Con la camiseta puesta


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Los seis obispos de la costa pacífica colombiana tuvieron delante de sí un territorio invadido y unas comunidades indígenas, negras y mestizas acorraladas o en fuga. Como ejército de ocupación habían llegado a ese rico y extenso territorio las empresas nacionales y multinacionales empeñadas en hacer del Chocó una cantera de oro, platino y maderas u obsesionadas por crear una red de comunicación de vías fluviales o marítimas o por extender los territorios sembrados de coca o de palma africana. Como agentes de esos propósitos, están las hordas de hombres armados, atraídos por la riqueza y por el ambiente montaraz, que hicieron de la región un campo de batalla.

Ante esta situación los obispos debieron contemplar varias posibilidades:

• Dedicarse a su labor espiritual. Predicar las virtudes cristianas, hacer énfasis en el poder de la oración, recordar que el alejamiento de Dios es fuente de desdichas y dejar los problemas temporales a las autoridades.

• Estimular la actividad de los líderes cristianos e inspirarlos con la doctrina social de la Iglesia, que predica la justicia, la igualdad y la dignidad de todos los seres humanos. La Iglesia cumpliría así con su papel de luz de la humanidad.

• La tercera posibilidad era la de hacer suyo el conflicto, mirarlo desde abajo, desde las víctimas, correr sus riesgos, exponerse a quedar entre dos fuegos y sin la protección de lo institucional eclesiástico, por tanto con el riesgo de ser tachados como demagogos, comunistas o, incluso, aliados de subversivos o, por lo menos, de intrusión indebida en asuntos políticos.

A pesar de todos sus riesgos,  esta tercera fue la opción de los obispos que firman al pie de la carta pastoral de la cual publicamos apartes en el Pliego de esta edición. La condición y práctica del cristianismo se puede reducir a las fórmulas y ritos con los que se reemplazan la vida y sus riesgos, de modo que el cómodo ámbito de lo ritual y lo teórico protegen como una burbuja de la riesgosa realidad.

Entre los dos extremos: el de utilizar el evangelio para huir de la realidad en nombre del espíritu, o el de valerse del evangelio como metralleta para disparar consignas revolucionarias, la Iglesia ha encontrado ese justo medio que inspira a los obispos del pacífico colombiano.

Su carta fue escrita para ser leída y reflexionada por indios, negros y mestizos, y también por los blancos, en el tiempo de adviento y como elemento para entender lo que significa en estos años la encarnación, el misterio  del Dios que planta su tienda en medio de los hombres, no solo en medio de la gente pía. Alrededor de aquel establo, o cueva, debía haber ladrones, pastores cándidos de pesebre, adúlteros y prostitutas, asesinos y gente honrada, y entre ellos nació y creció el Dios que decidió -permítanme la expresión corriente- ponerse la camiseta de lo humano; no de un sector o grupo religioso, sino de lo humano.

Ponerse esa camiseta significa sentir como humano. En otro documento que reseñamos en esta edición, el padre Javier Giraldo explica que se llega al otro por la vía de ese sentir, que permite captar su grito de sufrimiento. No es necesario entenderlo, basta captarlo con una sensibilidad que hace sufrir la injusticia y la impotencia que otro padece, como propias. Eso es ponerse la camiseta del que sufre: sentir que las entrañas se le revuelven ante la injusticia. Es el primer paso para actuar.

Y esta es la manifestación del amor al otro que es, a su vez, la señal de la presencia de Dios. En lenguaje de Cristo esto se dice así: “en esto conocerán que sois mis discípulos, en que os amáis”. Esto lo tomaron tan en serio los primeros cristianos que provocaron la expresión de admiración: “Mirad cómo se aman”.

Como Cristo se puso la camiseta de la humanidad, los primeros cristianos la lucieron, la llevan los obispos que tomaron sobre sí los dolores de los oprimidos de su región, sin miedo a las consecuencias. O con miedo, pero dispuestos a soportarlo. Este ponerse la camiseta de las víctimas es parte de la filosofía de Vida Nueva Colombia, por eso a los lectores no les sorprende que, en vez de secciones de liturgia, vida religiosa, catequesis o espiritualidad, que no excluimos,  nos ocupemos de la política, de los asuntos sociales cuando  se desconocen los derechos y la dignidad del otro.