¿Cuánta verdad se necesita para la paz?


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Marlon-Trujillo-Montaño

Puedo revivir con facilidad la imagen de las personas que en zonas de violencia reaccionaron ante mi pretensión de reportero de recordar la tragedia de su familia o de su vereda.

—Yo le di vuelta a esa página —me dijo con acento seco como un portazo una mujer que había visto asesinar a su esposo y a su hijo mayor.

Al cumplirse los 50 años de la guerra entre las Farc y las Fuerzas Armadas, y cuando es más fuerte la esperanza de un acuerdo de paz, ha vuelto a la agenda de los colombianos la propuesta de una Comisión de la Verdad que facilite el ambiente propicio para el perdón y la aplicación de la justicia.

La verdad se percibe como algo no urgente para un momento en que hay demasiados asuntos inaplazables: el desarme, el regreso de los desplazados, la devolución de tierras, la reparación a las víctimas, la búsqueda y encuentro de los cadáveres, la reconstrucción de pueblos abandonados. En medio de estas urgencias, ¿para qué hablar de verdad?

En los países en que después de largos períodos de violencia lograron llegar a la firma de acuerdos de paz, se discutió alrededor de la misma duda y concluyeron que la verdad les era necesaria, crearon comisiones de la verdad, por razones como estas:

La verdad permite que la sociedad descubra, clarifique y reconozca los abusos; es una contribución a la justicia y al rendimiento de cuentas; hace posible un esbozo de la responsabilidad de las instituciones y la necesaria recomendación de reformas. Pero el más profundo e indispensable efecto de la verdad es que se convierte en un estímulo para la reconciliación

 

Esa verdad desmantelará el dañino lugar común de que en Colombia hay un partido de los buenos y otro de los malos

 

Una comisión necesaria

La experta en comisiones de la verdad, Priscilla Hayner, de quien he tomado la enumeración anterior, no tiene duda alguna sobre la necesidad de estas comisiones después de estudiar y ver el funcionamiento de 21 de ellas. Esa verdad “impide que sea posible seguir negando los hechos”, anotó en Verdades Innombrables después de su viaje y estudio en Suráfrica. Coincide con ella Michel Ignatieff al comparar el de estas comisiones con el trabajo de los historiadores honestos que, comenta drástico, “reducen el abanico posible de las mentiras”.

Y para una víctima la mentira de los poderosos responsables de la ofensa se convierte en una nueva ofensa. La verdad, en cambio, tiene el poder curativo de un bálsamo.

Las comisiones de la verdad de El Salvador y Guatemala obtuvieron otro efecto inesperado: derrotar la impunidad que protegía a oficiales del Ejército que continuaban en sus altos cargos como si nada hubiera sucedido.

En Sudáfrica llegó a tener la calidad de obstáculo la idea de que el conocimiento de la verdad provocaría reacciones violentas entre las víctimas del Apartheid. En la discusión pública sobre el tema, los argumentos fueron muy semejantes a los que utilizan los críticos de los medios de comunicación que prefieren una información sin hechos violentos para no perturbar la serenidad de las personas y de los hogares. Finalmente se impuso el criterio de los que prefieren mantener abiertos los ojos de la sociedad para que reconozca la presencia del mal y para que estén alertas para combatirlo.

Además, fue claro el hecho de que ninguna comisión de la verdad ha producido hechos violentos como consecuencia de la publicación de sus informes.

Solo si conocemos la verdad de lo sucedido podremos saber cuán profunda es la herida que han dejado 50 años de violencia. Así el país estará en condiciones de saber cuál es la respuesta que debe dársele a ese pasado.

Esa verdad, además, pondrá en evidencia los errores y las mentiras en que se ha sustentado la violencia: mentiras de la guerrilla, de los gobernantes, de los partidos, de los historiadores, y de los medios de comunicación que, puestas en evidencia, exigirán correcciones y rectificaciones. Es una verdad que propicia la reconciliación pero no la impunidad. Servirá para desmantelar lugares comunes que por repetidos no dejan de ser dañinos, como los que hacen creer que en el país hay un bando de los buenos y otro de los malos. La verdad a que pueden llegar las comisiones destacará aquí lo mismo que ha mostrado en otras partes: que todos tenemos de bueno y de malo y que nadie es o integralmente bueno o por completo malo. Además, que nadie puede atribuirse el papel de juez de los demás. Cuando esto se entienda, el espíritu de los colombianos estará cerca de la reconciliación. Entonces un acuerdo de paz tendrá sentido.