El sorprendente mundo de la Casa Francisco


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La leerán ustedes páginas más adelante en esta edición: es la historia de un médico que ha tomado en arrendamiento una casa en donde, entre 20 y 30 indigentes, encuentran donde dormir, comer algo, bañarse y alguna atención médica. Este médico vive allí, comparte con ellos, corre riesgos, porque ha tomado en serio aquello de “lo que hicisteis con los más pobres, conmigo lo hicisteis”.

Es difícil ver a Jesús en un maloliente desecho humano, desfigurado por la droga, que te habla con la mirada perdida y con una sonrisa estúpida que se dibuja en su cara como una mueca. Pero él lo acoge como si fuera Jesús mismo. Le ha tendido un colchón en una de las habitaciones de este antiguo inquilinato, en donde dormirá y permanecerá hasta que así lo quiera. Después volverá a la calle a vivir su vida, seguro de que en esta agitada y fría capital hay quien lo acoja. Él no lo sabe pero este médico es instrumento de un Dios que ama a través de los brazos para acoger y de su corazón de carne para dar afecto. Dios no tiene brazos ni un corazón de carne y necesita quien se los preste, que es lo que hace este hombre todos los días y a todas horas. En esa casa Dios actúa todos los días. Los que visitan esa casa se inquietan: ¿quién ayuda y acompaña a este médico en las tareas de esta casa? ¿Cómo se financia? ¿Cuál es su respaldo jurídico? ¿Tiene previsto su futuro? Las preguntas solo sirven para poner en evidencia que el Evangelio vivido en serio y de modo radical difícilmente encaja con la vida práctica. Es poco práctico, por ejemplo, dedicarse y preferir a los de la periferia y entregarles todas las horas del día. ¿Para recoger qué?¿Hacer de ellos seres humanos dignos? ¿Integrarlos a la sociedad? ¿Volverlos cristianos?

Quizás fueron las ilusiones de Juan de Dios, de Laura de Jericó; no era evidentemente la idea de Teresa de Calcuta, el ángel de los semivivientes de las calles de la capital india. Ella los acompañaba a sobrevivir o a morir y hacía presente, en medio de aquella desolación y podredumbre, a Dios con su amor primero; después con sus oraciones. Lo demás era lo de menos.

Asumir la pobreza evangélica vuelve a quien lo hace un personaje bajo toda sospecha

En la historia de la Iglesia se observan ardientes polémicas, presiones cismáticas, confesiones colectivas alrededor de las prácticas de la pobreza, como si entre el lenguaje transparente del Evangelio y la práctica cotidiana se interpusieran el ruido de los intereses o de los reclamos de una cultura fundada en el culto del tener y la idolatría del dinero. Sucedió en los tiempos de san Francisco de Asís y sigue ocurriendo. Los seguidores de la institución -iglesias, parroquias, órdenes religiosas, sacerdotes, obispos, laicos- abren unos paréntesis de excepción que convierten en ruido cuando se escucha el llamado evangélico a la pobreza. Por eso un hombre que dice: “no tengo dos camisas y la que llevo puesta me la regalaron”; “no confío en los bancos, pero sí en la Providencia”, al hablar así entra en la categoría de los sospechosos: ¿engaña? ¿Qué se propone? ¿Cuál es el truco? Porque la cultura tradicional, el sentir común de los hombres de hoy, van en la dirección opuesta.

Asumir la pobreza evangélica vuelve a quien lo hace un personaje bajo toda sospecha.

Estos samaritanos del siglo XXI hacen cierto lo de Francisco: primero se curan las heridas. Es la norma en esta tienda de campaña abierta en medio de la guerra. Y al ver a estos habitantes de la calle tendidos en sus jergones, sumidos en ese sueño espeso de la droga, no es difícil reconocerlos como víctimas de una guerra distinta, pero guerra.

Aparece entonces la evidencia, que revelada en las palabras de Francisco deslumbra: esas entrañas de misericordia con que Dios ama a los hombres tienen su preferencia por estos: los olvidados, los despreciados, los de la periferia de la ciudad y de la sociedad.

Para entender esto es necesario liberarse de los esquemas burocráticos, de los cálculos humanos, de la lógica del mundo y asumir la manera de pensar y ver del Reino, que ahora y siempre irá en contravía de lo que todo hombre piensa y quiere.

Esta es la explicación posible a lo que el visitante ve y oye en la Casa Francisco. Si no es así, la visita transcurre bajo el peso de las sospechas y con la idea de haber entrado en un mundo loco. Ya ha pasado.