El cáncer como un camino (y no como una batalla)


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En la década de los 70 del siglo pasado, el presidente norteamericano Richard Nixon declaró “la guerra al cáncer”. Subvencionó un ambicioso programa de investigación con el objetivo de “derrotar al cáncer”. Introdujo así un lenguaje beligerante en la convivencia con esta enfermedad que, de cualquier modo, es aplicable a otras muchas. No fue ajeno a este fenómeno la derrota de su país en la guerra del Vietnam, en aquellas mismas fechas: no podían ganar esa guerra, de modo que comenzaron otra que –llevados por la inconsciencia o la soberbia– pensaron que podían ganar a medio y largo plazo.



El planteamiento de Nixon permea nuestra relación con el cáncer hasta nuestros días e introduce un elemento muy peligroso, lleno de exigencia y ausencia de aprendizaje. Se admira y pone como modelo el enfermo que “’pelea” a brazo partido contra la enfermedad, que soporta estoicamente los tratamientos, se cuida, hace deporte y se mantiene activo. Y, subliminal o inconscientemente, se puede llegar a culpabilizar a quien no quiere o no puede plantear esa estrategia. A veces, las personas carecemos de fuerza de voluntad suficiente, o de medios, o de recursos, o por carácter se es más pasivo o timorato ante los reveses de la vida.

Médico general

Lenguaje bélico

En mi opinión –y la de muchos otros–, el lenguaje bélico no es el más apropiado ante esta enfermedad, que al fin y al cabo procede de nuestras propias células: ¿estamos en guerra contra nosotros mismos? ¿A quién culpar de una posible derrota? Sería preferible contemplar la enfermedad oncológica –o cualquier otra, como las autoinmunitarias, degenerativas, infecciosas, o las secuelas de un accidente– como un camino que hay que recorrer.

En ese camino se nos ha unido un compañero que no habíamos buscado (aun cuando a veces hemos hecho méritos para conocerlo, pero eso es otro tema) ni deseado, y que va a obligarnos a andar por donde no hubiésemos querido hacerlo: salas de hospital, consultas médicas, unidades de quimioterapia, quizás quirófanos, equipos de rayos. Puede que acabe llevándonos adonde no hubiésemos pensado ir tan pronto, aunque eso nunca lo sabemos en el momento del diagnóstico.

Apoyo incondicional

Quizás de ese compañero inesperado podamos aprender cosas y, si todo va bien, despedirnos, quién sabe si definitivamente; o quizás tengamos que convivir con él mucho tiempo. En cualquier caso, nos lleve el camino adonde nos lleve, ojalá tengamos la ayuda de los demás, la cercanía de nuestros semejantes, la compañía segura de Dios Padre, Señor de nuestra vida y nuestra historia.

Con un apoyo que sea incondicional, que no se vea limitado por nuestras fuerzas o actitud ante la enfermedad. Si esta es activa, dinámica y esperanzada, mejor que mejor. Pero, si otros días carecemos de los ánimos para plantearlo así, bendito sea.

Recen por los enfermos y por quienes les cuidamos. Y por España.