El ADN cofrade vence a la pandemia

De blanco, verde o púrpura. Ricos, pobres, clases medias. Abogados, albañiles, médicos, guardias civiles, panaderos. Los que se visten juntos en la casa de los abuelos y los que se encuentran con el capirote en una mano y en la otra la papeleta de sitio antes de salir. De nazareno o costalero, de penitente o esclavina.



Una hermandad es una apisonadora que nivela las costumbres y cada familia tiene la suya. Porque es algo innegociable que, como decía aquel personaje de Eduardo Sacheri chalado por el fútbol en El secreto de sus ojos, un hombre no puede cambiar: la pasión. De casa, de cara, de novia. Pero no de pasión: ni de equipo de fútbol ni de hermandad.

Y todo tiene un punto de partida. En el caso de la familia Naz es 1943. “Yo nací casi frente a la iglesia. Desde casa, acostado en la cama, vi por el balcón montar el San Rafael que hay en lo alto de la torre de San Pedro”, rasca en su memoria Manolo, que a sus 90 años vive ahora cómo su familia nutre uno de los ejes de su vida, la cofradía.

La Hermandad de la Misericordia tiene su sede canónica en la Basílica Pontificia de San Pedro, uno de los doce templos fernandinos fundados por Fernando III el Santo tras conquistar Córdoba en 1236. Poco se sabe de la Hermandad del Santísimo Sacramento que allí se fundó en 1534.

Tampoco de la de los Santos Mártires de Córdoba, fundada en 1673, y fusionada más tarde con la del Santísimo Sacramento. Sí que la actual hermandad se fundó en 1937, en plena Guerra Civil, durante un intenso proceso de renovación y auge de la Semana Santa en la ciudad.

Muchas vivencias

Manolo Naz, por tanto, un niño entonces de 11 años, vivió toda su génesis. “A la niña, que es la mayor, no la apunté porque en esa época las chicas no participaban en las hermandades, en contra de mi voluntad. A mi hijo Manolo lo apunté desde que nació; hace poco le han dado la medalla por los 50 años. Y luego nació mi otro hijo, que lleva cuarenta y tantos. Mis nietos van naciendo y los van apuntando”, desgrana.

“Desde pequeño han sido muchas las vivencias, ya que mi padre pertenecía a la junta de gobierno. A partir de enero, febrero, cuando se aproximaba la Semana Santa, íbamos a la hermandad a diario”, rememora Rafa Naz, de la segunda generación, ya nacida en el seno de la Misericordia. “Recuerdo, siendo menor, que en las reuniones de la junta cogía una sillita y me ponía en la puerta, en una esquinita, sin que nadie me viera mucho, y me empapaba de todo lo que ocurría allí”.

“Eran años muy emotivos, muy bonitos, de mucho juego con el resto de los hijos de la gente de la cofradía. Luego, por suerte, he tenido el privilegio de estar 14 años en la junta de gobierno, gran parte de ellos de tesorero”, cuenta. Rafa comenzó a salir a los tres años de esclavina para ir creciendo, poco a poco, de nazareno y otros menesteres dentro de esa microsociedad que es una procesión.

Acompañar a las nuevas generaciones

“Hasta que con 15 años, y después de darle mucho la tabarra a mis padres, me dejaron salir de costalero. Así he estado 30 años. A veces con el Cristo y otras con la Virgen, pues para mí la devoción es la misma para ambos”, asegura.

Este Miércoles Santo, tres años después, saldrá de nuevo: lo hará por su hijo Ignacio, de 19 años, a quien prometió acompañarlo cuando saliera por primera vez de costalero. “Seremos los pies del Santísimo Cristo de la Misericordia por las calles de Córdoba. Al igual que mi hermano también va este año debajo con mis dos sobrinos, Manolo y Carlos. Seremos cinco de la familia”, cuenta ilusionado. Les acompañarán de nazarenas su mujer y su hija, Loli y María.

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