Rasgos emergentes de algo nuevo

celebración Iesu Communio

celebración Iesu Communio

AQUILINO BOCOS MERINO, CMF | En Europa y Norteamérica estamos atravesando un invierno duro vocacionalmente. Con el bajísimo índice de natalidad y el fuerte viento del secularismo, el clima no es propicio para las vocaciones. Sin embargo, son abundantes en Asia y África. Porque parece que este es el signo del bienestar de la Vida Consagrada. Es decir, va bien, si hay muchas vocaciones. Va mal, si no hay vocaciones. Y pocos se acuerdan de que las vocaciones son un don de Dios. Y pocos se atreven a decir que la cantidad no es sinónimo de calidad.

El Espíritu Santo ofrece sus dones cuando quiere, a quien quiere y donde quiere. Porque no deja de actuar en su Iglesia, también el nuestro es tiempo de religiosos.

Los rasgos emergentes de una nueva Vida Consagrada son múltiples. Unos tienen señales de espectacularidad. Otros son más ocultos, pero llevan dentro su novedad y riqueza. Las nuevas comunidades son regalos que el Espíritu hace en este desierto que atravesamos.

Pero, como las caravanas en el desierto, los que están cargando con el duro peso de las instituciones, servidoras de la Iglesia y de la humanidad, son las grandes órdenes y los institutos apostólicos. Aun contando con gente mayor.

También “al olmo viejo, hendido por el rayo y en su mitad podrido, con las lluvias de abril y el sol de mayo, algunas hojas verdes le han salido” (A. Machado). La renovación revitaliza y da sus frutos, aunque todavía estén escondidos.

Hay indicios de calidad de Vida Consagrada.
El primero y más vigoroso es la fidelidad
de los que siguen a Jesús donde quiera que sea.

Hay indicios de calidad de Vida Consagrada. El primero y más vigoroso es la fidelidad de los que siguen a Jesús donde quiera que sea. La Vida Religiosa es, en sí misma, un milagro. Nadie la puede legitimar desde el esfuerzo humano y nadie puede sostenerse por mucho tiempo en este estado de vida si no es desde la gratuidad divina.

Se consideran discípulos y hermanos. Observan los signos de los tiempos, escuchan la Palabra de Dios y participan en la Eucaristía. Disciernen la voluntad de Dios en comunidad. Superan sus fragilidades con la misericordia de Dios.

Cultivan la fraternidad y estrechan lazos para que todos los hombres hagan del mundo la casa del Padre y de María, Madre de los vivientes. Saben que su misión es compartir el don y la tarea recibida. Circula entre ellos con espontaneidad el diálogo y la corresponsabilidad.

Su estilo de vida es samaritano. Buscadores de Dios y servidores de los excluidos por nuestra sociedad del bienestar. Difícilmente se les puede encasillar; son creativos. Siempre inquietos y en búsqueda. Nada les satisface y miran más allá. No se conforman con cualquier cosa y son libres. Se sienten, porque lo son, Iglesia y se puede contar con ellos. Solo hay una condición: que se busque el Reino de Dios.

El espíritu misionero de las consagradas y consagrados ofrece hechos y frutos que dan vitalidad a la Iglesia. En ningún otro momento de la historia se ha hallado presente en tantos países del mundo como en el actual. En los rincones más apartados e incomunicados, donde se pasa hambre y sed y donde las comodidades humanas son nulas, por puro amor a Dios y al prójimo, hay religiosas y religiosos.

Apuestan por una vida mística, profética y martirial. Con mente inclusiva y corazón reconciliador, recorren las vías de la interculturalidad, aglutinan generaciones y colaboran con otros carismas y ministerios.

En el nº 2.787 de Vida Nueva.

 

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