Diferencias


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 ¿Alguna vez te has detenido a ponderar la cantidad de diferencia que eres capaz de tolerar en las demás personas? La boca y el corazón rápidamente se llenan de elogios hacia el ser humano que piensa de manera divergente, hacia quien aparece con resultados nuevos o hacia el individuo que propone caminos alternativos.



Sobre el papel, claro.

Cuando llega el momento de convertir el elogio teórico en aceptación cotidiana, la niebla se disipa y queda al descubierto lo que sustentaba aquella palabra hermosa. Tal aceptación podrá sostenerse, o se derrumbará por completo, en función de la tolerancia real hacia la diferencia, con respecto de sí misma, que posea la persona que fabricó el elogio.

Tolón, tolón

¿Sabes lo que es una campana de Gauss? Seguro que sí, pero un pequeño recuerdo nunca está de más.

Cuando representamos gráficamente los diferentes resultados de una medición confrontándolos con la probabilidad de que estos aparezcan en un grupo representativo concreto, lo que solemos obtener es una especie de curva que asciende y desciende. A esa curva se le puede llamar campana de Gaus. Por ejemplo, si medimos la estatura de todas las personas de un país podremos elaborar una composición estadística que permita determinar cuál es la altura promedio o cuál el rango más abundante.

¿Y a ti qué te puede importar eso?

Uy, pues ahí donde lo ves, la campana de Gauss va de la mano con el Reino de Dios.

A la hora de realizar el análisis estadístico que permita elaborar un gráfico de campana podemos representar la probabilidad de cualquier aspecto que se nos ocurra (integración socioeconómica, nivel educativo, implicación pastoral…). No importa, los números lo soportan casi todo.

Ahora bien, cuando dotamos a los números de nombres y apellidos nos topamos con que representan las circunstancias de personas reales (si es que a ellas se refiere el estudio). Y si algo tienen en común las campanas de Gauss, sin importar aquello que se trate de representar, es que a medida que nos alejamos de la cima de la curva la soledad personal suele ir en aumento.

La culpa no es de la campana

Aquí es donde cobra especial importancia la pregunta que planteaba al comienzo de la entrada. ¿Cuánta diferencia puedes tolerar? ¿Cuál es el punto a partir del cual tu aceptación se transforma en repulsa? ¿Cuándo tus elogios devienen en críticas o, peor, en ataques? No mires para otro lado. Es incómodo razonar sobre ello, pero está ahí aguardándote en algún rincón intelectual; esa dolorosa verdad de que aceptas a las personas que tienes enfrente únicamente hasta cierta desviación con respecto de ti misma.

¿Qué ocurre con quienes quedan (quedamos) a los márgenes de ciertas representaciones? Como decía antes, la soledad -pero no esa de no estar acompañada físicamente- va acomodándose e instalando campamentos (y hasta fortificaciones) en los valores más diferentes con respecto de la normalidad y/o la media.

Y ahora, el Reino de Dios

Dos hombres subieron al Templo a orar. Uno era fariseo y el otro publicano. El fariseo, puesto de pie, oraba en su interior de esta manera: “Oh Dios, te doy gracias porque no soy como los demás hombres, que son ladrones, injustos, adúlteros, o como ese publicano… Ayuno dos veces por semana y doy la décima parte de todas mis entradas”.

Mientras tanto el publicano se quedaba atrás y no se atrevía a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho diciendo: “Dios mío, ten piedad de mí, que soy un pecador”.

Yo les digo que este último estaba en gracia de Dios cuando volvió a su casa, pero el fariseo no. Porque el que se hace grande será humillado y el que se humilla será enaltecido.

Lc 18, 10-14 

Ahí estaba el fariseo, que sabía que no era “como los demás hombres” porque había hecho sus propios cálculos estadísticos; eso le permitía conocer a la bazofia marginal y descartable que eran los demás individuos pecadores. De vez en cuando se regocijaría al escuchar el comentario a la Palabra de Dios ofrecido por otra persona, pero siempre que dicho comentario no se alejase demasiado de su propia cosmovisión.

El fariseo apenas toleraba la diferencia y eran las demás personas quienes debían adecuar sus propuestas a la limitada percepción de la realidad que aquel tenía. Al fin y al cabo, los seguidores del publicano en las redes sociales se contaban por miles. Era un rostro conocido y podía decirle al publicano: “Te equivocas”.

Yo me pregunto qué diría hoy día Jesús a la persona que se acercase a Él, estadística en mano, para cuestionar por qué derrochaba sus esfuerzos con aquellas a quienes los números no le salen, las del margen de la campana.