Misa en la Plaza de la Revolución


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“Vieron a Fidel, de pie, con los brazos levantados hacia el cielo mientras recitaba con todos el Padre Nuestro”.

La misa celebrada por el papa Francisco en la Plaza de la Revolución rompió en dos la historia de ese lugar. Mirada como el epicentro de la rebeldía política y como un símbolo de las guerras de liberación de América Latina, con esa misa adquirió un nuevo perfil: el de un escenario de reconciliación.

Los cientos de miles (¿un millón?) de cubanos que se concentraron allí para cantar, orar y gritar vivas, bajo la mirada omnipresente del Che Guevara y a la sombra de los símbolos y banderas de la revolución, debieron sentir que en Cuba muchas cosas están cambiando.

Eran niños los más viejos de los presentes cuando también era niña la revolución que quería protegerse contra posibles influencias dañinas, por ejemplo, lo religioso. Combatieron ese temor los delegados del primer congreso del Partido Comunista cubano de 1976 al proponer “la erradicación de las creencias religiosas mediante la propaganda del materialismo científico”.

Los cincuentones que participaban en la misa papal debieron recordar que en su escuela les enseñaban que hace 2.000 años hubo un rumor sobre la existencia de Cristo, un supuesto hijo de Dios. “La ciencia ha probado, sin embargo, decían los maestros con aire dogmático e incuestionable, que Cristo nunca existió. Muchas personas creyeron esas leyendas y cuanto se relata sobre él”.

Así se habían educado en aquel imperio del socialismo científico que, en nombre de la razón y de la ciencia, pretendía borrar de la conciencia de los niños el nombre de Cristo. Pero ahí estaba, en la misma plaza en la que parecía conservarse el eco de las voces de Fidel y de todos los líderes de la revolución.

Si uno se atiene a las estadísticas puede seguir el paso de esa campaña de ateísmo. En 1959 había en Cuba 800 sacerdotes; 31 años después quedaban 250, como para que los obispos comenzaran a  cerrar parroquias y diócesis.

En 1959 había 2.000 entre religiosos y religiosas; 31 años después quedaban 400.

Los que han conversado estos temas con Fidel Castro le han oído decir que se trataba de una campaña defensiva: “las escuelas y universidades se habían convertido en focos contrarrevolucionarios”. Según el viejo líder, la religión puede ser “opio o remedio milagroso, en la medida en que se utilice para defender a los explotadores o a los explotados”. Un párroco en Trinidad, una bella y muy vieja población costera, está seguro de que ese ateísmo militante llegó hasta 1992.

¿Es la misma fecha que recuerdan todos los que están concentrados en esta enorme plaza para participar en la misa celebrada por el Papa, cuya voz domina ahora todo el espacio? Alguno de ellos debe estar ahí porque es catequista muy activo, me dijo hace un tiempo: “aquí puedes ser creyente pero pierdes derechos”.

– ¿Cómo es eso?

– Un cristiano no puede entrar al Partido Comunista, por ejemplo. Ser cristiano también crea problemas en la universidad o a la hora de pedir trabajo. Eso lo sabe uno desde niño. En los niños pioneros el cristiano no puede usar la pañoleta.

– ¿Por qué?

– Porque  aquí en un cristiano no se puede confiar.

A Fidel le preguntaron: “¿Es cierto que en el PCC no se admiten cristianos?”. Entonces respondió tajante: “Es cierto, no se admiten”.

Al recorrer con la mirada las inmensas muchedumbres de cubanos en  La Habana o en Holguín,  congregadas por el Papa, se puede pensar que esto está cambiando.

Los fidelólogos que recogen devotamente anécdotas, frases y episodios de la vida de Fidel, se desconciertan.

De su infancia recuerdan cuando escribía carta a los reyes magos; como presidente, visitó el viejo colegio de los jesuitas donde estudió su bachillerato, y lo encontró convertido en un muladar. Indignado, ordenó que volviera a su apariencia de capilla. Y los que asistieron a una ceremonia ecuménica celebrada en São Paulo, lo vieron de pie, los brazos estirados hacia el cielo mientras recitaba con todos, el Padre Nuestro.

Alguien le oyó decir: mi pelea es con la Iglesia no con Cristo. No me quedé en la Iglesia, pero me quedé con los principios de Cristo.

Cuando la misa terminó, nadie quería moverse de su sitio en la majestuosa Plaza de la Revolución. Aún resonaban las palabras del Papa en su homilía: “dejemos que la mirada de Jesús recorra nuestras calles; dejemos que su mirada nos devuelva la alegría, la esperanza, el gozo de la vida”. Con Francisco, Jesús, ese ser negado por el ateísmo científico, había llegado a Cuba.