La comunión del divorciado


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Los divorciados vueltos a casar estuvieron en el aula sinodal en donde se había formulado una bella descripción del matrimonio sacramento.

La solicitud de los divorciados, que quieren acceder a la eucaristía, parecía entrar en abierta contradicción con una tradición de siempre: la eucaristía se recibe después de la purificación que logra el sacramento de la reconciliación, por tanto es premio para los que han confesado sus pecados y hecho penitencia por ellos.

Esa tradición es la que se puso en cuestión ante la solicitud de los divorciados vueltos a casar. Su acceso a la comunión entraba en contradicción también con otro lugar común. Estas personas son vistas no solo como sujetos de una situación irregular, sino de pecado. Dentro de la rigurosa y severa lógica tradicional, puesto que están en pecado, no son dignos de recibir la eucaristía.

En ese contexto es explicable la reacción de rechazo que recorrió el aula sinodal; también resultó lógica la vehemencia de la discusión que siguió y que el propio papa Francisco agradeció como una expresión de vitalidad eclesial; por eso pudo ser seguida con serenidad, según testimonió el propio Pontífice.

En ese momento iban a tener aplicación las repetidas expresiones de Francisco sobre la misericordia y la compasión, sobra la Iglesia como casa abierta que recibe a todos sin excluir a nadie, en la que los sacerdotes no se dejan convertir en agentes de aduana, más dispuestos a cerrar las puertas que a abrirlas.

Fueron las dos visiones que se enfrentaron, dentro de un propósito común: encontrarles soluciones pastorales a los problemas de las familias y matrimonios de hoy.

Los padres sinodales debieron examinar, entre otros, dos puntos claves: sus ideas pastorales sobre la eucaristía y su actitud ante los divorciados.

La pastoral de la eucaristía

Dieron por supuesto que su fe en el misterio eucarístico no estaba en cuestión; pero las prácticas pastorales sí. El obispo Johan Bonny, de Amberes, en una carta sobre el sínodo (ver Vida Nueva Colombia 108, pág. 8 y siguientes) adelantó la pregunta que ocuparía la atención del sínodo: “¿Esta es una cuestión basada en la doctrina o es solamente una cuestión de disciplina?”.

La pregunta se funda en una duda: ¿la eucaristía debe ser administrada como premio a la pureza o como un alimento para débiles y necesitados de ayuda?

Para el obispo Bonny, los divorciados “necesitan la eucaristía para crecer en unión con Cristo y con la comunidad de la Iglesia, y para asumir su responsabilidad como cristianos en su nueva situación”.

Se pregunta, además, este obispo (¿también lo hicieron otros obispos durante la discusión del tema?) si estas prácticas tradicionales responden a la intención de Jesús con respecto a la eucaristía; y alude a la compañía de pecadores y publicanos que acompañaban a Jesús en la mesa; y a sus repetidas expresiones sobre la invitación a comer que hacía a pobres, tullidos, cojos y ciegos. También invoca el obispo de Amberes la apertura y compasión con que Jesús invitaba a la mesa común en el Reino de Dios.

Tienen tal fuerza estas referencias del Evangelio que Bonny concluye: “estoy convencido de que la Iglesia tiene un mandato de explorar cómo puede dar curso a la eucaristía para divorciados y vueltos a casar”.

La actitud ante el divorciado

A esta revisión se agrega otra: la de la actitud pastoral ante el divorciado, que ha sido de rechazo y de condena.

Desde su burbuja de cristal, la teología moral y sus voceros han condenado al divorciado y lo han excluido; pero otro es el pensamiento que hoy domina en la Iglesia, impulsado por el papa Francisco quien, a su vez, invoca el sólido apoyo del Evangelio.

Es un discurso, el de Francisco, que argumenta con la lógica de Jesús, para quien son los enfermos los que tienen necesidad de médico y no los sanos; y la misión del hijo de Dios “quien ha venido para salvar lo que estaba perdido”. Desde este punto de vista la pastoral para los divorciados debe cambiar.

Y en esos términos debió desarrollarse una discusión sinodal que, finalmente, a pesar de sus reiterados puntos medios, concluyó con la aceptación de otra manera de ver y de tratar a los divorciados.

Ni el pan convertido en piedra de los tradicionalistas ni la piedra convertida en pan de los progresistas, sino la comunión para los divorciados desde una perspectiva de compasión y de misericordia.