Redactor de Vida Nueva Digital y de la revista Vida Nueva

¿Está la Iglesia preparada para escuchar a los jóvenes?


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El cuestionario

Como lectura de estos días, en torno a la fiesta de san Juan Bosco, he tenido la síntesis que la Conferencia Episcopal ha hecho de las aportaciones de los jóvenes para el documento preparatorio del próximo sínodo. Un resumen de las respuestas a los cuestionarios preparados por la secretaría de la institución vaticana y que han contestados jóvenes vinculados a realidades de pastoral juvenil de 47 diócesis, 12 movimientos, 12 congregaciones y 2 institutos seculares –han respondido “un 57 % del total de las realidades a las que se les pidió la encuesta”, se lee en la presentación–.

Aunque todo el documento, que se sigue enriqueciendo con nuevas aportaciones, es elocuente, me quedo con la primera de las preguntas: ¿De qué modo escucháis la realidad de los jóvenes?”. Las respuestas de los jóvenes, sobre todo los más implicados, valoran los intentos que se hacen en este sentido… aunque “se constata que podrían ser más y de mejor calidad” los canales abiertos para la escucha de las nuevas generaciones. “Se demanda de la Iglesia tiempo y personas que estén dispuestas a escuchar y comprender la situación y las demandas de los jóvenes”, señala el documento. Y no solo tiempo y personas, sino que son algunos quienes sugieren también nuevos espacios, más allá del templo.

Yendo al contenido, invita a la reflexión que haya jóvenes que se sienten escuchados, pero no comprendidos o no sienten que se acojan sus aportaciones, “la Iglesia hace el esfuerzo de escuchar al joven, pero no comprende su situación”, señala el texto sin edulcorar la situación.

Sin negar todo este panorama, con todos los matices que se quieran, la síntesis señala que “también los jóvenes hacen su autocrítica afirmando que es verdad que, en ocasiones, sus prejuicios hacia la Iglesia o la sociedad les alejan y les impiden acercarse receptivos. Por otro lado, también sienten que se dejan llevar, en ocasiones, por lo fácil olvidando sus compromisos”.

El diálogo

Está a punto de concretarse otra de las iniciativas de la iglesia española de cara al Sínodo de los jóvenes. Se llama “Iglesia en diálogo”, lo promueve el Departamento de Pastoral de Juventud y tiene su propia web. Se presenta como una oportunidad para “provocar el diálogo, escuchar al joven –creyente o no–, mostrar una Iglesia que escucha, acoge sus reflexiones” y para que “los jóvenes creyentes muestren su implicación en la evangelización”.

Para esta primera convocatoria, dedicada a la escucha de los jóvenes, se han establecido unos cuarenta sitios en los que abrir nuevos canales entre la Iglesia y el mundo juvenil. El espíritu de estas nuevas iniciativas lo marca claramente el documento preparatorio de la asamblea sinodal: “Acompañar a los jóvenes exige salir de los propios esquemas preconfeccionados, encontrándolos allí donde están, adecuándose a sus tiempos y a sus ritmos; significa también tomarlos en serio en su dificultad para descifrar la realidad en la que viven y para transformar un anuncio recibido en gestos y palabras, en el esfuerzo cotidiano por construir la propia historia y en la búsqueda más o menos consciente de un sentido para sus vidas”.

Una anécdota

Traigo al blog una experiencia personal. Durante casi un año he podido asistir y seguir muy de cerca unos cuantos actos del papa Francisco. Muchas celebraciones, algunas audiencias que podrían considerarse más formales y varios encuentros en los que los niños y los jóvenes son los protagonistas. En estos últimos he presenciado algo que se ha repetido en cada cita, y no me refiero a las insistencias de Bergoglio para que no contribuyan a alentar una sociedad que “descarta” a los mayores o a que saquen todo el provecho de la riqueza intergeneracional.

Ya sea con los niños de una comunidad de acogida que con un grupo de universitarios de Roma, la actitud que adoptó Francisco en esos encuentros me ofreció una auténtica lección de escucha. Y es que el Papa no llegó allí pensando que tenía que leer un discurso –en la mayoría de las ocasiones ya preparado y distribuido–; sino que, mientras escuchaba los saludos de los pequeños o jóvenes que le acogían, sus folios estaban en blanco y preparados para tomar buena nota de las inquietudes y vivencias que aquellos querían compartir.

Ver al pontífice tan concentrado en esas breves intervenciones, tan pensadas y ensayadas, es ejemplar. Y de ahí surge el diálogo y el nerviosismo queda atrás. Aunque pueda parecer, mirando de pasada o solo por encima las crónicas, que el Papa insiste siempre en los mismos temas, atendiendo al contexto del diálogo descubrimos que Francisco no se contenta con ofrecer respuestas prefabricadas. Con la refugiada que estaba a punto de terminar sus estudios universitarios habló de integración, de futuro y de compromiso; con un muchacho preocupado por los cambios dialogó sobre cómo buscar lo esencial más allá de lo mutable; o con una niña que se quejó del tiempo que la habían tenido al sol y le dijo que tenía hambre, no dudó en decir: “Ya no os entretengo más, ¡vamos a comer!”

Yo, que en una de esas ocasiones estaba al lado del atril portátil que usa habitualmente Francisco en sus homilías y en los discursos que da de pie –arrinconado mientras el Papa conversaba con unos universitarios muy entusiastas–, pude comprobar que la escucha es posible, incluso en alguien que parece que por su cargo tenga que estar hablando todo el día.