El derecho a morir


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protestantedigital

La teología moral, sin embargo, es una ciencia dinámica, que se mantiene en desarrollo

Es fácil entender y aceptar que los humanos tenemos el derecho a vivir, pero ¿hay un derecho a morir?

Es un reclamo viejo. Platón, tres siglos y medio antes de Cristo, alegaba ese derecho para evitar la miseria o la ignominia; y Francis Bacon, en el siglo XVII, propuso ese derecho bajo el nombre de eutanasia, para los enfermos sin esperanza.

Entre los que promovieron y los que negaron este derecho, hubo siempre un abismo que se puso en evidencia cuando el papa Pío XII, en setiembre de 1947, atribuyó a una falsa piedad y a la aplicación de tesis monstruosas “la práctica inmoral y nefasta de la eutanasia” que, dijo, “sustrae al hombre al sufrimiento purificador y meritorio”.

Seis años después, continuaban los esfuerzos de los médicos y la negativa del Papa: “el paciente no tiene derecho a disponer de su vida y de la integridad de su organismo”, afirmó en octubre de 1953.

Para el moralista no es posible saber si los alegados dolores de los pacientes que piden morir son insoportables, “pueden ser exageraciones de un paciente que se queja más de lo normal, engañando al que lo asiste”. Además “con la enorme disponibilidad de medicamentos y de técnicas analgésicas, no se explica por qué haya de recurrirse a matar un enfermo para que no sufra” (Giacomo Perico, Defendamos la vida. Valencia: Marfil. 1961, 339).

Para este moralista es muy poco convincente el consentimiento del enfermo que exigen los defensores de la eutanasia: “si se manifiesta en el estado de dolor no es enteramente cierto que corresponda a una voluntad clara y consciente” (339).

Cuando los médicos y defensores de la eutanasia defienden el derecho del paciente incurable a morir, la moral religiosa opone, inapelable: “solo Dios tiene la plena disposición sobre la vida humana”, “el derecho exclusivo de Dios es claro: solo puede destruir una cosa quien es su dueño”. “Nadie puede disponer de lo que no es suyo” (340, 342, 346). Por tanto: “dejarse morir o poner a otros en condiciones de morir es disponer ilícitamente de la vida humana, es siempre homicidio”.

La teología moral, sin embargo, es una ciencia dinámica, que se mantiene en desarrollo porque la vida y las actitudes humanas cambian, pero, además, porque sus grandes principios son objeto de profundización y análisis constante.

Una vía media

En 1995 el teólogo suizo Hans Küng y el filólogo y escritor Walter Jens, catedrático en la Universidad de Tubinga, publicaron el libro, resultado de su estudio y conversaciones sobre el tema: Morir con dignidad. Para escribirlo contaron con todo el pensamiento renovado del Vaticano II y el de los teólogos que durante el concilio y después de él profundizaron en el delicado tema.

Küng y Jens plantearon el caso de la mujer de 72 años que hace 3 años está en su cama con alimentación artificial, ante la impotencia de su familia que se pregunta si pueden retirarle la sonda de alimentación para que ella y la familia puedan descansar.

Los tribunales determinaron que la desconexión propuesta era un asesinato; mientras Küng y Jens emprendían el estudio del asunto que los llevó a formular estos puntos de vista:

“La vida es un don de Dios pero no se debe negar que al mismo tiempo la vida es una tarea dada por Dios al ser humano, que debe afrontar esa tarea de modo personal y responsable” (Küng, Morir con dignidad. Madrid: Trotta. 2010, 9). Y agrega el teólogo: “Si el comienzo de la vida ha sido confiado a la responsabilidad de los hombres, ¿no sería coherente reconocer que también el fin de la vida está confiado a la responsabilidad de los hombres, por Dios mismo?” (62).

No es solo el dolor físico el motivo para apresurar la muerte. Además de los dolores y las incomodidades que los moralistas creían superables con ayuda de los farmacéuticos está ese dolor del espíritu que es sentir devastada la dignidad. “Sin una vida digna de persona no es posible una muerte digna… Morir con dignidad es una oportunidad inmerecida, un gran regalo, el gran don” (24).

De todas estas consideraciones resulta el hecho novedoso del derecho a morir.

La de Küng es una vía media entre el libertinaje antirreligioso y el rigorismo reaccionario desprovisto de compasión.

Además, la idea de Dios influye. Si Dios no existe todo es lícito. Si es un Dios soberano, omnipotente, para quien el hombre es solo una criatura, poco importan su sufrimiento, su libertad o sus derechos.

Pero si Dios es el Dios de misericordia, Padre antes que rey, la actitud ante la muerte es otra “porque Él ha confiado al moribundo la responsabilidad y la decisión sobre el modo y el momento de su muerte. Responsabilidad que ni el Estado ni la Iglesia ni el médico ni el teólogo le pueden arrebatar” (73).