Fernando Vidal
Director de la Cátedra Amoris Laetitia

El anuncio de la belleza


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Arvo Pärt ha llevado la oración y el sentir de lo sagrado a los más relevantes lugares de la música clásica del planeta. Enraizado en la tradición ortodoxa, su música forma una gran obra de arte sublime que expresa explícita y profundamente la fe, la interioridad, la libertad de la sencillez y la fraternidad.



Cuando las palabras están quemadas, polarizadas o han perdido significado, necesitamos los puentes del arte. Un mundo que pierde significado necesita invertir en los lenguajes de la belleza y el corazón. Las dimensiones impalpables de la vida siempre han requerido de los lenguajes de la belleza. Sin embargo, hemos descuidado el cultivo de la belleza. El compositor estonio nos recuerda la enorme fecundidad que tiene el arte para anunciar el Evangelio en las fronteras de la creencia, para consolar, inspirar, elevar, unirnos y sentir que podemos ser mucho más hondos y hermanos.

Algunas de formas cristianas más atractivas en la última década pivotan sobre la dimensión estética. También se han creado prometedores talleres para la composición de música sacra. Pero no es suficiente. El cultivo de la espiritualidad cristiana suscita especialmente artistas, pero no encuentran el entorno que los anime a consagrarse a ello, ni el medio eclesial que les necesite para crear. La Iglesia necesita mayor profundidad estética. Se ha descuidado medio siglo.

Arte sacro

Las facultades de Teología y centros de formación eclesiales harían bien en dedicar una línea profunda a la reflexión y difusión de la fértil relación entre arte, trascendencia y cristianismo. Y era tradición de las catedrales que hubiera escuelas de arte sacro en las distintas disciplinas de música, pintura, escultura, poesía, etc. La profundidad espiritual de una época se refleja en su arte sacro. Menos mal que tenemos el minimalismo sacro de Arvo Pärt para justificar este comienzo de siglo.

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