El vigor de la misericordia


Compartir

La justicia por sí misma no basta… Dios va más allá de la justicia con la misericordia y el perdón.

Los dos hombres que dialogan cordiales en la foto trabajan juntos en una empresa agrícola. Uno proviene de la guerrilla, el otro era su enemigo mortal, era paramilitar y vivía convencido de que los guerrilleros eran la encarnación del mal, esclavos del comunismo, gentes sin más dios que su fusil.

A pesar de todo ahí están trabajando juntos para la empresa que los dos han levantado.

Recuerdo este caso real porque me permite hacer un juego de imaginación, algo así como historia virtual. ¿Qué hubiera pasado si en vez de perdonarse, estos dos hombres hubieran continuado su guerra hasta exterminarse: o el guerrillero al paramilitar, o éste al guerrillero?

Ninguno habría ganado. Uno, muerto, o los dos; o uno, sobreviviente y con un muerto, otro, a sus espaldas.

¿Qué sucede, en cambio, con la alternativa contraria? Dejan las armas, dejan el pasado atrás junto con la carga podrida de sus venganzas, y se preparan para convertir su nuevo presente en un comienzo de futuro, bajo otro signo.

Al escribirlo parece simple, pero no es fácil: ¿qué motivos tuvieron para odiarse? ¿Pretendía el paramilitar castigar las acciones del guerrillero? ¿Pretendía el guerrillero vengase de las acciones del paramilitar, o prevenir sus crímenes?

Son crímenes de uno o de otro que existieron: ¿cómo disimularlos? Son ofensas que dejaron una huella dolorosa, ¿cómo no vengarlas?

Desde la otra orilla, la que está más allá de las trincheras, puede descubrirse otra dimensión: unos y otros son seres humanos; y los humanos, todos los humanos, se equivocan y nadie, salvo los constituidos en autoridad, tiene la facultad de juzgar; todos, en cambio, tenemos el derecho de volver a comenzar, que es lo que hicieron estos dos empresarios que pusieron a su favor el poder de la misericordia, esa fuerza capaz de convertir la venganza en perdón, el odio en amor, un impulso de muerte en un soplo de vida.

Descrita como un amor visceral, la misericordia deja atrás el razonamiento. Se puede decir que la misericordia no se construye ni se explica con razonamientos; es amar y perdonar porque sí.

Es amar a pesar de que, como ocurre con todas las creaciones, surgen a pesar de la nada en que se producen. Crear es hacer algo de la nada; el misericordioso tiene delante de sí la nada que han dejado el odio y su expresión, la violencia de la guerra. Y, sin embargo, crea. Es el milagro creador que logran todos los que perdonan.

Llegado a este punto de mis reflexiones me resulta más que evidente que la misericordia es indispensable para construir la paz. O dicho de modo más contundente: sin misericordia no habrá paz. Es un pensamiento que me lleva a otras conclusiones, aplicaciones de lo dicho antes: los razonamientos ayudan poco en un proceso de paz. Si de razonar se trata, la primera exigencia en un proceso de paz es la de justicia. Que cada uno pague por sus crímenes, o reciba la reparación condigna si es víctima: es una demanda de equilibrio en nombre del orden; pero tal perfección, similar a la de un silogismo o de un teorema geométrico, solo se da en el papel.

La realidad de los humanos que, sin excepción cometemos errores, exige otra lógica, la de la misericordia que tiene en cuenta al equivocado y al criminal junto con sus posibilidades de recuperación y de nuevos comienzos y exige un ambiente en que al enemigo de ayer se lo pueda reconocer como prójimo.

Miro las dos alternativas: la del orden perfecto construido alrededor de la justicia; y la del orden imperfecto construido por humanos que se equivocaron y volvieron a comenzar, sustentado por la fuerza de la misericordia y concluyo, otra vez, que la paz no puede ser el resultado de un silogismo impecable ni de un teorema invulnerable, sino el producto de la misericordia.

En efecto, es imposible la vida humana y la paz se vuelve un sueño inalcanzable si la misericordia no las pone al alcance de nuestras manos.