La alegría cristiana en medio de las tristezas del mundo


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En este camino de descendimiento a nuestra interioridad que nos hemos propuesto, especialmente guiados por la luz de nuestro encuentro personal y comunitario con Jesucristo, descubrimos que un elemento esencial de nuestra vida de fe es la alegría: “una alegría que se renueve y se comunica”, dice el papa Francisco.



Sin embargo, cuando el cristiano ve las realidades de su mundo puede correr el riesgo de pensar que esa alegría “adormece” la vida frente a las situaciones difíciles que se viven: por ejemplo, en Dignitas Infinita , se mencionan algunas violaciones graves a la dignidad humana que no deberían ser causa de alegría: el drama de la pobreza, la guerra, la situación de los emigrantes, la trata te personas, los abusos sexuales, la violencia contra las mujeres, el aborto, etc.

Y, con todo, se nos invita a la alegría. Pero no una alegría sin más. Se trata de la dulce y confortadora alegría de evangelizar. Y, aunque la alegría no se vive del mismo modo en todas las etapas y circunstancias de la vida, “se adapta y se transforma, y siempre permanece al menos como un brote de luz que nace de la certeza personal de ser infinitamente amados, más allá de todo” (EG 6). Este amor le devuelve el sentido a la vida. Por eso, la alegría cristiana es toda una revolución en medio de un mundo triste.

Dar vida a otros

Creemos en que es posible comunicar el bien, creemos que el cristiano que quiere vivir con dignidad y plenitud debe recorrer el camino de reconocer al otro y buscar su bien, creemos que la vida se alcanza y se madura a medida que se la entrega para dar vida a otros.

Por eso, “un evangelizador no debería tener permanentemente cara de funeral” (EG 10). Renovemos nuestro ardor misionero, cuyo “centro y esencia es siempre el mismo: el Dios que manifestó su amor inmenso en Cristo muerto y resucitado”. Nuestra propuesta es siempre nueva, no depende de nuestras fuerzas, porque es siempre una iniciativa de Dios y por eso, aunque seguramente no recojamos los frutos de lo que sembramos con amor, nos anima saber que hemos hecho lo que teníamos que hacer.


Por P. Hermes Flórez Pérez, cjm. Eudista del Minuto de Dios