olvida su naturaleza de medio, hace del pastor un cazador que día a día suma las piezas cazadas como demostración de su éxito; lo mismo que cualquiera de esas empresas que se sienten exitosas cuando las cifras crecen y viven para obtener ganancias contantes y sonantes.

Suena absurdo, pero los términos de esa clase de acción pastoral llevan a una interminable auditoría para medir el éxito pastoral con cifras de almas, contantes y sonantes, con las que se enaltecen la eficacia y el poder de la institución.

Pero la idea que Jesús tenía en su cabeza era otra, al describir a los suyos como “pequeña grey”, o al compararlos con la más pequeña de las semillas, el grano de mostaza; o al llamar la atención sobre la actividad de la sal y de la levadura que, en pequeñas cantidades y con un proceso silencioso pero eficaz, transforman y dan sabor a la masa.

Jesús no manejaba en su imaginario grandes e imponentes masas sino pequeños e influyentes grupos de discípulos; y se puede suponer que tampoco estuvo dentro de sus proyectos la aparición de una poderosa institución, sino algo parecido a la luz que se enciende en lo alto de una montaña, pequeña pero radiante, para orientar a todos.

Sentirse muchos, constituir el grupo de los más, nunca fue bueno para la Iglesia porque ser mayoría la volvió masa, con lo que esto trae de autosatisfacción, de pasividad, inacción o sueño sobre laureles y, en últimas, de regodeo en el poder.

Vuelta sobre sí misma, encerrada en su exclusiva visión del mundo y de la historia, puso en peligro su vocación universal, de apertura a los otros, sobre todo a los de la periferia, los primeros en el reino anunciado por Jesús.

Desde esta perspectiva, entretenerse en la contabilidad de los que entran y de los que salen de la institución parece una peligrosa distracción del gran objetivo trazado por Jesús: anunciar a todos los hombres la buena noticia del reino, un propósito que no supone contabilidades.

Cuando la prensa airea esas contabilidades y en la Iglesia cunde la preocupación, es evidente que se ha vuelto necesario volver al Evangelio para redescubrir en las palabras de Jesús el sentido de lo pastoral y de la evangelización. Es lo que ha reiterado el papa Francisco: “Lo esencial, dar testimonio común de Cristo y del Evangelio en un mundo que tiene tanta necesidad de experimentar la misericordia infinita de Dios”. Lo dijo a los representantes de una de las iglesias protestantes adonde han emigrado católicos de nuestro tiempo.