¿Cuándo podrán los agricultores dejar de reivindicar?


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Desde hace ya muchos días, los agricultores están reclamando en las calles un modo de vida digno, con una legislación –europea y española– que les permita desarrollar su actividad y, de paso, vivir.



La Biblia es un libro en que se refleja la sociedad preindustrial y eminentemente agraria propia de la vida en la que surge. En sus páginas encontraremos múltiples detalles de esa clase de sociedad: desde las antiguas fiestas en el Antiguo Testamento, ligadas a tareas agrícolas –como las Semanas o las Tiendas–, como muchas de las parábolas de Jesús, que hallan en el campo y sus tareas –como la del sembrador– su contexto vital.

Incluso en las primeras páginas de la Biblia, el segundo conflicto que aparece en ellas –después del que ha tenido lugar en el jardín del Edén– se produce entre un agricultor (Caín) y un ganadero (Abel). Aunque, como se sabe, aquí el “malo” resulta ser el agricultor (quizá porque la perspectiva es la de los pastores). Sin embargo, un poco más adelante, lo que se ve es que todas las actividades humanas, excepto precisamente la agricultura, están ligadas a Lámec, un descendiente de Caín especialmente arrogante: “Caín estaba edificando una ciudad y le puso el nombre de su hijo Henoc. A Henoc le nació Irad, e Irad engendró a Mejuyael; Mejuyael engendró a Metusael, y Metusael engendró a Lámec. Lámec tomó dos mujeres: una se llamaba Ada, y la otra, Silá. Ada dio a luz a Yábel, que fue el padre de los que habitan en tiendas con ganados. Su hermano se llamaba Yúbal, que fue el padre de los que tocan la cítara y la flauta. Silá, a su vez, dio a luz a Tubalcaín, forjador de herramientas de cobre y hierro” (Gn 4,17-22).

Tierra que mana leche y miel

Será más adelante, cuando Israel esté a punto de entrar en la “tierra que mana leche y miel”, cuando Moisés le transmita que una vida buena ligada a una tierra asimismo buena es un regalo divino: “Cuando el Señor, tu Dios, te introduzca en la tierra buena, tierra de torrentes, de fuentes y veneros que manan en el monte y la llanura, tierra de trigo y cebada, de viñas, higueras y granados, tierra de olivares y de miel, tierra en que no comerás tasado el pan, en que no carecerás de nada, tierra que lleva hierro en sus rocas y de cuyos montes sacarás cobre, entonces comerás hasta saciarte, y bendecirás al Señor, tu Dios, por la tierra buena que te ha dado” (Dt 8,7-10).

No es bueno que los agricultores –y los ganaderos– no puedan trabajar. Ni para ellos ni para los demás, porque, en gran parte, su vida es la nuestra.