Otro Mundial es posible

  • La pelota ya rueda en Rusia, donde planea la sospecha de que este Mundial y el de Qatar 2022 esconden la cara más podrida del fútbol
  • Ante esta realidad, un espejo de luz son las entidades eclesiales que fomentan la integración en contextos de exclusión gracias a la sencilla pasión por el balón
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  • EDITORIAL: Sudar la camiseta de Jesús

Varios niños de un proyecto de fútbol solidario de los salesianos en Valladolid

Desde este jueves 14 de junio, millones de personas en todo el planeta no pierden detalle de lo que ocurre cada día en Rusia. Hablamos, claro, del Mundial de fútbol, el mayor escaparate del deporte rey y, en definitiva, un gigantesco catalizador de pasiones desatadas. Los comentarios entre aficionados y prensa especializada se centran en analizar qué selección es favorita para alzar la dorada copa dentro de un mes o qué jugador será recordado como la gran figura del torneo.

Apenas se habla ya del Informe García, un amplio dossier que presentó a la FIFA Michael García, ex investigador jefe de la entidad que rige el fútbol mundial, donde denunciaba que Rusia y Qatar, que acoge el próximo Mundial en 2022, habían conseguido su designación en buena parte gracias a sobornos y corruptelas de todo tipo. En el caso qatarí, además, está el clamor de muchas instituciones que sostienen que han muerto más de 2.000 trabajadores en la construcción de los estadios que albergarán el campeonato; en su inmensa mayoría inmigrantes, habrían fallecido víctimas de unas condiciones laborales que rayarían la esclavitud.

La Fundación para la Democracia Internacional, afincada en Argentina, entregó en noviembre a Francisco un estudio en el que denuncia esta vulneración de los derechos humanos y pidió al Papa que les apoyara en su lucha para que la sede del Mundial 2022 no sea Qatar. Dicho documento se lo pudo entregar su presidente, Guillermo Whpei, a Bergoglio en unas jornadas organizadas en el Vaticano por la fundación pontificia Scholas Occurentes.

En contraste con esta situación en la que los focos de todo el mundo están puestos en el gran fútbol (aunque no en el negocio con ecos perversos que muchas veces lo desfigura), reconcilia con los valores esenciales del deporte conocer la apuesta de distintas entidades por el pequeño fútbol, el que se vive en los barrios de las grandes ciudades y en todos los pueblos y en el que lo único que cuenta es la ilusión por divertirse. Muchas de esas iniciativas son promovidas por comunidades eclesiales cuyo último fin es fomentar la integración en contextos de exclusión social.

Los Pajarillos de Don Bosco

Es lo que ocurre, por ejemplo, en el barrio de Los Pajarillos, en Valladolid. Allí, la Parroquia María Auxiliadora, de los salesianos, sostiene desde hace décadas un centro juvenil que desarrolla todo tipo de acciones para impulsar el desarrollo social en un contexto complejo, marcado en los 90 por el golpeo de la droga y la situación de muchos niños gitanos sin escolarizar. Una de esas iniciativas es un club de fútbol, el Don Bosco, que actualmente cuenta con 16 equipos en los que juegan niños y adolescentes de hasta 16 nacionalidades. Algunos de ellos llegan desde centros de menores en los que cumplen condena, teniendo permiso para salir a jugar al fútbol con los salesianos.

Quien mejor conoce este caminar es el presidente, desde hace 25 años, del Don Bosco, Demetrio Nieto. “Yo venía de trabajar unos años en Barcelona, y volvía a mi barrio de toda la vida. Me sobrecogió comprobar cómo la heroína estaba presente en cada esquina. No podíamos ser indiferentes a esta realidad, así que dimos la vuelta al club. Hasta entonces habían jugado en él chavales de familias estructuradas… Pero abrimos las puertas a todos esos chicos amenazados por la droga, en buena parte gitanos. Y hoy, con mucho orgullo, echo la vista atrás y me encuentro con que los hijos de esos chavales juegan hoy con nosotros. Ayudamos a cientos de niños y jóvenes, ofreciéndoles, desde el ocio y el deporte, una alternativa de vida llena de valores. Luchamos durante muchos años contra un enemigo terrible… Fue muy duro, pero vencimos”.

Para ello, codo con codo con los salesianos, fomentaron el centro juvenil como el gran referente del barrio. Y lo hicieron a través de un sinfín de actividades que han construido sociedad: paelladas, un programa de apoyo escolar para niños de etnia gitana o su conocida carrera popular. “Si en la primera edición –cuenta Nieto–, hace 21 años, vinieron 300 personas, en la última han sido más de 2.000, siendo además gratuita la inscripción y consiguiendo que se vuelquen hasta 50 pequeñas empresas de la zona”.

