Rosa Ruiz
Teóloga y psicóloga

Ahúciame, María, Ahúciame


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Hace unos años (diez nada menos) leí un editorial en esta revista sobre los desahucios que me impresionó. De hecho, lo sigo recordando. Por aquel entonces fueron abundantes y desde ahí se nos invitaba a vivir la Navidad acogiendo y no “desahuciando” a nadie, especialmente quienes celebramos al Señor de la Historia como un ‘pequeño gran desahuciado’.



Ahora lo recuerdo uniendo dos cosas. Por un lado, dando vueltas a la palabra “ahuciar” según el Diccionario de la RAE: “Esperanzar o dar confianza (de latín ‘fiducia’, confianza)”. Y desde ahí también tiene el sentido de dar fianza, avalar. Y, por otro lado, porque estamos a punto de celebrar (el 18 de diciembre) la Virgen de la O, la Virgen de la Esperanza o de la Dulce Espera. En definitiva, celebramos a una mujer embarazada que, como bien dice la tradición, está en “estado de buena esperanza”.

Y, por eso, esta semana me dirijo a Ella: ¡ahúciame, María, ahúciame! Porque sería un precioso regalo sabernos avalados por Ti en estos días previos al nacimiento. Porque si alguien tiene motivos para esperar esa eres Tú, que puedes sentir las “pataditas” del fruto de Dios en tu vientre. Esas pataditas de Dios que nos recuerdan que El nos habita, que está vivo y es tan real como la vida misma. Y también esas pataditas que a veces el Misterio y su querer nos deja sentir: algún cambio de rumbo, un nacimiento donde nunca lo hubiéramos buscado, el final de algún camino que creíamos eterno, alguna despedida temida, algún tropiezo que nos quiebra por dentro…

Danos esperanza

Ahúcianos, María, danos esperanza, sé Tú nuestro aval en estos tiempos raros que nos tocan. Especialmente a los que ya han perdido hasta las ganas de seguir confiando. Especialmente a los que sienten que ya agotaron toda fianza en la vida. A los que están convencidos de que nadie los avala. Ni ellos mismos. Ni el mismo Dios. Sí, ese que de vez en cuando parece darnos “pataditas” dentro para recordarnos que está ahí y forma parte de nuestra entraña.

María virgen

Ahúcianos, María, que entre nosotros no todos somos hombres y mujeres en estado de buena esperanza. ¡Y cuánto bien nos haría, si eso fuera posible! Quizá así, grávidos y conscientes, andaríamos con más tranquilidad, cuidaríamos más unos de otros, nos permitiríamos algún que otro antojo inocente y no huiríamos de tener la sensibilidad a flor de piel. Seríamos hombres y mujeres de la O. De la esperanza. O de la Dulce Espera.

Ahúciame, María, ahúcianos. Que el Adviento va terminando y nosotros seguimos estando con el corazón un poco desahuciado. A veces. A trozos. Y cerca igual hay alguien que bien necesita un empujón o un aval de buena esperanza. No vaya a ser que andemos tan distraídos en nuestras propias historias que ni nos demos cuenta.