Trinidad Ried
Presidenta de la Fundación Vínculo

Cuidado con abusar del abuso


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Sé que con estas palabras me meto en “las patas de los caballos” y puedo salir “trasquilada”, usando jerga campestre para graficar una realidad que me preocupa en extremo y que creo necesario que cada uno pueda discernir de acuerdo con su vivencia y criterio personal. Yo hablo desde mi historia de haber sido abusada sexualmente cuando era muy pequeña, de haber sufrido abuso físico y psicológico durante mi infancia y adolescencia y haber sido víctima de abuso de poder y conciencia por una buena parte de mi vida.



El coctel estuvo muy completo, pero Dios sacó perlas de cada herida recibida y hoy me voy irguiendo con mucha fe y amor, conquistando espacios de paz y libertad al andar. Comparto aquello porque no existe nada más lejano a mi intención que querer minimizar el daño que muchas personas han recibido y que merecen reparación y sanación por su parte y justicia civil y eclesial con sanción, condena y rehabilitación por parte de quienes son responsables.

Principios que han quedado atrás

Sin embargo, de ese gran avance social, psicológico, ético y relacional que se ha realizado en los últimos 25 años, no podemos irnos al otro extremo de perder ciertos principios fundamentales de la dignidad de todo ser humano y que hoy han quedado atrás.

  • El derecho a la inocencia hasta que no se compruebe lo contrario: hoy, las redes sociales y la condena pública imperan, desoyendo este principio básico de humanidad. A la primera denuncia o verosimilitud de ella, antes de investigar y hacer un juicio justo para demostrar quién es el responsable de un abuso, el caso frente a los ojos del “circo” ya tiene veredicto definitivo con el dedo hacia abajo, condenando a muerte a quien no ha tenido ni tiempo para reaccionar. Su juicio, las pruebas y su eventual inocencia, a la postre ya dan lo mismo, porque al público no le importa la verdad. Prefiere quedarse con el morbo inicial que satisface cierto instinto colectivo de sangre ajena, que calme su agresividad o quizás proyección de posibles abusos que han cometido y tienen terror de que se conozcan.
  • El derecho a la defensa: por lo mismo, el acusado/a, por más esfuerzos que haga en presentar evidencias y pruebas de su inocencia (si fuera el caso), pierde su tiempo y sus recursos en una tarea inútil, porque ni el mejor abogado le podrá salvar su nombre en la red social. Ya quedó marcado o marcada para siempre y la condena lo perseguirá más allá de cualquier prisión o reparación real que deba realizar.
  • El otro extremo del péndulo: ciertamente, ha habido muchísimas mujeres a lo largo de la historia, y aun hoy, que sufrieron y sufren horrendos abusos en una cultura machista y patriarcal, pero hoy también, con pavor, vemos un fenómeno de indefensión feroz de los hombres donde no tienen voz ni defensa alguna, en caso de una acusación infundada o de frentón una manipulación originada en el sexo opuesto. ¿Qué pasaría si fuese tu hijo, tu nieto, tu marido quien fuese víctima de una extorsión de este tipo? ¿Qué haríamos si alguien a quien amamos y del que tenemos certeza absoluta de su inocencia, es víctima de una maquinación de abuso donde alguien más quiere sacar provecho de su vulnerabilidad total frente a la opinión pública? ¿Cómo salvamos a algunos que hoy pueden estar siendo condenados a priori, sin averiguar contextos ni profundizar en la verdad de lo que pasó? ¿Qué pueden hacer los hombres frente a la voz de algunas mujeres que se hace absoluta e incuestionable a su favor? ¿Cómo seguimos cuidando a las verdaderas víctimas del verdadero abuso y nos prevenimos de los que abusan del abuso para su propio interés? Muy difícil la ecuación…
  • Matices del lenguaje: a todo lo anterior, se suma la complejidad del lenguaje y su evolución, ya que efectivamente hay diferentes tipos de abusos, variando en su gravedad, consecuencias y connotación. Es diferente un abuso físico a uno sexual. Es distinto un abuso de poder a uno de conciencia. Es peor si todos estos se van sumando, pues unos llevan a los otros. Es complejo si vamos “desgranando” los matices de cada uno de ellos. No es lo mismo una insinuación incómoda que una violación. No es lo mismo una presión psicológica que la violencia intrafamiliar. También es muy complejo y hay que tener en cuenta el ámbito cultural y relacional de los involucrados para discernir qué está normalizado y cuál es la sensibilidad de las víctimas y su historia personal. El abuso no es una palabra para abusar, sino que hay que ser en extremo rigurosos en su uso, en su juicio y más aún en adueñarse de un lado de la trinchera sin ver la globalidad y su altísima complejidad.
  • Víctimas victimarias: como somos seres relacionales, si nos quedamos pegados para siempre en un rol, en una posición de la historia y no somos capaces de vernos desde una perspectiva mayor, misericordiosa y trascendente, es posible que de objetivas víctimas nos convirtamos en victimarios de alguien más, ocasionando un daño que nunca quisimos causar. Lo anterior no exime ni excluye que los procesos legales o de reparación, si fuese el caso, sigan su curso. No se trata de perdonar (lo que a veces requiere toda una vida), sino de seguir adelante y observar los frutos que sí se puede sacar de un sufrimiento tan injusto e inmerecido para construir algo más. En definitiva, se trata de transformarse en un sobreviviente de verdad.
  • No todo es abuso: con esta mirada más humana donde, como dice el jesuita Chércoles, siendo conscientes de que somos seres “cornamentados” (que nos hacemos daño con nuestros cuernos al convivir unos con otros), seamos rigurosos con el lenguaje, ya que no todo es abuso. Habrá que ponernos de acuerdo como sociedad sobre la hondura y ramificaciones de esta transgresión de la dignidad de otra persona, para así poder diferenciarlas de las faltas pequeñas, medianas y graves, de las desubicaciones, imprudencias, tonterías, errores, actos impulsivos, “metidas de pata”, “salidas de madre” y miles de conductas inadecuadas entre nosotros, pero que no son para hacernos juicios, ni “matarnos” en las redes, ni “funarnos” en la vía pública. Son oportunidades para resolver nuestras diferencias, aprender a relacionarnos mejor, a sumar nuestra diversidad y ser más compasivos unos con otros en una fraternidad objetiva, que estamos llamados a edificar. La “tentación de la inocencia”, como dice Pascal Bruckner, quizás nos puede ayudar a discernir y actuar en conformidad