Conversación sobre el poder


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La experiencia de tener tres obispos al frente para una conversación abierta y franca sobre el poder en la Iglesia no se preveía fácil. Había que explorar los abusos del poder en curas y parroquias, regresar al pasado azaroso de papas guerreros y pensar sobre los estragos del poder entre curas y monseñores. Después de dos horas nuestra idea de conversar con los obispos había cambiado.

Cada uno con su voz propia y su libre manera de pensar enriqueció el tema. No piensan igual, pero cada uno escuchó y discrepó fraternalmente. Por sobre las diferencias fue evidente el muy real y sincero amor a la Iglesia.

La invitación de Vida Nueva Colombia a los obispos eméritos Flavio López, Fabián Marulanda y Enrique Sarmiento, fue motivada por el tema publicado en la sección A Fondo de la Edición 56 sobre el poder. Queríamos que tres obispos compartieran con los lectores su experiencia y sus pensamientos sobre el ejercicio del poder en el interior de la Iglesia. Los tres, desde su pasada experiencia al frente de sus diócesis o de cargos altos en la Iglesia colombiana, respondieron sobre la existencia de un proceso que a lo largo de la historia ha marcado la posición de la Iglesia frente al poder, y las rectificaciones históricas con que se ha propuesto vivir la utopía señalada por Jesús.

Entre los papas guerreros que combatieron al frente de sus ejércitos para recuperar o conquistar los estados vaticanos, y los papas de nuestra era, hay una diferencia tan grande que obligan a reflexionar si aquellos y estos creen lo mismo sobre el poder, sobre la Iglesia o sobre el papel de la Iglesia en la sociedad. ¿Qué sería de la Iglesia de hoy, en pleno siglo XXI si estuviera conducida por Julio II, Papa él, católico él y de seguro convencido de que luchaba por el bien de la Iglesia? La pregunta de historia virtual, planteada por monseñor Marulanda dejó ver que en la figura del Papa Benedicto XVI se concentra lo mejor y más admirable de la lucha de fidelidad de la Iglesia a través de los siglos.

Los obispos fueron ejemplarmente concretos y señalaron los excesos y virtudes del ejercicio del poder en las parroquias. Sí, hay párrocos arbitrarios que según el humor del día ponen su poder al servicio de su feligresía o de sus caprichos. Aún así, la feligresía los acepta porque ven cómo coexisten en sus curas el cariño y la entrega a sus parroquianos, con sus excesos y rabietas…

Pero fuera de esas actitudes de poder, los obispos fueron más al fondo para descubrir la presencia del poder en actividades pastorales como la formación de los laicos y su limitada participación en la vida parroquial o diocesana. ¿Hay celos en el párroco cuando ve crecer el poder e influencia del laicado? La pregunta quedó planteada con tanta claridad como el hecho del palo que recibe el sacerdote que busca respuestas a preguntas que el párroco o el obispo no se han hecho, o no han querido afrontar.

Aparecieron, pues, efectos inesperados del mal ejercicio del poder en el interior de la Iglesia. La conversación no se detuvo ahí y los tres obispos fueron aún más a fondo: ¿estamos formando laicos para la vida parroquial o diocesana o para que influyan en la vida de la sociedad?, preguntó monseñor Sarmiento. No es el poder parroquial el que se debe fortalecer, es la fuerza transformadora del Evangelio la que debe llegar a la sociedad a través de laicos formados en la lógica de Jesús. Se intensificó así el ejercicio de reflexión que sin embargo ahondó aún más.

¿Basta que los laicos se conviertan en fieles, en activistas, en apóstoles? Siguiendo las indicaciones y el pensamiento del episcopado latinoamericano en Aparecida surgió en la conversación el más reciente enunciado: es necesario que tanto el laico, como obispos, sacerdotes y religiosos, asuman la tarea de ser discípulos porque siéndolo, harán suyo el pensamiento y la vida de Jesús.

Lo dijeron todo en una forma tan sosegada y reflexiva como si se tratara de asuntos y pensamientos de todos los días, que a fuerza de pensados y repensados se les habían vuelto un discurso sincero, sencillo y profundo.

Habíamos comenzado por una Iglesia ávida de poder y terminamos en una iglesia discípula de un Maestro que alteró todas las lógicas de modo que el que tiene poder lo usa para servir, al contrario de lo que dictan e imponen las ideas en uso. VNC