Vuelven las procesiones: ¡todos a la calle!

“Las saetas son coplas disparadas a modo de flechazos contra el empedernido corazón de los fieles”. Lo escribió Machado Álvarez, padre de Antonio y Manuel, en un arrebato. Ahora son los cantos salvajes y populares que, desde los balcones, se graban con el iPhone para compartirlos en las redes o para guardar en la hemeroteca, pero la flecha sigue apuntando al mismo sitio, porque los rituales de ligazón fortalecen una identidad asentada y otorgan orden.



Esa es la Semana Santa que se desparramará por las calles tres años después: España volverá a oler a incienso de nuevo con el primer jueves de luna llena de la primavera. Los niños volverán a pedir cera de mil colores a los nazarenos para sus bolas de papel de aluminio en Andalucía. A pedir el bocadillo y el agua con un jersey y unas manos en el hombro, santiguándose al paso de las imágenes en una comunión callejera.

En Calanda, ese pueblo de Teruel, el aporreo de los tambores se grabará en las consciencias como el primer recuerdo y el último suspiro de Buñuel. Más de 25.000 nazarenos caminarán juntos entonando el miserere en el Camino al Calvario de Cuenca, eso que llaman Las Turbas. En Zamora, la primera y única Semana Santa española declarada Bien de Interés Cultural, se recordará una vez más La Pasión con la sobriedad y elegancia castellana.

El padre José Juan Jiménez Güeto es párroco de la Trinidad, como se conoce a la cordobesa Iglesia de San Juan y Todos los Santos, un templo que da cobijo a tres cofradías. Habla de ellas como “un elemento muy importante en la evangelización, algo que siempre se ha llevado a cabo a través del arte”. El sacerdote las considera “una catequesis práctica en las calles, sobre todo en Andalucía [barre para su tierra], donde esa misma expresión de recogimiento, de silencio, del sonido de los propios pasos provoca capacidad de asombro”.

“La belleza”, sigue el padre Jiménez Güeto, “es un elemento extraordinario en los pasos, especialmente para los más alejados de la fe que, a través de la contemplación de esta belleza, se llegan a cuestionar, a preguntarse como en el primer anuncio. Es una provocación en positivo para el corazón de mucha gente”. Desarrolla el sacerdote una de las notas más importantes: la capacidad de atraer a ateos y agnósticos al catolicismo a través de la belleza. La cumbre del concepto en España es, sin duda, sacar a la calle los pasos por Semana Santa.

Formación espiritual

Manuel Nevado, un opositor cordobés de 27 años, es un ejemplo revelador de todo esto. “Mis padres son muy de izquierdas y cero creyentes. Me bautizaron, hice la comunión y poco más”, explica el joven costalero, que cada Domingo de Resurrección acaba con el cuello como el morrillo de un cinqueño. “Aun así, mi padre siempre ha sido muy pesado con que estudiara Religión en el colegio cuando le decía que me iba a quitar. Decía que los valores que me iba a inculcar no me los iban a dar en otro sitio. Él, que era el más ateo, era el más pesado con que mi madre me llevara a misa”.

“Los recuerdos de mi novia son sus veranos en Torrox, Málaga; los míos son observar a mi madre en el salón, por las mañanas, viendo los libritos para llevarme de la mano por la tarde a ver las cofradías con la bola de cera, los bocadillos, las latas, las pipas. No sé por qué me flipaba tanto”, se pregunta. Cuenta que fue a través del marido de una compañera de su madre, hermano mayor de La Caridad, la hermandad de la iglesia de San Francisco, por quien entró en el mundillo.

Aquello lo gobernaba estivalmente: “A la gente le gustaba jugar al fútbol y a mí ir con mi vela de esclavina”. En su cuarto, en vez de los Ronaldos, los Raúles, los Roberto Carlos o los Zidanes de la época, colgaban con chinchetas los cristos que recortaba de las revistas. Los vecinos tenían que aguantar las marchas reproducidas por YouTube todos los días del año.

Puede parecer el relato de eso que llaman un meapilas, pero nada más lejos de la realidad; la imagen de Nevado se aleja mucho del nerd clásico. “Una época, de los 12 a los 16 años, no iba tanto a ver los pasos, aunque nunca fallara los Jueves Santos. Mis abuelos venían desde Pozoblanco y Alcaracejos solamente para llevarme a mí a San Francisco. En mi casa se vivía como algo importante, una mezcla especial de tradición y familia. Mi abuelo, que era guardia civil, flipaba con la Legión”, sigue con un testimonio extrapolable a muchos casos.

Porque la centenaria fuerza de élite creada por Millán Astray también es un reclamo, a veces con excesivos juegos de artificio, para quienes acuden a ver las procesiones: el Tercio del ‘Gran Capitán’ de Melilla, el ‘Duque de Alba’ de Ceuta, el ‘Don Juan de Austria’ de Viator (Almería), el ‘Juan de Farnesio’ de Ronda (Málaga).

Los cuatro tercios de La Legión se distribuyen por toda Andalucía para el cortejo tradicional de las imágenes al son de El novio de la muerte. Especialmente notorio, retransmitido por Televisión Española, es el que realiza al Cristo de la Buena Muerte de Málaga. Una ciudad andaluza donde los pasos no van a costal, sino que son portados por cientos de hombres en gigantescos tronos por las avenidas de la ciudad.

Más de cinco siglos

Laura Berrocal es la hermana mayor de la malagueña Archicofradía de La Sangre, una hermandad que realiza su estación de penitancia el Miércoles Santo y que, fundada en 1507, cuenta con alrededor de 2.300 hermanos. Mientras atiende a esta revista se escucha de fondo el trajín de las preparaciones, las consultas, las cuentas.

“Este año lo estamos viviendo con mucha intensidad, mucho trabajo y muchos nervios, pero sobre todo con mucha ilusión. Hemos vivido, como decimos nosotros, dos cuaresmas en muy poco tiempo, ya que tuvimos la suerte de procesionar en La Magna el pasado mes de octubre. Este año tenemos novedades en los dos tronos de la procesión y algunos pequeños enseres que incorporamos”, relata una de las dos hermanas mayores de los 41 con los que cuentan las cofradías de nazarenos de la capital de la Costa del Sol.

Berrocal asegura que su condición de mujer al frente de una hermandad jamás le ha supuesto un problema: “Lo llevo con mucha naturalidad, nunca he sentido nada raro ni en la Agrupación de Cofradías ni aquí en mi casa, en mi hermandad, sino todo lo contrario: yo me siento una más. Siempre animo a todo el mundo, sea hombre o mujer, que quiera dar el paso a que lo dé”. Es la suya, además, una vocación heredada: cuando nació, su padre ejercía sus mismas funciones. “La cofradía forma parte de mí, lo asumo como algo normal de mi día a día”, sentencia.

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