José Cobo, nuevo arzobispo de Madrid: “En esta vida solo he tenido tiempo para ser cura”

Buenos días a todos. Gracias por venir. Ya podemos contar el secreto a voces. Me presento ante vosotros y ante la diócesis. Primero, con cierto vértigo y, también, con responsabilidad ante Dios, la Iglesia y el Santo Padre, que me confía este servicio”. Con media hora de tregua tras el anuncio oficial vaticano al mediodía del lunes 12 de junio, José Cobo Cano se situaba en el disparadero de los flashes como nuevo arzobispo de Madrid.



“Soy pequeño, no solo de estatura. Tengo otras muchas pobrezas, pero confío en que no estoy solo”, exponía a modo de credenciales el que hasta hacía pocos minutos antes era el obispo auxiliar de la archidiócesis más importante de España, con cuatro millones de habitantes a sus espaldas, 476 parroquias, 1.631 sacerdotes, 4.758 religiosos y 374 contemplativos. Con 57 años, sustituye al cardenal Carlos Osoro, que deja el timón con 78, después de pastorear la Villa y Corte durante nueve años.

Con una elección supervisada personalmente por Francisco, como es habitual en las plazas católicas de referencia, Cobo está llamado a aterrizar las reformas papales por encima de las zancadillas clericales que ha padecido su predecesor. Abogado de carrera, el mismo año que concluyó sus estudios universitarios, en 1988, ingresó en el Seminario de Madrid. Sacerdote desde 1994, se conoce por tanto el engranaje del territorio que a partir de ahora pilotará.

Curtido ya antes de ser cura como voluntario de Proyecto Hombre, en pastoral penitenciaria y en Cáritas, fue vicario parroquial de la iglesia de San Leopoldo y, después, párroco de San Alfonso María de Ligorio y arcipreste de Nuestra Señora del Pilar. Así que sabe lo que supone dinamizar a las catequistas, tantear al seminarista recién llegado, montarse un campamento con los jóvenes, administrar el cepillo para llegar a fin de mes… Y estar junto a los últimos. No en vano, su labor pastoral siempre ha estado ligada a lo social, como prueba haber sido viceconsiliario de la Hermandades del Trabajo de Madrid.

Se le augura un pontificado largo, en tanto que le quedan unas dos décadas para una futurible jubilación. Tiempo, no solo para guiar a la Iglesia madrileña, sino también para liderar, antes o después, a la española, como lo hicieran Tarancón o Rouco. “Mira lo que le pasó al primer obispo de Madrid. Duró un año y era más joven que yo…”, suelta entre bromas, refiriéndose a Narciso Martínez Izquierdo, que fue asesinado en 1886 por los disparos de un sacerdote en desacuerdo con sus reformas.

PREGUNTA.- ¿Por qué la palabra “vertigo” para definirle hoy?

RESPUESTA.- El vértigo no hace que te lances, aunque a veces el vacío tira de ti. Me siento como los novios antes de la boda, con vértigo por la inmensidad de lo que significa el matrimonio, pero sabiendo que, cuando se está enamorado, todo se ve y hace con más facilidad. Vivo el nombramiento con gran responsabilidad, me sobrecoge. El otro día me decía un obispo que, cuando uno no ha movido ni un dedo ni un papel para cualquier cargo y te llega, es que viene de Dios. Es lo que me ha pasado a mí. Con esa confianza lo acojo: si Dios pide, Dios ayudará.

Además, el conocimiento que ya tengo de esta diócesis me hace ver que hay gente muy buena, no para hacer lo que yo decida, sino para escuchar y actuar a partir de ahí desde las tres claves de la sinodalidad: comunión, participación y misión. En estos años, he ido aprendiendo que el ministerio episcopal en Madrid implica acompañar las realidades e inquietudes que van surgiendo. El pastor tiene la misión de armonizar todos estos carismas para que suene todo bien, pero la música no la pongo yo, sino el Señor. Madrid tiene grandes posibilidades porque es una eclosión de vida continua.

P.- ¿No teme que se le acaben las ideas en las próximas dos décadas?

R.- Es que yo no voy a poner las ideas, las va a poner la gente. Lo primero que vamos a hacer es escuchar a la gente. Es el momento de potenciar que sigan en acción y sacar lo mejor de cada parroquia, de cada congregación, de cada movimiento. No hay que olvidarse de la bondad del presbiterio de Madrid, que es heroico por sacar adelante esta diócesis, así como del laicado, con las posibilidades que tiene, su identidad y su responsabilidad en la Iglesia.

En estos cinco años como prelado, ha ejercido de fontanero, arreglando grietas, desatascando desagües, con proyectos de obra nueva, otros de reforma… No ha ejercido de mesa auxiliar en la que dejar migajas sobrantes. Ha sido auxilio en su sentido más literal y urgente. Cobo, de despacho. Y Cobo, sobre todo, de calle. Un obispo desatanudos que, de un día para otro, pasa a ser el jefe de obra.

Autoridad

P.- Habrá quien le siga viendo como el “manitas” de turno y cuestione su autoridad…

R.- A unos les gustaré más y a otros les gustaré menos. En definitiva, son cuestiones de gusto. Estos años me han permitido ver la entraña diocesana y conocer lo que hay debajo. Esta tarea me ayuda ahora a ayudar, a posibilitar a ayudar e ir escuchando de otra manera. No es lo mismo ver las cosas desde fuera o desde la barrera que haberlas abordado en primera persona. Ahí uno cuenta con cierta ventaja porque algo de ojo tengo ya en valorar qué ha caducado y no da más de sí, qué necesita un remiendo y qué está en perfecto estado para seguir potenciándolo.

