Reflexionemos sobre los 70 años del Consejo Episcopal Latinoamericano y Caribeño (CELAM), un organismo providencial, con una mirada al pasado para agradecer, al presente para reconocer y al futuro para proyectar en este año jubilar, sabiendo que la esperanza no defrauda.
- EDITORIAL: La profecía de América
- A FONDO: 70 años del CELAM: el espejo de la colegialidad
- ENTREVISTA: Pedro Brassesco: “Debemos seguir siendo escuela y testimonio de sinodalidad”
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Sabemos que el papa Pío XII, que había visitado América del Sur como cardenal Eugenio Pacelli, impresionado por las posibilidades de un continente joven y en continuo crecimiento y conocedor del Concilio Plenario a finales del siglo XIX y principios del siglo XX, tuvo la feliz idea de la primera asamblea episcopal de América Latina aquí en Río de Janeiro hace 70 años.
Así nació el CELAM. Se dispuso entonces que la sede permanente sería Bogotá (Colombia), como punto convergente y más o menos equidistante para las 22 conferencias episcopales del continente.
Uno de los frutos inmediatos del recién nacido CELAM fue la preparación del Concilio Vaticano II. Allí, en las cuatro sesiones, pudieron conocerse más. Y así surge el primer gran hito de la historia del CELAM: la II Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, celebrada en Medellín en 1968 e inaugurada por Pablo VI. Los 16 documentos surgidos de esa reunión fructificaron en un renacimiento de la Iglesia en todo el continente. El entonces secretario general del CELAM, hoy beato cardenal Eduardo Pironio, posteriormente su presidente, fue una pieza clave en el mapa de la renovación conciliar.
Fueron también los años de la “Pastoral de Conjunto”. Surge también entonces la Teología de la Liberación, basada en la “opción preferencial por los pobres”, formulada en esa II Conferencia y que ahora es ya un principio maduro de la Doctrina Social de la Iglesia. El post-Medellín se caracterizó por un dinamismo especial, centrado en la formación de agentes de pastoral, liturgia, doctrina social y teología, que impartían cursos en varios países. No faltaron dificultades que culminaron en polarizaciones.
Se llega así a la III Conferencia General, celebrada en Puebla y programada para octubre de 1978. La muerte de Pablo VI y de Juan Pablo I, y la elección de Juan Pablo II pospusieron la fecha, celebrándose finalmente entre enero y febrero de 1979 bajo la presidencia del cardenal Aloísio Lorscheider. Juan Pablo II inauguró la Conferencia que quería ser una aplicación de la ‘Evangelii nuntiandi’ a nuestra realidad. El Documento de Puebla tiene aún hoy día plena vigencia en el clima de confrontación e ideologización que vivimos, e influyó también en la temática del Sínodo sobre la Sinodalidad.
Reuniones interamericanas
Se iniciaron las llamadas reuniones interamericanas, para un diálogo e intercambio entre el CELAM y los episcopados de Canadá y Estados Unidos. Habitualmente, con cinco representantes de ellos y diez del CELAM, y que cambia de sede cada año. Al principio, fueron bastante informales, pero poco a poco se desarrollaron más profundamente. Posteriormente, se llamarían reuniones de la Iglesia en América.
El post-Puebla fue muy positivo en el desarrollo de la nueva evangelización. Se unificaron los centros de formación que estaban en varios países y se constituyó entonces el ITEPAL.
La asamblea de 1987 pidió la posibilidad de una IV Conferencia del Episcopado, y fue aprobada por el Papa, cita que se realizaría en Santo Domingo en 1992. En esos años hubo adversarios del CELAM que estuvieron a punto de hacer fracasar la IV Conferencia, ya que habían hecho correr la voz de que dicha reunión desembocaría en un cisma y que era mejor que la Pontificia Comisión para América Latina sustituyese al CELAM. Quiero recordar aquí a Dom Luciano Mendes de Almeida, a quien debemos en gran parte que se haya llegado a buen puerto con un documento que merecía mejor suerte.
Aparecida
Llegamos así a la Conferencia de Aparecida, en el año 2007. Benedicto XVI la inauguró bajo la presidencia del cardenal Francisco Javier Errázuriz en el Santuario de Nuestra Señora Aparecida (Brasil). Se enfatizó la conversión pastoral y el discipulado misionero. El clima fraterno y de gran libertad favoreció una participación muy grande y produjo un documento muy rico pastoralmente. El cardenal Jorge Mario Bergoglio fue el presidente de la Comisión de Redacción del documento y, ya como papa Francisco, sería uno de sus grandes promotores. El post-Aparecida se caracterizó por su gran entusiasmo evangelizador.
En la asamblea de Tegucigalpa, en mayo de 2019, se tomaron decisiones muy importantes. Sé pidió a la nueva directiva que explorara la posibilidad de una nueva Conferencia General, dado que habían transcurrido doce años desde Aparecida. Consultado el Santo Padre, respondió que no lo consideraba oportuno, ya que Aparecida estaba todavía sin aplicar en muchas partes. Y dijo: “Imaginen algo distinto”. Y de ahí surgió la I Asamblea Eclesial, con el tema ‘Todos somos discípulos misioneros en salida’. Se desarrolló en México, y ha sido una experiencia que anticipó el Sínodo de la Sinodalidad. Hasta el día de hoy, no ha habido otro acontecimiento de Iglesia tan participado. Está certificada la cifra de 70.000 personas que tomaron parte a través de internet.
Pero además se logró, especialmente con un gran esfuerzo del presidente Miguel Cabrejos –que visitó todas las conferencias episcopales–, la ansiada reforma de la estructura del CELAM y culminar la construcción de la nueva sede como un signo de presencia hacia el futuro.
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