¿A quién representan?


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En un mundo lleno de heridos resulta obsceno perder el tiempo en teorías

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Es la pregunta que se impone cuando uno lee que una organización que se autodenomina “católica” se escandaliza, se ofende y promueve acciones legales contra una exposición artística con objetos que mantienen la línea de una custodia y que llevan en el centro imágenes de vaginas.

¿Representan estos católicos el pensamiento de la Iglesia y el sentir de los católicos? ¿O solo representan una sensibilidad ofendida, subjetiva y personal?

Hablar de católicos es hablar de mucha gente, de numerosas y diversas actitudes y sensibilidades. ¿Por qué endilgarle a ese vasto sector humano lo que solo afecta a un grupo?

La pregunta se repite cuando, ante el suicidio de un estudiante homosexual de 16 años, se buscan las razones de la homofobia, estímulo del matoneo que agobió al joven suicida. Si esos profesores alegan creencias y una moral católica para condenar la homosexualidad y emprender la cruzada contra el joven homosexual, ¿representan e interpretan lo católico? ¿Puede concluirse, como ya lo han hecho algunos medios de comunicación, que su homofobia criminal se funda en la moral católica?

Es la misma pregunta que se viene haciendo alrededor de las actitudes y pronunciamientos del Procurador Ordóñez. ¿A quién representa e interpreta este alto funcionario?

Sus posiciones sobre asuntos como el aborto, la adopción y la unión de parejas homosexuales, ¿son personales? ¿Son del funcionario que se apoya en la constitución y en las leyes? ¿Son de un católico en representación de la Iglesia y de los católicos?

Cuando sus acusadores recordaron una quema de libros propiciada por él en Bucaramanga, asociaron el acto con los de la inquisición cuando en nombre de la fe se quemaban brujas, libros y papeles calificados como heréticos. ¿Interpretaba la inquisición a la Iglesia? ¿Representa hoy Ordóñez a la Iglesia? ¿De quién es esa voz de moralista: es acaso la de los católicos? ¿Es la voz de la Iglesia?

Son preguntas que ni él ni sus adversarios responden para afirmar con mayor lenidad que el catolicismo y la Iglesia operan e influyen desde la procuraduría.

Esas preguntas se podrían formular desde otro contexto: el de los católicos europeos que respondieron la encuesta preparatoria del sínodo de octubre sobre matrimonio y familia. Sus respuestas, favorables al aborto en algunos casos, al matrimonio y a la adopción gay, a los sacramentos para divorciados, esas opiniones, ¿representan e interpretan a los católicos?

Hubo un tiempo en que esas discusiones se zanjaban a golpes de autoridad: o cree lo que los jerarcas han definido y usted permanece en comunión con la Iglesia o piensa lo contrario y usted entra en la categoría siniestra de los herejes; puede ser excomulgado o, en los casos extremos de la inquisición, va a la sala de torturas, a prisión o a la hoguera.

Esos fueron otros tiempos en que la Iglesia poco usaba las palabras misericordia, diálogo o ternura y, en cambio, se aferraba al dogma, a la justicia y a las inapelables sentencias del Santo Oficio.

El buen samaritano

Dios, que vela por su Iglesia para protegerla de las acechanzas que le llegan desde afuera y contra las que proceden de su interior, se ha valido de personas como Juan XXIII y su Concilio Vaticano II, o como Pablo VI o Benedicto XVI o Francisco de Asís o Teresa de Calcuta o Teilhard de Chardin para mantener una humilde búsqueda de la verdad, de modo que al llegar el momento de las dudas, predominan consideraciones como la del papa Francisco sobre la prioridad con que en una emergencia se debe atender primero a los heridos, antes que cualquier discusión teórica o doctrinal.

Al recordar su favorita parábola del buen samaritano, el Papa destaca a alguien venido de la periferia, a quien no interesan la nacionalidad ni la religión ni la condición social del herido. Es un herido y eso basta. No entra en consideraciones sobre la pureza o impureza ritual ni la hora del día ni su propio peligro, porque se trata de salvar una vida y eso es lo primero. Al amor de Dios, presente en el samaritano bueno, le tienen sin cuidado las eruditas consideraciones de los doctores de la ley porque para él la prioridad es clara: la víctima.

En un mundo lleno de víctimas resulta obsceno perder en teorías y discusiones el tiempo y los recursos que deberían dedicarse al alivio y curación de los heridos.

Es claro que el que finalmente nos interpreta y representa es el samaritano que cura las heridas. Los demás solo se representan a sí mismos.