Más que la plata y el oro


Compartir

pessoaspositivas

 

Jesús habla de las riquezas como si no conociera dinero limpio

Cuando la minera Gran Colombia Gold se queja con irritación porque los habitantes de Marmato duermen sobre 21 millones de onzas de oro y 90 millones de onzas de plata, no se sabe qué les ofende más: si el retraso de sus obras de explotación de los metales preciosos o la incomprensible inconciencia de personas capaces de dormir sobre un tesoro, porque a ellos el oro y la plata los desvelan, lo mismo que a los socios de las otras mineras y a todos cuantos profesan, como una religión, el culto al poder del dinero.

Se necesitaría la lucidez del expresidente uruguayo, José Mujica, para proclamar que los males del mundo en gran parte se deben a esa obsesión por atesorar y que ser pobre no es carecer de bienes sino tener menos necesidades.

Las poblaciones que, de modo militante, se están oponiendo a las explotaciones de las mineras a pesar de la ofensiva legal del Gobierno y de las amenazas de la Procuraduría son grupos humanos que han definido claramente sus prioridades, de modo que para ellos, al contrario de lo que sucede en el resto del mundo, lo primero no es el dinero y, entre ríos de oro y plata y ríos de agua pura, prefieren el agua y se muestran dispuestos a dar la batalla en favor del agua y en contra de los que para obtener los metales no vacilarán en destruir la naturaleza.

Aunque desde los escritorios oficiales, llenos de cifras y de cálculos, la posición de estas gentes se mire y califique como un desvarío, lo cierto es que se trata de una actitud con antecedentes dignos de consideración.

El poeta nicaragüense Ernesto Cardenal, en un poema recientemente publicado (Cf. Vida Nueva 118, pág. 48) sobre la actividad pastoral del obispo Vasco de Quiroga durante la conquista, entre los indígenas de Pátzcuaro, en México, recogió uno de los hechos reveladores del alma y de la cultura de los pobladores de este continente: “No tienen jefes ni capitanes de guerra, cada cual es señor de sí mismo, sus riquezas son plumas de pájaros de muchos colores, pero desprecian las perlas y el oro”.

Contrastaba con ese feliz desprendimiento la pasión enfebrecida de aquellos cristianos españoles obsesionados por bautizarlos y por el oro que, imaginaban, debían esconder con astucia. ¿Pero quiénes estaban más cerca del pensamiento cristiano: aquellos nativos paganos o los ávidos conquistadores españoles que se preciaban de ganar un mundo para su Rey y almas para Cristo?

El pensamiento de Jesús se parece más al de los indígenas y al del expresidente Mujica que al de los muy creyentes agentes del Rey y del Papa de aquellos remotos tiempos bárbaros.

Riqueza y deshumanización

Anota Pagola en El camino abierto por Jesús, Marcos que Jesús habla del dinero como si no conociera dinero limpio: sólo se le oye hablar de “dinero injusto” o de “las riquezas injustas” o del “dinero (mamona) de iniquidad”.

Su posición es radical: “No se puede servir a Dios y al dinero”. Es una posición que choca con el sentido común infiltrado hasta los tuétanos por la veneración y culto al dinero. Y a pesar de los esfuerzos para hallarle un atenuante a ese crudo dilema, las razones de esa descalificación del dinero hunden sus raíces en hechos contundentes como el poder deshumanizador de las riquezas.

En cuanto aparece el dinero se ponen en riesgo las relaciones con las otras personas y la visión misma del mundo y de los otros, salvo que intervenga la más eficaz forma de librar al dinero de sus demonios: compartirlo.

El dinero, además, termina sustituyendo a Dios y acaba siendo Dios, él mismo. Convierte en templos los lugares dedicados a su depósito y manejo y hace de los que trabajan con él sus sacerdotes, puestos de modo total a su servicio.

Cuando Jesús mandó a sus discípulos a anunciar la buena nueva por el mundo no se tomó el trabajo de decirles qué llevar para esa misión; pero sí les dijo qué no llevar: “No toméis oro ni plata ni cobre en vuestras fajas” (Mateo 10, 9).

Las mineras no tiene por qué asombrarse, aunque no lo crean es posible la vida sin oro y sin plata. Más aún, esa otra manera de vivir que Jesús vino a anunciar comienza cuando el espíritu humano llega a la libertad suficiente para prescindir de estos elementos que el mundo de hoy considera indispensables.

Desde este punto de vista, todas esas poblaciones, que frente a los dueños del subsuelo proclaman que los bienes del suelo son suficientes y deben ser defendidos, están bien encaminadas.