Los límites del poder


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¿Por qué un hombre que ha llegado al poder, renuncia a él como conclusión de un dilema ético? ¿Puede ser más fuerte una idea que la pulsión natural de los humanos por el poder?

En todas estas cosas pensaba a medida que avanzaba  la conversación con el expresidente boliviano Carlos Mesa, personaje central del reportaje que  aparece en esta edición de Vida Nueva.
El encuentro con este personaje fue una ocasión privilegiada para pensar en los límites del poder, entre ellos ese que aparece en el dilema ético que le quitó el sueño y la presidencia: o recupera el orden en su país con las armas, contrariando su conciencia, o fiel a sus principios  incumple el mandato constitucional que le ordena recuperar el orden.
Entre estos dos extremos, surgió la decisión de renunciar que, a su vez, aparecía, no como una solución sino como una azarosa encrucijada: por un lado su juramento constitucional lo obligaba a trabajar por la paz y la unidad de la nación, por el otro, la renuncia obedecía a su decisión de que el poder asumido por él no se mancharía con sangre. ¿La candente disputa por la nacionalización de los hidrocarburos y por el cierre del congreso, había vuelto inviable el poder presidencial en Bolivia? ¿Ejercer el poder conduciría necesariamente a la violencia? A la vista estaban la incursión armada y letal ordenada por el presidente Obama contra Osama Bin Laden o los episodios ominosamente semejantes de los bombardeos a los campamentos de Raúl Reyes y del Mono Jojoy. Son historias en que el poder resulta ligado a la violencia. Más aún: fortalecido por ella.
Y este fue el poderoso sofisma que  el presidente Mesa enfrentó: que el poder necesita de la fuerza. Ya lo había estudiado desde la cátedra la filósofa Hannah Arendt cuando comparó dos poderes: el del ejército y el de las bandas de pistoleros. En ambos el poder surge de la boca del fusil, como proclamó Mao Tse Tung. Y concluía: “si la esencia del poder es la eficacia del mando, no hay poder más grande que el que emana del cañón de un arma, y será difícil decir en qué se diferencian la orden de un policía y la de un pistolero”.
El presidente Mesa se enfrentó a esa dura apariencia del poder y se sintió solo: eran todos contra él, una forma extrema del poder; pero al mismo tiempo tuvo ante sí la forma extrema de la violencia, la del uno contra todos cuando le propusieron ser el pistolero mayor, al mando del ejército y en contra de todos los que perturbaban el orden del país.
Su predecesor había aceptado ese papel con el argumento de que era su obligación constitucional recuperar el orden y de que disponía del respaldo que le daba el uso legítimo de la fuerza. Pero los muertos que ocasionó su ofensiva se volvieron contra él y podrían fundamentar una condena de 30 años de  prisión. ¿Sería esta una sentencia política o una acción de justicia?
Palpita en el fondo de esa expectativa de los bolivianos, la idea que la filósofa subraya al distinguir  entre violencia y poder. El pensamiento del presidente Mesa es claro: no se pueden confundir. El ejercicio de la fuerza no hace un Estado, ¿pero si no es la fuerza, cuál puede ser el fundamento real de un Estado?
Bertrand de Jouvenel se pregunta como historiador y como antropólogo sobre los orígenes del poder y concluye con Aristóteles que la familia es la sociedad natural. Afirmación que toma Rousseau para decir que “la más antigua de las sociedades y la única natural, es la familia”. Por tanto la autoridad del paterfamilias resulta ser el más primitivo antecedente del poder y la clave para descubrir su naturaleza.
¿Sintió acaso el presidente Mesa que él se debía a todos los bolivianos y no solo a sus seguidores, lo que lo habría acercado a la vieja política, sino a todos, fueran del bando que fueran?
Si lo pensó así, regresó al sentido original del poder, ejercido por el padre de familia. Resulta lógico, por tanto, que si ese poder es lo contrario de la violencia, en una situación en que la violencia aparece necesaria para conservar el poder, debe renunciarse al poder. Tal fue la lógica de la renuncia del presidente Mesa, una lógica que trae de la mano el principio evangélico sobre el poder,  que alcanza su máxima dignidad y fuerza cuando se transforma en servicio. VNC