Francisco en el Corpus: “La Iglesia no es un círculo cerrado, sino una comunidad con los brazos abiertos”

El Pontífice ha presidido la solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo en la basílica de San Pedro, una celebración que ha incluido un momento de adoración tras la eucaristía

En el altar de la Confesión, ante un aforo reducido y cambiando la procesión por un momento de adoración eucarística; así ha celebrado el papa Francisco la solemnidad el Corpus Christi de este 2021 –en domingo–. Una celebración en la ha comentado el relato de la eucaristía del evangelio de (Mc 14,12) y en la que el pontífice se ha preguntado: “¿En qué “lugar” queremos preparar la Pascua del Señor? ¿Cuáles son los “lugares” de nuestra vida en los que Dios nos pide que lo recibamos?”



Sed de Dios

El Papa ha señalado que las personas “tenemos sed de amor, de alegría, de una vida fructífera en un mundo más humano. Y para saciar esta sed, el agua de las cosas mundanas no sirve, porque se trata de una sed más profunda, que sólo Dios puede satisfacer”. “Para celebrar la Eucaristía, por tanto, es preciso reconocer, antes que nada, nuestra sed de Dios: sentirnos necesitados de Él, desear su presencia y su amor, ser conscientes de que no podemos salir adelante solos, sino que necesitamos un Alimento y una Bebida de vida eterna que nos sostengan en el camino”, apuntó.

Francisco lamentó que “el drama de hoy es que a menudo la sed ha desaparecido. Se han extinguido las preguntas sobre Dios, se ha desvanecido el deseo de Él, son cada vez más escasos los buscadores de Dios. Dios no atrae más porque no sentimos ya nuestra sed profunda”. Sin embargo, el Señor se revela “como Aquel que da la vida nueva, que alimenta con confiada esperanza nuestros sueños y nuestras aspiraciones, presencia de amor que da sentido y dirección a nuestra peregrinación terrena”. “Si nos falta la sed, nuestras celebraciones se volverán áridas”, sentenció.

Dios en la pequeñez

“Dios se hace pequeño como un pedazo de pan y justamente por eso es necesario un corazón grande para poder reconocerlo, adorarlo y acogerlo. La presencia de Dios es tan humilde, escondida, en ocasiones invisible, que para ser reconocida necesita de un corazón preparado, despierto y acogedor”, prosiguió Francisco. “Se necesita ensanchar el corazón. Se precisa salir de la pequeña habitación de nuestro yo y entrar en el gran espacio del estupor y la adoración. Esta es la actitud ante la Eucaristía, esto necesitamos: adoración”, recomendó el Papa.

La Iglesia, prosiguió, no debe ser “un círculo pequeño y cerrado, sino una comunidad con los brazos abiertos de par en par, acogedora con todos”. “Preguntémonos: cuando se acerca alguien que está herido, que se ha equivocado, que tiene un recorrido de vida distinto, ¿la Iglesia es una sala amplia para acogerlo y conducirlo a la alegría del encuentro con Cristo? La Eucaristía quiere alimentar al que está cansado y hambriento en el camino, ¡no lo olvidemos!”, advirtió. “La Iglesia de los perfectos y de los puros es una habitación en la que no hay lugar para nadie; la Iglesia de las puertas abiertas, que festeja en torno a Cristo es, en cambio, una sala grande donde todos pueden entrar”, añadió.

Vivir el amor

La fracción del pan, ha destacado Francisco, “es el gesto eucarístico por excelencia, el gesto que identifica nuestra fe, el lugar de nuestro encuentro con el Señor que se ofrece para hacernos renacer a una vida nueva”. Un gesto “sorprendente” con el que el propio “Jesús es el que se hace cordero y se inmola para darnos la vida”. “En la Eucaristía contemplamos y adoramos al Dios del amor. Es el Señor, que no quebranta a nadie sino que se parte a sí mismo. Es el Señor, que no exige sacrificios sino que se sacrifica él mismo. Es el Señor, que no pide nada sino que entrega todo”, prosiguió.

“Para celebrar y vivir la Eucaristía, también nosotros estamos llamados a vivir este amor. Porque no puedes partir el Pan del domingo si tu corazón está cerrado a los hermanos. No puedes comer de este Pan si no compartes los sufrimientos del que está pasando necesidad. Al final de todo, incluso de nuestras solemnes liturgias eucarísticas, sólo quedará el amor”, apuntó. Por ello, “nuestras Eucaristías transforman el mundo en la medida en que nosotros nos dejamos transformar y nos convertimos en pan partido para los demás”.

El pontífice concluyó su homilía rememorando la procesión con el Santísimo que, aunque no se haga por la pandemia, “nos recuerda que estamos llamados a salir llevando a Jesús. Salir con entusiasmo llevando a Cristo a aquellos que encontramos en la vida de cada día”. “Desgastemos nuestra vida en la compasión y la solidaridad, para que el mundo vea por medio nuestro la grandeza del amor de Dios. Y entonces el Señor vendrá, una vez más nos sorprenderá, una vez más se hará alimento para la vida del mundo. Y nos saciará para siempre, hasta el día en que, en el banquete del cielo, contemplaremos su rostro y nos alegraremos sin fin”, concluyó.

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