¿Hemos avanzado con respecto a la antigüedad?


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Hace unos días nos enterábamos de que una serie de trenes que se habían encargado para Cantabria y Asturias habrán de sufrir modificaciones en su diseño –con el consiguiente retraso– porque no se habían tenido en cuenta las dimensiones de los túneles por los que tendrían que circular. Como es lógico, la noticia ha dado para muchos comentarios satíricos y sus correspondientes memes. Incluso para el cese de algunos altos cargos.



En todo caso, lo de los túneles me ha recordado un episodio bíblico que, a día de hoy, puede seguir contemplándose. En efecto, el año 701 a. C., el rey Ezequías de Jerusalén decidió construir un túnel para que el agua del manantial de Guijón pudiera llegar a la Ciudad Santa, a la alberca de Siloé, para poder soportar el previsible asedio del ejército asirio. De esa construcción se habla en 2 Re 20, 20: “El resto de los hechos de Ezequías, sus éxitos militares, cómo construyó la alberca y el canal para la traída de aguas a la ciudad, ¿no se hallan escritos en el libro de los Anales de los Reyes de Judá?”.

Ezequías y Senaquerib

En otro texto de la Biblia, pero en el mismo contexto, se habla de una estrategia contraria: “Vino Senaquerib, rey de Asiria, invadió Judá, sitió las ciudades fortificadas y ordenó conquistarlas. Ezequías advirtió que Senaquerib venía dispuesto a atacar Jerusalén. Reunido en consejo con sus jefes y guerreros, les propuso cegar los manantiales que había fuera de la ciudad; ellos lo apoyaron. Reunieron una gran multitud y cegaron las fuentes y el canal subterráneo que atravesaba la ciudad, diciéndose: ‘Cuando vengan los asirios, ¿por qué han de encontrar agua en abundancia?’” (2 Cr 32,1-4).

En 1884 se encontró una inscripción en el lugar donde se encontraron los dos grupos de excavadores –uno desde cada lado– que estaban haciendo el túnel. Actualmente en el Museo Arqueológico de Estambul, este es el texto de la inscripción: “[…] la perforación. Esta es la historia de la perforación. Cuando todavía […] pico(s) […] cada uno hacia su compañero y cuando todavía faltaban por perforar tres varas […] la voz de un hombre que le gritaba al otro, pues allí había una brecha del lado derecho […] Y el día de la ruptura se encontraron los trabajadores, hombre contra hombre, pico contra pico, y el agua fluyó de la fuente hacia el estanque, 1.200 varas, y de 100 varas era el grosor de la roca sobre las cabezas de los trabajadores”.

Hace dos mil setecientos años se logró llevar a cabo una obra hidráulica verdaderamente admirable, y hoy, con muchos más medios técnicos, parece que somos incapaces de medir adecuadamente túneles y trenes.