Cuando Francisco no esté


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La voz pausada y reflexiva del cardenal José de Jesús Pimiento me dice que el sucesor del papa Francisco “tiene que ser uno que continúe la dinámica pastoral que tiene la Iglesia… el que venga deberá seguir, el estilo será distinto, pero que la obra siga porque es la obra de Dios”.

Pimiento es un arzobispo que a los 96 años fue hecho cardenal por el papa Francisco. Nadie lo ha clasificado como progresista ni como hombre de audaces ideas de avanzada; sin embargo, se lamenta: “yo fui padre conciliar y veo con dolor que el Concilio no se ha aplicado totalmente. Yo entendí bastante el Concilio pero no logré aplicarlo como se debía por resistencias que encuentra uno”.

Con la llegada del papa Francisco cundió en la Iglesia la percepción de que ha llegado el momento de la aplicación del Concilio y de la renovación de la Iglesia. Hoy se habla un nuevo lenguaje, está en proceso una renovación del pensamiento y han comenzado a circular las expresiones de una nueva visión: las palabras misericordia, ternura, periferia, han reemplazado la dureza que suponen juicio final, tribunal, castigos y rechazo del pecador. Las advertencias del Papa contra la autorreferencialidad han enseñado a mirar a la Iglesia como un medio y no como un fin y han contribuido al acercamiento con otras iglesias de modo que se ha sometido a revisión la vieja afirmación que se repetía como axioma teológico: “fuera de la Iglesia no hay salvación”.

Todo esto, más la fuerza mediática de Francisco (Cf. Vida Nueva 116, Pliego) explican el aire nuevo, de puro Evangelio, que se ha comenzado a respirar en la Iglesia. Pero ¿cuánto durará? ¿Le alcanzarán los años que le restan a Francisco para consolidar las nuevas estructuras y la renovada visión de la Iglesia que ha iniciado?

Cambios urgentes

La avanzada edad de Francisco es una de las razones de la pregunta. La renuncia de Benedicto XVI cuando sintió que sus fuerzas eran insuficientes para afrontar el intenso trabajo y esfuerzo que le exigirían los cambios que debía impulsar entre los aullidos de los lobos abrió los ojos del mundo católico a una realidad que no había sido suficientemente considerada: para renovar la Iglesia no bastan las fuerzas del espíritu, estas deben estar acompañadas por la energía física.

Se trata de cambios que no dan espera, que suponen timonazos decididos como los que Francisco está dando. ¿Alcanzará a consolidarlos y mantenerlos? ¿Los años de vida que le restan serán suficientes?

¿A los interrogantes sobre su edad se agregan los que parten de las voces de oposición que se están levantando en el interior de la Iglesia?

Así como sucedió antes, durante el Concilio y después de él, esas voces cuestionaron la necesidad de un cambio, pusieron en duda la pertinencia y ortodoxia de los cambios y se opusieron a su aplicación. ¿Ocurrirá lo mismo con los avances logrados y los proyectados por Francisco, cuando él renuncie o muera?

Cuando el cardenal Pimiento hace el perfil del sucesor de Francisco señala como primera característica indispensable que continúe su línea renovadora porque “esa es la obra de Dios”. Hay el temor, sin embargo, de que en vez de la de Dios se imponga la voz de los hombres.

Esas voces de los intereses personales no han faltado en la Iglesia y de ello dan fe los documentos históricos sobre el Concilio Vaticano I cuando hubo sonoras disputas que se repitieron en el Vaticano II y que no desaparecerán en un posible Vaticano III.

Entre los que querían un silencio de asentimiento para todos los asuntos teológicos y pastorales, y los que todo lo someterían a discusión como en cualquier parlamento, están los que encuentran saludable esa clase de participación y de deliberación generada por el amor a la Iglesia y por la convicción de que la Iglesia siempre deberá profundizar su doctrina, que es algo vivo y sujeto a desarrollos y mejoramientos.

El Sínodo extraordinario sobre la familia fue un revelador laboratorio: intervenciones amenazantes, miedo a caer en relativismos, campaña en los pasillos para presionar con el argumento de que peligraba la unidad, tratos rudos de los curiales romanos, afinadas críticas sobre intentos de manipulación, tentativas de mantener en secreto los avances logrados; reacciones nada nuevas y que siempre han ocurrido.

Nuevas en cambio fueron las afirmaciones sobre el avance de una Iglesia de izquierda, desdeñosos comentarios sobre los bajos niveles académicos del argentino llegado a Papa y el carácter demagógico de sus pronunciamientos.

En otros niveles se han recibido como ofensas las reiteradas invitaciones a una vida pobre en las parroquias, a salir a la calle y a ejercer una pastoral de las periferias. Son, sin embargo, estos los signos de una Iglesia renovada que, aplicados intensa y extensamente revelarán el rostro de una Iglesia con la juventud de Dios.

¿Se mantendrá esto cuando muera el Papa? ¿Será este el programa del sucesor de Francisco? Son las preguntas que se escuchan en la Iglesia de hoy, temerosa de haber esperado la primavera cuando no han desaparecido las penumbras y heladas del invierno.