No se le percibe nervioso. Le ha dado tiempo a asimilarlo. Los tiempos de la Iglesia han querido que José Cobo esperara más de lo normal entre que se le transmitió que sería el nuevo arzobispo de Madrid y la comunicación. Entretanto, una filtración más que interesada cuando el secreto pontificio no había cumplido 24 horas. Madrid es una plaza más que apetecible y hay a quien le interesaba lanzar el nombre antes de tiempo. Para hacerle un traje. No precisamente a medida del susodicho, sino cortándole un patrón deformado para que su bienvenida se tiñera del mismo agridulce con el que se quiso despedir a su predecesor, el cardenal ya emérito Carlos Osoro. Progre, inexperto y traidor. Progre, como sinónimo intoxicado de alguien convencido del Vaticano II y volcado en la pastoral social. Inexperto, intentando argumentar que no podrá pilotar la archidiócesis porque ‘sólo’ ha sido cinco años auxiliar, cuando desconocen su liderazgo entre bambalinas en este tiempo lo mismo abanderando nuevos proyectos que salvando los muebles. Traidor, intentándole enfrentar a Osoro, cuando su relación es tan cotidiana como transparente. Tanto como para que el purpurado espere casi hasta las cuatro de la tarde para comer con su sucesor, sin rechistar, a la espera de que el nuevo remate el maratón de entrevistas que cierra con ‘Vida Nueva’. Lo que ocurre es que el progre, inexperto y traidor Cobo llega más que curtido de las humillaciones padecidas por don Carlos y de ahí que no se le perciba titubeo alguno con los periodistas, ante los que se presenta con el pectoral del buen pastor. El de Bergoglio. Y casi mejor que quienes ya le atacan le subestimen como a él.

P.- ¿Cómo acoge las críticas?

R.- Con cierta paz. Estos años me han curtido mucho. Sobre todo, estar cerca de don Carlos. Él me ha enseñado a tener una mirada muy caritativa ante los ataques recibidos, a no perder el horizonte de la persona que tienes enfrente aunque a ti te etiqueten y te borren el rostro. También he aprendido a dar la importancia que tiene a esas críticas, a no ponerlas en el centro para que no te despisten.

P.- Pero es complicado que los envites no calen con la bienvenida que le han dado desde algunos foros.

R.- Hay líneas rojas que hay que hibernar y verificar si vienen o no de la verdad. Cuando tú haces que un medio, una noticia o una opinión sea cauce de tu rabia, de tu ideología, de las apetencias o del dolor de tripa, difícilmente es contrastable. Otra cosa es que te acerques a la verdad y des una mirada humana de lo que en realidad está sucediendo.

P.- Lo que sucede es que esos medios a los que se refiere están alimentados por sacerdotes… y por obispos. Esas resistencias clericales y episcopales, que se dejan caer contra el Papa, se han acrecentado contra el cardenal Osoro y, muy previsiblemente, ahora le tengan a usted en la diana.

R.- Justo esta mañana, cuando hemos celebrado la misa el obispo auxiliar Jesús Vidal y yo en casa, nos hemos topado con la lectura del día, que estaba escogida precisamente para responder a este contexto. San Pablo hablaba del sufrimiento que va intrínseco a la vida de la Iglesia. Siempre habrá alguien que no nos va a entender. El apoyo y el consuelo se encuentra en saber que estás haciendo lo que Dios quiere. Es lo que hago todas las noches en mi examen de conciencia: “Señor, lo que he hecho hoy, ¿me ha ayudado a mí y a los demás a ser mejores personas?”. Habrá un clero que caiga o haya caído en redes ideológicas o intestinales en mal estado, pero eso no nos va a quitar que la Iglesia siga adelante. En eso tenemos mucho que aprender del papa Francisco.

P.- ¿Cómo se acompaña entonces a quien le insulta?

R.- Ofreciendo siempre la mano, y no es un decir. En muchas de esas muestras de rabia, siempre hay detrás una persona, en quien ataca y en quien la sufre, porque se pone en riesgo el corazón de gente. De forma privada, es normal y sano que se exprese un disenso o que haya una riña, pero, cuando entramos ya en un campo de juego público, dice muy poco de la fe de la Iglesia y se convierte en un contrasigno.

Con los vulnerables

P.- Pastor de lo social, volcado con los vulnerables. Lejos de ponérselo en valor, se ha usado contra usted como un dardo, como si un arzobispo de eficacia probada tuviera que contar con varios doctorados como canonista o moralista…

R.- A mí no me ha dado tiempo a otra cosa en esta vida que ser cura. No he tenido tiempo para más. Cualquier cura de Madrid sabe que, cuando te entregas por entero a una parroquia, no sales de ella ni te da tiempo ni para estudiar otra carrera o hacerte un máster. Algo lees por las noches restando horas de sueño y en vacaciones. Al menos a mí, estar en la parroquia me ha absorbido y he sido y soy feliz.

Por otro lado, creo que ha llegado el momento de que dejemos de dividir y de dividirnos. Ese afán que tenemos en separar lo social, lo catequético y lo celebrativo, como si fueran departamentos estancos y especializarnos sin mirar a lo de al lado, no corresponde con la realidad de la vida. Cuando has estado en una parroquia y en un barrio, sabes que celebramos lo social y vivimos lo celebrativo. Si la catequesis no es social, no es una catequesis verdadera. Tenemos que ir dando pasos para ir imbricando cada una de nuestras acciones pastorales y no etiquetarlas, porque respondería a un fin que no es de la Iglesia. Nadie es más que nadie. ¿Tú eres más del Corpus o de Cáritas? No tiene sentido decantarse por lo uno o por lo otro. No me imagino a Jesús diciendo que es más social o que es más Hijo de Dios o que es más eucarístico. Jesús daba la vida en todo lo que hacía, y por ahí es por donde hay que caminar.

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