Herederos de una rica tradición eclesial que se remonta a la Primera Conferencia General celebrada en Río de Janeiro (1955) y cuatro conferencias: Medellín (1968), Puebla (1979), Santo Domingo (1992) y Aparecida (2007), los obispos de América Latina y el Caribe han vuelto al punto de partida –Río de Janeiro– para conmemorar 70 años de misión evangelizadora y pastoral en la edición 40 de su Asamblea General, del 26 al 31 de mayo. El Cristo Redentor abrió sus brazos para acoger a los más de 80 prelados, incluidos representantes de Norteamérica, África y Asia.
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El cardenal Jaime Spengler, presidente del Consejo Episcopal Latinoamericano y Caribeño (CELAM) y del Episcopado anfitrión, agradeció a todos su presencia como signo de comunión y fraternidad para “construir juntos un futuro eclesial iluminado por el Evangelio y en fidelidad al clamor de los pobres y de la Casa común”. A los prelados se le unieron referentes de las agencias de cooperación: Porticus, Miserior, Manos Unidas o la Arquidiócesis de Colonia (Alemania), entre otros. La delegación ausente: Nicaragua, que por razones de seguridad no pudo participar.
El acto inaugural se realizó en el colegio Sagrado Corazón de María, institución que siete décadas atrás acogió a Helder Cámara, en ese entonces auxiliar de Río de Janeiro, junto a 96 obispos, para celebrar lo que sería la I Asamblea General del Episcopado, por ende, la creación del CELAM. Joyce Bezerra, referente de comunicaciones de esta institución, explicó que en ese entonces Cámara mantuvo una posición valiente contra las injusticias y la defensa de los más pobres, por eso, organizaron una exposición con estudiantes de educación media sobre la campaña de solidaridad Fraternidad, utilizando diferentes mosaicos de papel reciclable, con fotos históricas para “recordar ese momento clave en la historia de la Iglesia latinoamericana”.
En esta ceremonia de apertura, también homenajearon a tres expresidentes: Oscar Andrés Rodríguez Maradiaga, cardenal arzobispo emérito de Tegucigalpa (Honduras); Raymundo Damasceno, cardenal arzobispo emérito de Aparecida (Brasil); y Miguel Cabrejos, arzobispo emérito de Trujillo (Perú).
El cardenal Spengler señaló a ‘Vida Nueva’ que esta 40ª Asamblea es un punto de partida que les permitió a las 22 conferencias episcopales analizar su caminar: “Fue muy bonito escuchar los desafíos y logros de las Iglesias particulares en nuestro continente, hemos tenido una mirada general de la realidad”. Destacó también la acogida del cardenal arzobispo de Río de Janeiro, Orani João Tempesta.
Sin duda, una de las cuestiones clave discutidas en estos días fue la recepción del Sínodo de la Sinodalidad que para el purpurado consiste en ver cómo cada conferencia “lleva adelante aquello que se sugiere a toda la Iglesia; si bien es cierto que el continente cuenta con una tradición sinodal muy rica, sin embargo, no podemos quedarnos acomodados, puesto que el Sínodo exige desarrollar algunos temas”.
Giambattista Diquattro, nuncio apostólico de Brasil, a través de su encargado de Negocios, Gabriel Pesce, saludó a la plenaria: “Su asamblea es señal y semilla de un nuevo tiempo de gracia” con la que renuevan el impulso misionero como “fruto maduro de la reflexión eclesial y de la experiencia concreta de fe de nuestros pueblos”.
El prelado invitó a sus colegas a insertarse en el “corazón del camino jubilar y sinodal”, que inició el papa Francisco con sabiduría profética a quien rinde memoria agradecida y sigue siendo impulsado por León XIV con quien “renovamos nuestro afecto filial y plena fidelidad”. Así, hizo votos para que la celebración de estos 70 años permita a la Iglesia continental abrir horizontes audaces y sea “más santa, profética y pascual”.
Aterrizar la sinodalidad
Por una sinodalidad más comprendida y vivida como una dimensión esencial de las Iglesias locales y de la Iglesia universal. Bajo esta premisa, Luis Marín de San Martín, subsecretario del Sínodo, planteó el tema de la recepción de la Asamblea Sinodal, que tuvo dos sesiones (2023-2024), dejando un documento conclusivo, que “no es estrictamente normativo, pero compromete a las Iglesias a hacer opciones coherentes” y deja una Asamblea Eclesial mundial en el horizonte para 2028. Por supuesto, son opciones que requieren discernimiento, para lo que recomendó tres criterios prácticos:
- Involucrar nuevamente a las personas que ya han contribuido.
