¡Si levantara la cabeza.…!

(Alberto Iniesta– Obispo Auxiliar emérito de Madrid)

“La ropa de este mundo es como un trapo destinado a la basura o al pudridero, y no merece que le demos tanta importancia como a veces se le da. Lo único que importa es el traje de la gracia, con el que pasaremos al Reino”

Si María Antonieta levantara la cabeza, se moriría de vergüenza, viendo en la prensa diaria de media Europa a una de sus sucesoras, la primera dama de Francia, posando frente a la cámara totalmente desnuda. Recientemente, en cambio, con ocasión de la visita del Papa, se presentó en público elegantemente vestida con un traje de chaqueta gris perla.

El hombre es el único animal que no se conforma con la propia piel como vestido para toda la vida, como los animales, sino que tiene que ponerse algo encima, lo que sea. ¿Por qué se viste el hombre? Por pudor, no parece, ya que ese sentimiento es parecido al sentido del olfato, que con el tiempo acaba por acostumbrarse a casi todo. Como protección contra el frío, tampoco se ve justificado, salvo en condiciones de climas muy adversos.

Es posible que el vestido del hombre tenga principalmente una función simbólica del estatus social de las personas en la sociedad, especialmente en las que tienen alguna responsabilidad social, como la bata blanca en los hospitales, la toga negra en los tribunales, o el alba blanca en los ministerios eclesiales, etc. Pero también podría ser un eco del primer pecado, que desnudó al hombre de la inocencia original, motivando que Yahvé le pusiera un taparrabos simbólico que cubriera su vergüenza.

En los primeros tiempos de la Iglesia, los recién bautizados recibían una vestidura blanca, que seguían llevando toda esa semana, simbolizando la vida de la gracia, de la que nunca deberían desprenderse. La ropa de este mundo es como un trapo destinado a la basura o al pudridero, y no merece que le demos tanta importancia como a veces se le da. Lo único que  importa es el traje de la gracia, con el que pasaremos al Reino, desnudos de nuestros harapos, pero vestidos de la gloria divina, que brillará en nosotros para siempre, entre grandes desfiles de modelos de las mejores firmas de la Casa de Dios.

En el nº 2.630 de Vida Nueva.

Compartir