Redactor de Vida Nueva Digital y de la revista Vida Nueva

¿Qué hacemos con los inmigrantes y refugiados de segunda?


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El concepto

El nuevo libro de Adela Cortina, la veterana catedrática de ética de la Universidad de Valencia, propone en el título un concepto extraño en su formulación, pero que tiene un contenido muy presente en la vida política y social de los últimos tiempos: la “aporofobia”. La portada del libro de la Editorial Paidós no deja lugar a dudas respecto a lo que la palabra esconde: “El rechazo al pobre”, que la profesora presenta como “un desafío para la democracia” en el subtítulo.

Cortina denuncia que no todos los extranjeros que llegan a los países enriquecidos son recibidos de la misma manera. Mientras se presume de los datos del turismo, “parece que molestan los refugiados e inmigrantes”. Algo que la pensadora relaciona con las propuestas al respecto hechas por políticos como Donald Trump o Marie Le Pen, quienes “para conseguir votos”, atacan solo a “los extranjeros que son pobres”.

Este matiz es el que hace que no se pueda igualar la xenofobia con la aporofobia. Una tendencia que parece triunfar ahora, pero que en otros momentos ha tenido ejemplos paradigmáticos, como las alfombras rojas extendidas ante tantos jeques árabes, que no han sufrido este trato denigrante.

La definición de Cortina, de este término que acuñó hace más de 20 años, no deja lugar a equívocos: “Rechazo, aversión, temor y desprecio hacia el pobre, hacia el desamparado que, al menos en apariencia, no puede devolver nada bueno a cambio”. Esta caracterización de los vulnerables no aparece en el diccionario, pero se extiende cada vez más entre quienes se mueven en proyectos para combatir la exclusión social y el Ministerio del Interior lo ha recogido para tipificar un delito de ofensas a este tipo de desprotegidos.

El libro se cierra con un capítulo sobre el papel de Europa en la crisis actual de los refugiados. Esta situación sacude los cimientos de la misma idea europea en un momento tan delicado como el presente. “Europa tiene una identidad fundada en unos valores. Uno de ellos es la hospitalidad. Hay que trabajar a nivel diplomático para que se acaben las guerras y no haya más refugiados pero, mientras tanto, habrá que organizar la hospitalidad y el asilo, señas de identidad de Europa, y acoger a los que vienen de fuera con dificultades”, declaraba en la presentación de la obra.

Las cifras

Los datos son aplastantes. Sin contar a los deportistas que se mueven en los mercados de fichajes o a los turistas de lujo… la inmigración precaria y forzada deja unos números espeluznantes.

Atendiendo solo a los datos de refugiados del último informe anual ACNUR, nos encontramos que cada minuto 24 personas son obligadas a dejar su casa y desplazarse. Para la agencia de las Naciones Unidas, 65,3 millones de personas se encontraban desplazadas a finales de 2015, en comparación con los 59,5 millones del año anterior. Nunca antes se había pasado de los 60 millones de personas.

Siria, Afganistán y Somalia son los tres mayores productores de prófugos. Por el lado contrario, Turquía es el mayor país de acogida, con 2,5 millones de refugiados. Con un refugiado cada cinco ciudadanos, el Líbano acoge, en comparación con su población, a más refugiados que cualquier otro país del mundo.

Hay datos tremendamente paradójicos. ACNUR calcula que al menos 10 millones de personas eran apátridas, de los que los gobiernos solo reconocen algo más de tres millones y medio. Y eso que parece que el derecho a tener una nacionalidad es algo que se da por descontado… Son 10 millones de personas reviviendo cada día la historia de Tom Hanks en ‘La terminal’ (2004), la película de Steven Speilberg en la que un viajero de la Europa del Este descubre en el aeropuerto de Nueva York que se ha quedado sin país. Aunque seguro que quienes viven realmente esta situación no piensan a diario ni en el Dutty Free, ni en una adorable Catherine Zeta-Jones como azafata un poco torpe, también en lo sentimental; ni en la fuerza emotiva del jazz.

Las soluciones

Un muro. Acabar con la Europa de la libre circulación y recuperar los controles fronterizos. Cuchillas más afiladas en las vallas de Ceuta y Melilla. Pensar en estas medidas, y más presentándolas como absolutas, es una visión muy pobre del problema. Tampoco sirve aquello de echar balones fuera y decir que lo único que solucionaría el problema es el control de las huidas en origen.

Mientras, si nos acercamos a cuantos han tratado de ver la realidad en profundidad, nos encontramos que muchos frentes son los que han de tenerse en cuenta ante esta situación. Un repaso a los últimos congresos que han estudiado y reflexionado sobre la cuestión migratoria nos ayudan a ver lo poliédrico del problema.

La actual crisis migratoria tiene implicaciones económicas y laborales; genera la existencia de lo que se ha llamado la “cadena” migratoria que provoca que muchas familias estén en continuo estado de migración de uno de sus miembros; las implicaciones jurídicas son muchas y los parlamentos nacionales y supranacionales están llegando muy tarde a la hora de clarificar derechos y obligaciones; la cuestión de los vínculos sociales y culturales y la inclusión necesaria en un nuevo contexto es causa continua de conflicto; la cuestión del género es más que un matiz en un tipo de inmigración centrada en los “trabajos para mujeres”, aunque lo de trabajo tantas veces es un “eufemismo” que encierra terribles mafias de explotación y de trata de personas; la cuestión del asilo político que convierte en apátridas forzados a tantos migrantes, la conectividad y el papel de las redes sociales que ayudan tanto a incrementar el problema como a la búsqueda de soluciones creativas; las implicaciones educativas formativas de menores y mayores son un gran reto para la multiculturalidad…

Además de esta amplia perspectiva, se necesita, sobre todo, una importante actitud de fondo: responsabilizarse desde nuestra propia pobreza. Es lo que Francisco ha recordado hace menos de una semana en su mensaje para la que será la primera Jornada Mundial de los Pobres. “Es la pobreza la que crea las condiciones para que nos hagamos cargo libremente de nuestras responsabilidades personales y sociales, a pesar de nuestras limitaciones, confiando en la cercanía de Dios y sostenidos por su gracia”, escribe el Papa.