En busca del obispo ejemplar


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Robert-Michael-Parker

La bolsa de manila con documentos me planteó difíciles dilemas. Era la historia del conflicto de una región que, durante 20 años, ha querido tener unos obispos ejemplares como los que han pasado por aquella sede episcopal.

Leo los documentos y la referencia a esos obispos se multiplica: “hoy son recordados con simpatía y gratitud”, “se abre la esperanza de que de nuevo tengamos un pastor como los que tuvimos”, “por su inmenso trabajo social hoy los recordamos con cariño”, escriben como quien recuerda un tesoro perdido.

Son cartas suscritas por grupos de personas, columnas de prensa, comunicados y un derecho de petición. Dan cuenta de la situación creada por el obispo que al llegar a su nueva sede, finalizó su discurso de presentación diciendo: “de hoy en adelante soy su obispo, gústeles o no les guste”.

El gesto de extrañeza de la feligresía se intensificaría cuando el obispo la emprendió contra los mendigos, los fotógrafos y los periodistas que, sorprendidos, escucharon la reprimenda a unos padres de familia que habían querido tomarse una foto con sus hijos después de la primera comunión: “mancharon indeleblemente un día grande”, les gritó en esa y en otras ocasiones similares. Las confirmaciones, los matrimonios son ocasiones que se recuerdan en los documentos, no por la catequesis sobre esos sacramentos sino por los comentarios escabrosos alrededor de la moral sexual.

Aparece, además, como reclamo indignado, el menosprecio del obispo por las devociones populares. El memorial de agravios continúa con el reclamo por la proximidad del obispo con los ricos del lugar, y la distancia frente a los pobres; o por su insistente preocupación por el dinero y su negativa a rendir cuentas, el maltrato a los sacerdotes viejos, su intolerancia frente a otras confesiones religiosas y su indulgencia ante las conductas escandalosas de algunos de sus sacerdotes.

Y aquí surge para el director de esta revista el claro dilema: ¿publicar esta historia? ¿Silenciarla?

En mi larga carrera periodística, por primera vez me encuentro entre un obispo acusado y una feligresía acusadora. Caigo en la cuenta de que esa imagen tradicional del obispo pastor y padre, rodeado de respeto, se me había mantenido intacta. La realidad que plantean estos documentos de variado origen, que no ha sido cuestionada por las fuentes que consulté, parecen sugerir que lo más cómodo sería callar. Pero este solo pensamiento provoca una doble protesta: la de mi condición de periodista, y la de mi calidad de creyente.

El profesional dice que a los lectores se les debe la verdad de lo que sucede, sobre todo cuando los hechos les conciernen o afectan, porque conociendo estos hechos las personas pueden ser sujetos de la historia que viven. Y mi conciencia de hijo de la Iglesia me hace ver una feligresía que no ha tomado el camino trillado de abandonar la Iglesia para refugiarse en otros cultos, sino que durante dos décadas ha reclamado un pastor como el que siempre echaron de menos y que pueden haber encontrado descrito por el papa Francisco.

¿A quién acudir?

La destitución del obispo de Limburgo, que acaba de formalizar el Papa, le da prioridad a la sencillez y pobreza con que se fundamenta la predicación del Evangelio: “acercar a la gente como padres y hermanos, con mucha mansedumbre, pacientes y misericordiosos… hombres que no tengan sicología de príncipes”, fueron algunos de los rasgos trazados por el Papa ante el Comité del Celam en Río de Janeiro. El suyo fue un discurso insistente: “perdemos a quienes no nos entienden porque hemos olvidado la sencillez… Necesitamos aprender de nuevo los caminos de la sencillez”, añadía el Papa.

El deseo vehemente de una Iglesia así, reflejada en su obispo, es el que veo en estos documentos que ahora están esparcidos sobre mi mesa. Allí hay firmas de sacerdotes, la mayoría son de laicos que debieron preguntarse al cabo de estos memoriales de agravios: ¿a quién acudir? ¿Quién controla a los obispos? ¿A ellos quién los juzga? Los sacó de su perplejidad quien les dijo: escríbanle al nuncio, que será como escribirle al Papa. Y así lo hicieron. Pero a estas horas están agregando a las experiencias negativas la del correo roto de la nunciatura. Es urgente romper la soledad de los obispos y acompañarlos con el estímulo y la crítica fraternal, en la tarea de anunciar el Evangelio, con la alegría de quien le da al mundo la mejor de las noticias.