El Braval en Barcelona

Otro ejemplo se da en el barrio del Raval, en pleno centro de Barcelona. Allí, desde 1998, la asociación Braval, del Opus Dei, promueve distintos proyectos de voluntariado en un contexto marcado por la marginalidad y la inmigración. Su presidente, el pedagogo Josep Masabeu (que ha recogido buena parte de su experiencia en el libro ’20 historias de superación en el Raval’) rememora con Vida Nueva cómo surgió la idea hace 20 años. Conscientes de que las escuelas de la zona estaban “desbordadas”, a un grupo de voluntarios se le ocurrió dar un paso al frente con el fin de integrar a los nuevos vecinos del barrio. Tras pensar en el mejor modo de hacerlo, lo tuvieron claro: “El deporte, gracias a sus muchos valores, es un modo extraordinario de cohesionar la sociedad. Enseguida creamos equipos de fútbol y, luego, de baloncesto en los que pudieran jugar los chicos”.

Hoy cuentan con 12 equipos, seis de balompié y otros seis de basket. Desde el primer momento se han organizado en torno a la idea clave de la integración desde la diversidad: “En estas dos décadas han pasado por nuestro centro 1.240 chicos… Ahora mismo, son unos 250, y los hay de hasta 30 nacionalidades, que se reparten en cada uno de los equipos. Huimos de la idea del gueto, de que haya un equipo ‘de filipinos’, otro ‘de ecuatorianos’… Todo lo contrario, los dividimos y todas las nacionalidades se mezclan entre sí”. Para Masabeu, este método de “aprendizaje” y de vivencia de valores como la tolerancia y el conocimiento del diferente también tiene un eco hacia afuera: “El hecho de que juguemos en las ligas municipales hace que los equipos, cuando vienen a jugar a nuestra casa, conozcan la realidad del barrio”.

Christian Camacho, capitán del equipo de cadetes, se siente respaldado cuando piensa en su futuro. Este joven filipino de 15 años lleva dos en Braval, disfrutando de “un espacio con muy buen ambiente y en el que me siento muy cómodo, aprendiendo y mejorando cada día, tanto en el fútbol como en los estudios”. De todo lo vivido, se queda “con la posibilidad de conocer a gente nueva cada año al mezclarnos en los equipos, lo que hace que todos tratemos de adaptarnos al resto para estar a gusto y que el que llega nuevo quiera repetir en el curso siguiente”.

Jordi Comas es el delegado del equipo de infantil de la entidad barcelonesa. Voluntario desde los primeros años, ha acompañado a grupos de chavales de todas las edades. Destaca que “aprendes muchos de ellos” y, sobre todo, “te quedas con lo gratificante que es comprobar que todos progresan y mejoran. Unos más y otros menos, pero todos avanzan”. Para Comas, “lo mejor es cuando se animan a seguir estudiando más allá de la educación obligatoria chicos que al principio no se lo planteaban como una opción”. Algo en lo que su implicación es importante, aunque reconoce que “el mejor testimonio posible es el de los voluntarios que en su día vinieron aquí como ellos y hoy están en la Universidad y siguen acompañándoles”.

En la Cañada Real

Una tercera vivencia muy enriquecedora en este sentido es la que desarrolla Cáritas Madrid en el Sector 6 de la Cañada Real, en Vallecas, donde viven miles de personas en un contexto en el que la droga está muy presente. Uno de los coordinadores de la institución, David Jorge, explica a esta revista que llevan seis años en la zona, trabajando en el impulso de proyectos de alfabetización; de acompañamiento sanitario y jurídico; de apoyo formativo para 180 familias marroquíes; de animación comunitaria para mujeres sin apenas contacto con el resto de la comunidad; de Formación Profesional para una decena de adolescentes de 16 años que no han terminado la enseñanza obligatoria, dándoles un certificado de peluquería… En medio de toda esta impresionante labor, hace dos años, se quiso ir un paso más allá a través del deporte.

“Caímos en la cuenta –detalla Jorge– de que había un grupo, el de jóvenes de entre 16 y 21 años que ya son padres, que necesitaba un empujón para salir adelante en uno de los puntos más conflictivos de la Cañada, especialmente afectado por la droga. Pensamos en el mejor modo de motivarles y nos preguntamos: ‘¿Qué es lo que más les gusta?’. Al segundo, nos respondimos: ‘El fútbol’. Así que nos pusimos a ello y creamos un equipo con 15 de ellos, todos jóvenes padres”.

Gracias a los entrenamientos dos veces por semana y a jugar los viernes, poco a poco, “han ido calando en ellos valores muy arraigados en el deporte, como el trabajo en equipo, el respeto y, sobre todo, el formar parte de una estructura, lo que les ha ayudado en su día a día, teniendo conciencia de lo importante que es tener un horario y una organización”. Esto último, recalca Jorge, “les ha ayudado mucho en lo personal, incluso de cara a la resolución de conflictos en el ámbito doméstico”.

Uno de los jugadores es Pepín Jiménez Fernández. Gitano de 21 años, tiene un hijo pequeño. Juega en el equipo junto a dos de sus hermanos, de 16 y 18 años, también ellos padres. Desde el primer día, por su liderazgo en positivo y su ascendencia entre los demás, nadie dudó de que él tenía que ser el capitán del equipo, condición que luce orgulloso. “Me gusta muchísimo el fútbol –asegura–, y cuanto más juego, más me gusta. Por eso animo a todos a que se apunten, también a las clases en el aula que aquí tiene Cáritas. Yo antes no sabía lo que era una letra y ahora, gracias a Cáritas, sé leer. Por eso he apuntado a mi hijo pequeño a sus clases”.

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