- Devolver los frutos de la escucha de todas las Iglesias y del discernimiento de los pastores en la Asamblea sinodal.
- Recuperar, potenciar y, en su caso, renovar los equipos sinodales.
Un proceso que involucrará directamente a los equipos sinodales conformados por presbíteros, diáconos, consagrados y laicos, acompañados por su obispo. Aclaró que esta fase de implementación “no prolonga” la Asamblea ya celebrada, sino que aterriza en la vida cotidiana de las Iglesias locales “las conclusiones e ideas recogidas en el Documento Final”.
El agustino español, hermano de comunidad de León XIV, aseguró que el Papa ya en el primer saludo desde la logia de San Pedro afirmó claramente que “queremos ser una Iglesia sinodal, una Iglesia que camina, una Iglesia que busca siempre la paz, que busca siempre la caridad, que busca siempre estar cerca especialmente de aquellos que sufren”.
Siendo cardenal –destacó el prelado– Robert Francis Prevost aseguró que, frente al temor de los obispos al proceso sinodal, “el Espíritu Santo está muy presente en la Iglesia en este momento”, por lo que “estamos llamados a la gran responsabilidad de vivir lo que yo llamo una nueva actitud”. Esa nueva actitud descrita por Prevost implica ampliar la capacidad de escucha, sobre todo, “no se trata de discutir una agenda política o simplemente tratar de promover los temas que me interesan a mí o a otros”. Se trata de escuchar al Espíritu.
Sobre el itinerario establecido en la carta enviada el 15 de marzo de 2025 por el cardenal Mario Grech, secretario general del Sínodo, ha mencionado que continúa “con algunos ajustes” en el cronograma. Así pues, comienzan con las asambleas de evaluación en todas las jurisdicciones eclesiales del mundo (primer semestre de 2027), luego este ejercicio pasa a los episcopados nacionales y agrupaciones eclesiales (segundo semestre de 2027); en 2028, arranca una evaluación por continentes, que culminará con la Asamblea Eclesial en octubre de ese año.
Marín indicó que “resulta imprescindible el acompañamiento de los sacerdotes, proseguir la formación a todos los niveles y la integración de la Vida Consagrada y las asociaciones laicales”. Todo ello con el “carácter concreto y práctico” de estas fases, para “superar el peligro de la indefinición y abstracción de la sinodalidad”.
‘Praedicate Evangelium’
Teniendo este paraguas del Sínodo, el cardenal Tempesta analizó la realidad de los episcopados a la luz de la constitución apostólica Praedicate Evangelium, que concierne al diálogo con “las conferencias episcopales en cuestiones relacionadas con la organización pastoral, la liturgia y la misión”. En este sentido, planteó tres niveles.
- El primero, unidad entre los obispos, que “tienen la última palabra, pero no la única”. Aquí resulta clave la apertura, pensando en las nuevas territorialidades, porque el mundo ha estado pasando rápidamente de “un territorio centrípeto a un territorio centrífugo”. Por ende, “esa figura del obispo como señor pleno, absoluto y exclusivo de su diócesis, alrededor del que todo gira, debe ser repensada”.
- Un segundo nivel es la relación entre conferencias de obispos entendida como la mutua colaboración, lo que “nos lleva a pensar en la misión del CELAM y de organismos eclesiales similares de comunión”. Fenómenos como las migraciones o el cambio climático “trascienden fronteras” afectando a todos por igual. En este sentido, los episcopados están llamados a reforzar la comunión, ya que “no se trata de una cuestión meramente histórica o resultado de problemas coyunturales, sino de una cuestión teológica, eclesiológica, directamente vinculada a la identidad de la Iglesia”.
- El último nivel versa sobre la relación de episcopados con la Santa Sede, en especial, con el ministerio petrino. Allí las conferencias tendrán autonomía para anunciar el Evangelio a culturas diferentes a pesar de las incomprensiones sobre esta cuestión. Para ello, será siempre importante reconocer la condición de un mundo totalmente interconectado, más aún cuando soluciones locales pueden tener incidencia global. De ahí la necesidad de un ministerio de unidad –prosiguió el purpurado brasileño–, capaz de escuchar las diversas formas de abordar las cuestiones y de permitir, en el diálogo, que las respuestas, aunque muchas veces locales, estén en conexión directa con las soluciones encontradas por otras Iglesias y, aún más, con “la identidad del Evangelio”.