Memorando sobre el Chocó para Francisco


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El Papa podría incluir en el itinerario de su visita a Colombia en 2017 un viaje al Chocó. Alguno de sus asistentes tendrá que preparar un memorando sobre el panorama humano que sus ojos verán al aterrizar en Quibdó o, si es el caso, al desembarcar en algún caserío a orillas del Atrato.

Pensando en todo eso y después de ver y leer el informe multimedia de Ginna Morelo, de la Unidad de Datos de El Tiempo, sobre el hambre en el Chocó, creo poderle ofrecer al memorandista del Papa algunos datos. La idea me la sugirieron algunos de los chocoanos entrevistados por la periodista que, dijeron, tienen la ilusión de que la visita papal contribuya a un cambio de su situación.

Santo Padre: a su llegada al Chocó encontrará una población ilusionada, festiva y afectuosa. Les oí decir que su visita del año próximo cambiaría sus vidas.

Su vida de ahora ha perdido las condiciones amables que tenía hace doce años, cuando los embera katíos que hoy viven en la periferia de Quibdó tuvieron que huir y abandonar lo que tenían para salvar sus vidas. Desde entonces todo cambió. Tenían comida en la huerta que cultivaban, peces en el río en que pescaban y guagua en el monte, que cazaban con ayuda de sus perros. No era raro que en su mesa se sirvieran el bacalao y el caracol en leche de coco, el borojó y el chontaduro.

Hoy esa población padece de hambre. Los grupos armados que los expulsaron de sus tierras servían a los intereses de poderosos cultivadores, cubrieron grandes extensiones con sembrados industriales o con ganado, mientras sus verdaderos dueños, reducidos a la mendicidad, hacen largas filas para recibir unos mercados con alimentos extraños y escasos; o se esfuerzan para pagar en el mercado público 40 mil pesos por cuatro bacalaos medianos.

En Chocó 35 de cada 100.000 niños mueren por desnutrición aguda severa

Los grupos armados no son el único azote de los pobres en el Chocó. Cuando el Gobierno destinó 28.000 millones para la alimentación de los niños se pudo pensar que no resolvería el problema, pero que proporcionaría un alivio. La realidad es otra. La institución oficial, el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar, y el gobernador local, están cercados por las demandas de 52 contratistas apoyados por los políticos de la región, que han convertido la entrega de los alimentos en su negocio. Así, las comidas escasas que los niños encuentran en los comedores comunitarios no han logrado contener el mal que produce una mortalidad de niños por hambre, de 35 por cada 100.000. En otra región del país, La Guajira, mueren de hambre 32 por 100.000 niños indígenas.

He detenido su atención sobre estos detalles, papa Francisco, porque ellos explican por qué se puede morir de hambre en una región con riquezas naturales suficientes para mantener con vida a toda su población, especialmente a los niños. No sucede así porque se suman la violencia de los grupos armados, la avidez sin límite de empresarios agrícolas y la corrupción de funcionarios y políticos.

Cuando los chocoanos se ilusionan por su visita, no esperan el milagro de la multiplicación de los panes y peces escasos, sino el de cambiar unos corazones y mentes obsesionados hasta el delirio por el poder que da el dinero.

En su encíclica Laudato si’ se lee el diagnóstico claro:

1. La adoración del dinero, como dios que enajena las conciencias, provoca los atentados contra la naturaleza.

2. Esos atentados repercuten cruelmente en los pobres.

“El impacto de los desajustes actuales se manifiesta también en la muerte prematura de muchos pobres, en los conflictos generados por falta de recursos y en tantos otros problemas que no tienen espacio suficiente en las agendas del mundo” (LS 48).

Por tanto, esos habitantes negros e indios del Chocó, la periferia de nuestra sociedad, recibirán su visita festivos, afectuosos e ilusionados. Están seguros de que su presencia, su palabra y el amor de Dios que usted anuncia cambiarán los corazones y, a la larga, nos liberarán a todos de la vergüenza y el dolor de ver que los niños indios y negros mueren de hambre.