Aunque el fundamentalismo pretenda ser grave y severo, en realidad siempre es superficial, es una simplificación de la complejidad y busca el poder de la afirmación. El fundamentalismo y el tradicionalismo tienen un efecto destructivo de las religiones. La respuesta no es la polarización, sino la profundización. Gran parte de las resistencias que se producen contra la reforma y profundización proceden de la superficialidad.
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Las reformas se emprenden por justicia, pero se consolidan por profundidad. Las transformaciones que el Espíritu ha ido moviendo en los últimos años en la Iglesia católica siempre han mostrado un reto principal: profundizar en comprender la más radical realidad de la familia, la ecología, la fraternidad, la sinodalidad, y así todo. Ello requiere que seamos profundamente realistas, y eso solo sucede si nos movemos hacia las realidades, las acogemos y entramos en una intensa experiencia de las mismas. Los cambios culturales que supone requieren que el Pueblo de Dios tenga una formación mucho más honda.
Para ello, es crucial la experiencia de Dios y Pueblo de Dios, el servicio, y unirnos a los pobres y sufrientes para mirar desde su perspectiva y vivencia. Pero también es crucial que haya líderes y pastoralistas católicos que estudien teología. Los retos que tenemos por delante necesitan una formación más elevada, capacidad para comprender a fondo lo esencial, una razón y fe más amplias y capaces de hablar más variados lenguajes en un mundo tan diverso.
El porcentaje de laicos con estudios de teología es excesivamente bajo. Afortunadamente, la Santa Sede ha abierto la posibilidad de estudiar con metodologías digitales la teología, y las facultades están ofreciendo dicha posibilidad con inmediato éxito. Ahora es preciso que el Pueblo de Dios aprecie mucho más la formación e invierta tiempo y recursos en ello. Se necesita una revalorización de la formación teológica.
