Acompañar las pérdidas


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Como médico, creo que entendí bastante pronto que una de mis tareas principales era ayudar a los pacientes a elaborar e integrar las pérdidas que toda enfermedad supone. Comprendí que curábamos pocas veces; de hecho, casi en exclusiva, las enfermedades infecciosas, y no todas (en algunas enfermedades virales, como el sida, nos limitamos a mantener el virus contenido, pero no se logra su desaparición). En el resto de patologías, se trataba de enfermedades crónicas con las que había que convivir, tratando las descompensaciones agudas y aceptando las cortapisas que suponen. Un ejemplo de esto son las broncopatías, la insuficiencia cardiaca, la diabetes…



En otro momento de mi vida profesional, afronté las enfermedades neurológicas, en concreto la lesión medular, que provoca una pérdida de función por lo general completa e irreversible por debajo del nivel de daño. En esos casos, la tarea del médico es acompañar en un proceso individual de rehabilitación en el que la persona se reubica en la vida con las funciones que le han quedado. Esto es muy difícil en las lesiones altas, a nivel del cuello, cuando en ocasiones se pierde incluso la capacidad de respirar y la persona queda dependiente de ventilación mecánica. Ahí, la dependencia de otros es absoluta para sobrevivir día a día. Por fortuna, no es muy frecuente.

Aprovechar lo que queda

En otra faceta más común de problemas neurológicos, el conocido ictus, una zona del cerebro queda sin riego y las funciones que de ella dependen resultan dañadas. Se pierde el habla o la comprensión del lenguaje, la fuerza de un brazo o una pierna… y hay que ayudar a rehabilitar lo que se ha perdido, a aprovechar lo que queda y a prevenir nuevos daños.

Otra forma extrema de pérdida es la demencia, sobre la que escribí en la entrada anterior, en que desaparece de forma gradual y sutil la función más definitoria del ser humano, el juicio, la propia conciencia. Por el momento, nuestros medios farmacológicos solo permiten enlentecer el proceso y mitigar algunas de las consecuencias del mismo; por ejemplo, las alteraciones conductuales, que tanto dificultan la vida y el cuidado de estos pacientes.

Procesos sociales y familiares

Todos estos procesos son individuales, pero a la vez sociales y familiares. En el caso de la patología neurológica, con la dependencia que condiciona, no solo debe atenderse al paciente, también a su medio. Apoyamos en lo posible a los cuidadores, que en muchas ocasiones tanto nos enseñan. En contacto con ellos he aprendido el significado de palabras como abnegación y sacrificio; he visto renunciar por amor al propio placer y al propio proyecto para dedicarse al cuidado de quien te necesita.

Esto no se hace por dinero, sino por convicción y por fe (que es una forma de convicción en que la realidad se dota de un sentido mayor y trascendente). En contacto con enfermos y cuidadores, creo haber aprendido qué es el amor incondicional, qué supone y cuánto cuesta entregarlo.

Preparado para mi momento

Rezo para que Dios me haga capaz de ejercitarlo cuando me llegue el turno, y tener la fortuna de recibirlo cuando lo necesite. Porque esa es la otra cara de la realidad: como médico, casi siempre me he ubicado “en el otro lado”, pero la edad condiciona cada vez con más frecuencia que la posición cambie. Cuando me llegue el momento de elaborar las propias pérdidas, que Dios me ayude a hacerlo y ojalá cuente con personas que me ayuden en ese proceso, al cual no hay que tener miedo: la enfermedad y la muerte son consustanciales a la vida, son la forma natural de terminarla, y creemos que una transición a una vida mejor, que no acabará, sin los sufrimientos y amarguras de la presente, aunque ignoramos en qué pueda consistir.

Sin embargo, comprendo que asuste pensar qué habrá más allá del mundo que conocemos, y a veces acongoje la perspectiva de la debilidad y la mayor necesidad de los demás. Por eso hay que concentrarse en el presente, vivir la realidad, ayudar en lo que podamos, dejarnos ayudar en lo que necesitemos. Así vamos recorriendo este camino, apoyándonos los unos a los otros.

He compartido con ustedes reflexiones que me acompañan en mi práctica médica cotidiana. Recen por los enfermos y por quienes les cuidamos.