El talante de los pobres


Compartir

Está bien que las políticas de Estado se orienten hacia la eliminación de la pobreza. La pobreza es, al fin y al cabo, una expresión de la injusticia de la comunidad y la demostración del fracaso de la acción socializadora del Estado.

Si la eliminación de la pobreza implica el fin de los privilegios -en pensiones y en tributos, por ejemplo- o la igualdad a la hora de estudiar en escuelas y universidades, la aparición de un sistema de salud para todos y la creación de puestos de trabajo, ¡bienvenida la campaña para eliminar la pobreza!

Pero esto no puede significar la desaparición de las riquezas de los pobres, ni una mayor influencia de las miserias de los ricos.

Las carencias que más de 25 millones de colombianos tienen que enfrentar todos los días, les han creado un talante, una manera de ser y de mirar la vida, que no puede desaparecer.

Si usted después de visitar un barrio rico, se traslada a un barrio popular, notará la diferencia porque se topará, frente a frente, con el modo de ser que les forma la pobreza a las personas. Lo descubrí guiado por alguien que, como antropólogo y como párroco, lo ha vivido y lo ha investigado. Federico Carrasquilla es a la vez pastor y científico de los pobres y ha encontrado que ese estilo del pobre está dominado por la solidaridad y la fraternidad.

En un barrio pobre, por ejemplo, usted no tiene la sensación de ser un desconocido, que es lo que se siente en los barrios ricos, de antejardines impecables, de edificios de apartamentos lujosos, vigilados por porteros uniformados que lo miran a usted como un intruso, salvo que demuestre lo contrario. Está uno en un territorio de gente que tiene mucho y que, por tanto, tiene que cuidar celosamente lo que tiene.

En el barrio pobre todos conocen a todos, todos se preocupan por todos y como tienen poco o nada no cuidan cosas, por eso no miran al visitante como el que tiene o busca tener cosas, sino como alguien que es. Esa manera de mirar al otro cambia todo. Y es algo que no se puede perder.

De sus años de párroco, el padre Federico extrae otra experiencia: los pobres están dispuestos a celebrarlo todo. Hacen fiesta por todo, han convertido su vida en una fiesta. ¿Por qué?, le pregunto: “porque la fiesta es la expresión de que la vida y la persona valen más que los bienes materiales. Por eso, aún en las peores condiciones, el pobre hace fiesta y encuentra motivos de fiesta”. El rico también festeja, pero cuando la ocasión y los cálculos lo permiten, son, por tanto, fiestas ocasionales y deslucidas por el exceso de segundas intenciones.

¿Sabían ustedes que los pobres son más generosos que los ricos? Parecería de un enorme sentido común que quien vive para poseer dinero y propiedades, los quiera conservar a toda costa y que, en cambio, quien nada ha tenido, ni tiene, mantenga hacia las cosas un débil apego. Por eso el rico tiende a ser avaro y el pobre, desprendido y generoso.

Esta parte del modo de ser del pobre, la relaciona Carrasquilla con otra característica que él llama “gratuidad en la relación”. Mientras entre ricos es costumbre medir a los demás por lo que tienen, o por lo que se puede obtener de ellos, entre los pobres sucede de otra manera: a la persona se la valora por lo que es, no por lo que tiene, ni por el provecho que se puede obtener de ella. Observa el padre Federico: “el pobre, al no tener bienes materiales que mediaticen su relación, descubre que lo único que tiene es su persona, y ésta es la que ofrece”.

Esa relación transparente y gratuita de los pobres es una riqueza que el mundo debe conservar para mantenerse humano.

También debe mantenerse el sentido de la realidad que tienen los pobres. Mi madre no se echó a morir en una navidad en la que no hubo dinero para los regalos de mis hermanas. Aceptó esa realidad sin lamentarse y se propuso transformarla. Una amiga, rica ella, tenía las muñecas hechas pedazos que habían desechado sus hijas, las armó y remendó y luego las vistió con unos espléndidos trajes, les encontró unas lujosas cajas de esas que son basura en los almacenes y en las casas de los ricos y las puso debajo de las almohadas de las niñas. Hoy aún recuerdan ellas el deslumbramiento de esa noche de navidad.

Ese realismo del pobre contrasta con la actitud de derrota y desesperación del rico a quien no se le cumplen sus sueños. Se niega a aceptar la realidad y a transformarla.

Definitivamente no se ganaría mucho en una sociedad rica, con alma de ricos. Sería una calamidad perder el talante que la pobreza les forjó a los pobres. VNC