Tiempo de diálogo

(Amadeo Rodríguez Magro-Obispo de Plasencia) Es posible que en tiempos de desencuentro, de descalificaciones y de opiniones faltas de rigor, lo mejor sea callar y esperar a que descampe. Pero también es posible que sea un momento oportuno para hablar, si se puede. Porque, si bien es propio de la Iglesia caminar entre las contrariedades de la vida, sin embargo no debe encontrarse a gusto en los conflictos, aunque éstos no dependan sólo de una parte. Al contrario, debe colaborar a restablecer la concordia. Por eso, quizás sea el momento de lucir una joya del magisterio de los últimos Papas. Me refiero a Ecclesiam Suam, primera encíclica de Pablo VI, en la que propone el diálogo como vía de encuentro de la Iglesia con los hombres y mujeres de este tiempo. Desde su precioso contenido se puede elaborar un itinerario para el entendimiento estable, libre y respetuoso.

El diálogo, recuerda la encíclica, no se improvisa, necesita un “clima de amistad”, que hay que cultivar con tiempo y con actitudes nuevas, ésas que la Iglesia recibe de buena fuente, del Evangelio mismo. Propone pautas preciosas que, cultivadas a largo plazo, dan siempre su fruto: como “evitar la polémica ofensiva o no considerar a nadie enemigo, si no es que él mismo lo quiere”. Y ofrece, cómo no, unas cualidades para el diálogo: “Claridad, afabilidad, confianza y prudencia”. Y como el diálogo es intercomunicación entre personas o instituciones, no puede faltar nunca el “respeto a la libertad” del otro. Y, por supuesto, en el diálogo hay unas reglas de juego irrenunciables, y la primera es una perla especialmente valiosa: “La unión de la verdad con la caridad”. Y siempre se parte de una premisa imprescindible para cualquier interlocutor: “El diálogo no pude ser una debilidad respecto al compromiso de nuestra fe”.

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